Que el Govern de la Generalitat está atizando el enfrentamiento con el Gobierno de España en la crisis del coronavirus no es noticia. Lo hemos explicado muchas veces en estas páginas. Desde el primer día, los responsables del Govern han culpado a lo que ellos llaman “Madrit”, así con t final, de todos los males y han procurado llevar una estrategia que en el mejor de los casos se podría calificar de desleal. Sin embargo, la consellera portavoz, Meritxell Budó, subió con sus declaraciones en Ràdio 4 un escalón cuando afirmó que en una Cataluña independiente hubiera habido “menos muertos”, para añadir que la Generalitat lo hubiera hecho diferente y que hubiera decretado el Estado de Alarma “mucho antes”.

La ignorancia junto al fanatismo concluye en arrogancia. Es un cóctel peligroso, o simplemente hace de la mentira una realidad para favorecer la construcción en el imaginario de lo ideal que sería una Cataluña que no dependiera de España. Un imaginario que deja traslucir que con la independencia el virus vencido y desarmado se hubiera arrodillado ante “el pueblo catalán”. Sin embargo, esta teoría no puede disolver la tozuda realidad. El Govern se ha refugiado en aquella máxima estalinista de que “si la realidad no concuerda con la teoría, peor para la realidad”.

El 10 de marzo, la consellera de Sanidad, Alba Vergès, decía a quién la quisiera oír que “no hace falta cancelar actos”. El día 12 apuntó sin ruborizarse “no estamos en zona de riesgo”. Estas afirmaciones de su compañera de gabinete son para Budò un ejemplo de cómo el Govern hubiera actuado antes. No voy a citar a Joan Guix, secretario de Salud Pública, cuando limitaba el coronavirus a una gripe. Tampoco al inefable asesor, Oriol Mitjà, cuando reducía el impacto porque el sistema sanitario estaba preparado porque como mucho “habrá un incremento de asistencia”, ni al conseller Chakir el Homrani cuando minimizaba la situación de las residencias, ni, otra vez, a la señora Vergès cuando ufana decía que Cataluña no es Italia y nos decía a los catalanitos de a pie que “las mascarillas no son recomendables”.

Luego llegó aquello de que la emergencia era aplicar por la puerta de atrás el 155, los anuncios de reparto de mascarillas de Torra que parecía un actor de una mala comedia, superado con creces por su conseller Buch, que en aras de congraciarse con las brigadas indepes de redes sociales se quejó como zarina ofendida del supuesto insulto de repartir en Catalunya 1.714.000 mascarillas, o señalar con el dedo a “Madrit” como el culpable de la crisis en las residencias que motivaron El Homrani se quedara sin competencias por su nefasta gestión.

Para tapar una gestión más que lamentable, Torra hace malabarismos para simular que es el presidente de un gobierno que “planta cara a Madrit”. El problema es que no es ni presidente de un gobierno autonómico, porque su receta de ignorancia bien agitada, pero no revuelta, con el fanatismo, a diferencia de James Bond, el cóctel no es un Dry Martini, es la mentira de la arrogancia.