Conozco y trabajo con varios empresarios que, desde hace un montón de años, se esfuerzan, día a día, por subir la persiana pase lo que pase, seguir generando empleo y riqueza y mantener sus empresas a flote.
Son hombres y mujeres que, como todos, quieren ganarse lo mejor que puedan la vida y ver recompensados sus esfuerzos y dedicación de la manera tangible que todos entendemos. Es decir, ganando dinero como pago a su esfuerzo y gestión.
Todos trabajamos por dinero. Todos queremos llegar a fin de mes como mejor podamos. Bien, vamos a aceptar matices y decir que “casi todos”. Los que necesitamos llegar a fin de mes y pagar hipotecas, colegios y educación de nuestros hijos, alimentación etc… trabajamos por dinero.
También es verdad que siempre hay personas que priman en su vida el amor al prójimo o su propia realización personal y nos dirán que ellos no. Que no trabajan por dinero y que su esfuerzo diario va encaminado a hacer o el bien social o vivir haciendo lo que les gusta sin tener en cuenta que sus necesidades vitales tengan que estar cubiertas.
No seré yo quién subestime la necesaria solidaridad para con nuestros conciudadanos, ni la libertad individual para decidir cómo quieres gestionar tu vida frente a la dura sociedad liberal que tenemos enfrente.
No pretendo en ningún caso minimizar aquí ni dejar de poner en valor a todos aquellos que trabajan sin pedir una remuneración a cambio. Pero incluso, en esos casos, estos generosos ciudadanos necesitan tener, de algún modo, vía renta familiar, solidaridad ciudadana o protección económica del Estado, un sustento que les permita vivir a él o ella y a aquellos que dependan de ella o él.
Bien, como decía antes, todos trabajamos por dinero. Todos (o la mayoría) queremos mantener y, si podemos, mejorar nuestra calidad de vida, también la que tiene que ver con los asuntos económicos. Todos queremos que nuestro esfuerzo y dedicación se vean recompensados con dinero. Todos.
Ahora bien, mientras algunos legítimamente esperan que su esfuerzo se vea retribuido con un sueldo justo a final de mes, otros, aquellos que tienen la obligación de pagar y velar porque ese sueldo se mantenga en el tiempo, no decaiga o no desaparezca, tienen que, ahora mismo y en estos difíciles momentos, intentar justificarse y pelear para seguir explicando que ellos y ellas, empresarios y empresarias, también necesitan protección del Gobierno para poder seguir dando cobijo a sus empleados o empleadas.
El coronavirus puede arrasar con todo y el Gobierno del Estado no puede permitirse dejar en la esterilidad del desierto ni a los trabajadores, ni a los autónomos ni tampoco, tampoco señores, tampoco, a las empresarias y empresarios que están aguantando, manteniéndose a flote, reinventándose e intentando que no se vaya todo al garete.
También necesitan protección del Estado, porque, también sin su compromiso, su dedicación, su esfuerzo y su valentía, el Estado y por lo tanto, todos nosotros, se hunde.
No voy yo a infravalorar los ERTE y los ERTOS que esta crisis está comportando y va a comportar en un futuro inmediato. No voy yo minusvalorar los efectos devastadores personales a miles de asalariados. Para nada. Pero debemos también tener todos muy claro que el motor de este país son también estas empresas que, sean de reciente creación o tengan ya un histórico añejo, han generado y creado fortuna para todos. Y el hecho de haber creado riqueza para los patrones no debería implicar, de per se y sin fisuras, que hay que dejarlos a la intemperie sin poner en valor su también tesón y compromiso para con la sociedad. Negar esta evidencia es caer en un populismo falsamente progresista que en el siglo XXI, para personas inteligentes, ecuánimes y realistas, ya debería estar caduco.
Ah y me olvidaba, si estamos de acuerdo en que ese esfuerzo ante lo que nos está pasando y lo que queda por venir debe ser colectivo, en que hay que empezar a exigir, de manera unánime, aquí y ahora, a esos políticos que nos representan que, de una vez por todas, empiecen a dar ejemplo, y se apliquen a ellos, particularmente a sus sueldos y prebendas, las medidas y esfuerzos que nos piden a todos.