Tenemos a unos grandísimos profesionales que arriesgan su salud cuando no su vida por velar por los enfermos y ayudarles a sanar, y lo hacen con la firmeza de los valores que todo buen profesional de la sanidad tiene arraigados y que comienzan con eso que llamamos vocación, algo más relacionado con el espíritu que con la razón. Pero el sistema ha demostrado que hace agua por todos los lados y lo que es peor una inquietante falta de capacidad de reacción.

El colectivo sanitario, y en menor medida el de las fuerzas y cuerpos de seguridad, tiene una tasa de contagio de esta pandemia propia del tercer mundo porque les enviamos a una guerra nuclear armados con un mondadientes. No hay mascarillas, no hay equipos de protección individual, no hay nada. Y no es por falta de dinero, sino por falta de previsión y reflejos. Cuando las evidencias de que venía el tsunami de la pandemia eran más que claras había que haber hecho acopio de mascarillas, de gafas protectoras, de guantes y de EPI, lo mismo que de medios para el tratamiento de la enfermedad, camas, respiradores y antipiréticos y por supuesto test fiables.

El tratamiento de esta enfermedad no requiere de grandes medios, solo espacio, camas, respiradores, test y que el personal sanitario se proteja. No se requieren scanners, quirófanos, TAC… por eso, afortunadamente, son válidos los hospitales de campaña. Pero estos medios especiales deberían haberse desplegado antes de la llegada de la epidemia.

Hoy le llueven críticas al Gobierno de España por su gestión, y es cierto que se han hecho cosas mal y algunas muy mal. Pero no es menos cierto que la Sanidad se transfirió a la comunidad autónoma de Cataluña en 1981, hace casi 40 años. Y se fueron transfiriendo al resto de comunidades progresivamente hasta que, en 2001, 20 años atrás, se transfirió a la totalidad de comunidades autónomas, siendo hoy el Ministerio de Sanidad uno de los que cuenta con menor número de funcionarios al tener todas las competencias transferidas.

Que no haya medios es, sobre todo, culpa de las comunidades autónomas, de todas y cada una de ellas, que durante estos años han priorizado muchas otras cosas en lugar de la salud. Una vez más nos hemos creído ricos y nos hemos gastado un dineral en pseudoembajadas, en estudios sobre aves canoras, pollos autóctonos y maneras de guisar los caracoles cuando no de cómo se entienden silbando en valle de una isla, en televisiones autonómicas, en tradición y folkrore, en igualdad, en diversidad, en inclusión y también en tranvías y metros en ciudades pequeñas, en estaciones de AVE en mitad de la nada, en aeropuertos a los que no vuelan aviones, en universidades casi en cada pueblo, en multiplicar el número de funcionarios, asesores y otras especies… Todo eso está muy bien, sin duda, pero primero va lo de comer. Y la salud va incluso antes, porque sin salud no hace falta ni la comida.

Dilapidar el dinero en tiempo de ajuste lleva a recortar aquello que no se considera prioritario y nuestras magníficas 17 autonomías coordinadas por el no menos magnífico Ministerio de Sanidad decidieron recortar en Sanidad para hacer frente a otros muchos gastos. De nada sirvieron quejas y huelgas, ni siquiera el que somos una población que envejece y, por tanto, necesita más sanidad. Todo fuera por una pseudoembajada en Chiquististán o por saber cómo se sienten los caracoles cuando están en las brasas. El resultado menos camas, menos sanitarios, menos previsión y más listas de espera.

Tenemos un presidente del gobierno que solo piensa en su activo electoral, como demuestran los plúmbeos monólogos con los que nos obsequia con frecuencia. La recentralización de funciones hay que leerla, también, en clave electoral y el error es mayúsculo pues en lugar de dejar el marrón a las autonomías y reservarse un papel de salvador, ha puesto a su ministerio en primera línea de fuego sin experiencia ni medios. El fiasco estaba más que asegurado, no todas las fotos ayudan.

El daño, irreparable para todos los que han perdido la vida, está hecho, pero hay que pensar en el futuro, porque esta epidemia ha venido para quedarse, al menos hasta que se desarrolle una vacuna eficaz, dicen que en año y medio. Hay que reforzar el sistema sanitario de una manera estructural. No podemos llegar a un posible rebrote en octubre con las manos vacías y volver a fiarlo todo al espíritu de sacrificio del personal sanitario.

Debe crearse un sistema de salud paralelo que libere el sistema sanitario ordinario para seguir atendiendo todas las necesidades de la población y que este nuevo sistema sanitario tenga camas y respiradores suficientes y, sobre todo, medios de protección y protocolos adecuados para no tener tantos y tantos profesionales de la salud contagiados. Profesionales que, por cierto, están envejeciendo y por lo que es necesario replantearse al alza las plazas MIR ofertadas, especialmente en un entorno como el que nos encontramos. Es lamentable hablar de falta de personal sanitario y de la necesidad de abrir las puertas a médicos de terceros países cuando contamos por miles a los profesionales que se han formado aquí y tienen que emigrar por falta de plazas en España. Se cursan cerca de 4.000 solicitudes al año para poder trabajar fuera, acercándose a 20.000 la cifra de médicos emigrados, a los que hay que sumar al menos 10.000 técnicos sanitarios trabajando en el extranjero.

Cuando acabe esta fase de urgencia hay que reconstruir el que en su momento fue uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo y que nos hemos cargado por torpeza de quienes nos malgobiernan con la aquiescencia cómplice de todos nosotros. A lo mejor no habrá dinero para subvencionar un sesudo estudio sobre las diferencias entre las gambas de Palamós y las de Arenys, pero probablemente sea necesario tener claras las prioridades.