El discurso del rey fue malo sin paliativos. Quien se lo escribiera le hizo decir una tontería imponente y falsa: el virus nos hará más fuertes. Si eso fuera así, lo deseable serían más virus. Se trata de una mala versión del refrán que dice que lo que no mata engorda. Además, el rey calló sobre otros asuntos que también interesan a la opinión pública y en los que, a diferencia de la cosa médica donde no puede hacer nada, sí puede intervenir. A saber, la fortuna de su padre.
El rey emérito pidió perdón por haberse equivocado, cuando fue pillado en una cacería de animales amenazados. No está nada claro que lo hubiera hecho de no haberse publicado una fotografía que hacía imposible negarlo. Ahora, la casa real ha emitido una nota, también después de que se haya conocido que Juan Carlos de Borbón disponía de cuentas en paraísos fiscales, con dinero supuestamente procedente de comisiones poco santas. Según la nota, Felipe VI conoció los hechos hace un año, pero lo ha confesado cuando ya todo el mundo lo sabía por otros medios. Es decir, cuando ya lo había publicado la prensa que, esta vez al menos, nadie podrá decir que no ha cumplido.
Es bien sabido: el problema no es pillar sino que te pillen y que no puedas negarlo de ningún modo. Y aún así, el PP ha generalizado la tendencia a negar lo innegable. Cada vez que un miembro del partido ha sido pillado metiendo mano en la caja o simplemente mintiendo, la primera reacción ha sido negarlo. No es que lo negara el interfecto, es que lo negaba el resto del partido. Salían todos en tromba a defender al acusado, aplicando el lema de la Legión (a la que tanto quiere la derecha española), que dice que los legionarios acudirán en ayuda de un compañero que la reclame “con razón o sin ella”.
El refranero español es claro: la avaricia rompe el saco. Y es la avaricia lo que hay detrás de las actividades de rapiña del padre de Felipe VI. Y el saco que se puede romper es el de la monarquía española. La Constitución le confiere cierta impunidad, pero todo tiene un límite. Incluso los sacos. Por eso se rompen.
Visto lo de ahora, no sorprende que Iñaki Urdangarin se dedicara a sus negocios. Llegó a la Zarzuela y aplicó el refranero: donde fueres haz lo que vieres. Lo grotesco es que tuviera que venderse la casa de Pedralbes porque el suegro no le echó una mano, mientras que no ha tenido reparo alguno en repartir decenas de millones de euros entre un par de amantes. Y después del reparto, a Juan Carlos I aún le han quedado unos ahorrillos que ha puesto a buen recaudo para poder dejar algo su descendencia, por si acaso. Por si se rompe el saco.
Quizás valga la pena dirigir la vista hacia algunas propuestas de la historia de la teoría política relacionadas con los gobernantes. Una de las más interesantes es la de Platón. Este creía que debía haber tres tipos de personas: el gobernante, el guerrero y el artesano. El gobernante tomaba decisiones pero no podía tener propiedades. Sus necesidades eran cubiertas por la colectividad, pero nada más. Es decir, ponía un cortafuegos a la avaricia. Cortafuegos que el legislador español no puso en la Constitución cuando dotó de un exceso de impunidad a la persona que llevara la corona.
En junio de 1931, ya con la República, Paulino Masip publicó en Ahora un artículo titulado Cómo contiene la república la emigración de capitales. Donde él puso “emigración” se escribiría hoy “evasión”, pero como se verá, los protagonistas no cambian. Detectado en la aduana el intento de un aristócrata de llevarse joyas y pasta, el sospechoso reaccionó airado ante el registro al que era sometido: “Esto no se hace con un grande de España”. Y Masip anotó la réplica que él le habría dado si fuera el aduanero: “Bajo la República todos los españoles somos grandes, caballero”.
Esto explica la nostalgia de muchos españoles por la Constitución republicana, que reconocía a todos por igual en deberes y en derechos. La Constitución actual --por más que se la defienda e incluso se acepte que los cambios que se pudieran hacer ahora igual empeoraban algunas cosas dada la correlación de fuerzas entre derechas e izquierdas--, empieza diciendo que todos son iguales pero luego excluye a una familia de esa igualdad. A todas luces una injusticia que habrá que reparar en cuanto se pueda.