Pablo Casado alcanzó la presidencia del PP, hace tan solo menos de dos años, porque fue el único de los otros cinco candidatos que supo hacerse con los apoyos de un amplio, confuso, difuso y sobre todo muy diverso sindicato de agraviados por quien había sido, con Mariano Rajoy como presidente del partido y del Gobierno, la todopoderosa vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría.
Conviene recordar que, en una primera votación Pablo Casado logró entonces solo el 34,3% de los votos de los afiliados del PP, es decir más de dos puntos menos (36,9%) de los conseguidos en aquella votación por quien parecía en principio destinada a sustituir a Rajoy, descabalgado por fin del Gobierno y personalmente todavía muy desconcertado ante el inesperado triunfo del socialista Pedro Sánchez en la moción de censura que le llevó por primera vez a la Moncloa.
Un sindicato de agraviados puede ser útil, y está claro que en este caso lo fue, para lograr victorias partidistas. El resultado de la votación de los delegados congresuales, con la victoria de Pablo Casado con el 57% de los votos, fue el resultado del trasvase de la práctica totalidad de los apoyos de los seguidores de la hasta entonces también poderosa secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, y en gran parte también los de quienes respaldaron al ya ex-ministro José Manuel García-Margallo y asimismo a otros precandidatos que también se consideraron damnificados por los tentaculares poderes que la hasta poco antes vicepresidenta había desplegado desde el Gobierno, en no pocas ocasiones con conflictos con el aparato de Génova --controlado por Cospedal-- y también con un buen número de ministros, ex-ministros y otros altos cargos ex-cargos.
Lo que no está ya tan claro es que a partir de la base de un simple sindicato de agraviados se pueda construir en una formación política una unidad orgánica fuerte, con una ideología clara y con una oferta programática propia. Mucho menos aún cuando, como le ocurre ahora al PP con Pablo Casado como líder, debería ser capaz de hacer una oposición rigurosa al Gobierno de coalición de PSOE y UP con Pedro Sánchez como presidente, y al mismo tiempo intentar presentarse ante la ciudadanía como una auténtica alternativa de gobierno, con lo que ello comporta de saber marcar distancias y diferenciarse tanto de Vox como de C’s.
Parece que Pablo Casado sigue sin enterarse de esto. Cada vez son más obvias las tendencias en el interior del PP, y en especial en el siempre poderosísimo entorno aznariano y de la FAES, que parecen empeñadas en moverle la silla al líder del principal partido de la oposición. Está claro que hay quien arde en deseos de hacerle la cama a Pablo Casado. Las declaraciones extemporáneas, cada vez más habituales, de nada más y nada menos que de la portavoz del PP en el Congreso de Diputados, Cayetana Álvarez de Toledo, apuntan en este sentido. Pablo Casado sigue sin enterarse de ello y, él sabrá porqué extrañas y oscuras razones, no solo mantiene a la ahora única diputada del PP por Cataluña como portavoz parlamentaria sino que ratifica y aplaude en público algunas de sus cada vez más frecuentes actuaciones y declaraciones que sorprenden a más de uno de los dirigentes del partido y soliviantan a muchos de sus electores.
José María Aznar y la FAES siguen teniendo mucho poder. No únicamente en el seno del PP sino en muchos otros centros de poder, tanto político y económico como mediático. Desde ahí se mueven los hilos en favor de Cayetana Álvarez de Toledo. Y Pablo Casado parece que sigue sin enterarse. Está siempre tan risueño, tan contento de haberse conocido…
Desde mi evidente discrepancia con la opción ideológica y partidista que Pablo Casado representa ahora en España, desde mi veteranía me permito recomendarle que recurra a las hemerotecas, que lea, estudie y analice el caso de aquel joven abogado del Estado cordobés llamado Antonio Hernández Mancha, que en 1986 fue ungido presidente de AP por Manuel Fraga Iribarne. Duró muy poco en el cargo: apenas tres años.
En el interín se atrevió incluso a presentar una alocada e inexplicable moción de censura contra Felipe González, cuando el PSOE contaba con una sólida mayoría absoluta parlamentaria: consiguió únicamente el apoyo de 67 de los 350 votos de los diputados del Congreso, los de AP y su socia UV. Manuel Fraga se vio obligado a sustituirle en 1989. Luego vino la fundación del actual PP y la designación de Aznar como su presidente.
Ya sé que todo esto ahora es historia. Sobre todo para Pablo Casado, que nació en 1981 y, por consiguiente, entonces tenía tan solo entre 5 y 8 años de edad.
Según cuáles sean los resultados del PP en las ya muy próximas elecciones autonómicas del País Vasco y sobre todo de Galicia, por no referirme también a las que más pronto que tarde se celebrarán en Cataluña, a Pablo Casado pueden quedarle pocos, muy pocos telediarios.