El filósofo Javier Gomá se ha distinguido por su trabajo en torno al concepto de la imitación o “ejemplaridad” como pauta ética. “todos tenemos que elegir”, dijo una vez, “entre ser vulgares o excelentes”. Es una aserción de gran exigencia. Se podría discutir si la excelencia es accesible para todos. Acaso dentro de las limitadas posibilidades de cada uno existe la libertad de esforzarse para alcanzar lo más alto de lo que sea capaz, su propia excelencia, aunque para el vecino esa excelencia tan laboriosamente alcanzada sea poca cosa.
En cambio la “vulgaridad” sí está al alcance de cualquiera. Estos días hemos visto en dos personalidades de la izquierda, los señores Ribó e Iglesias, ejemplos luminosos de cómo una vulgaridad nuclear, esencial, sistémica, vertebral, contribuye a una “ejemplaridad” inversa: sus actos y sus discursos no solo los desprestigian a ellos sino que sobre todo siembran el ejemplo, que otros seguirán, de la vulgaridad, en el campo de la política, y despilfarran el capital moral del que la izquierda, a la que ellos se adscriben, se reclama heredera.
Otro día comentaremos aquí el kitsch insoportable del señor Iglesias, sus llantinas, sus besos, su chalet y sus mujeres. El señor Ribó merece un artículo para él solo. Porque puede entenderse como una debilidad de la naturaleza humana esa trayectoria horrenda suya, destruyendo desde dentro la opción política a la que decía servir, el comunismo, en beneficio del nacionalismo, y de sí mismo, premiado con la sinecura interminable del Síndic de greuges, un parasitismo que es en sí mismo ya un “greuge”, un agravio social. Pase. Y pase --seguro que saldrá indemne de la requisitoria judicial que pesa ahora sobre él-- el movimiento que apesta a corrupción pura y dura de los viajes en avión privado, gratis total, a expensas de un empresario de la construcción del 3%, con el que supuestamente no tenía ninguna relación.
Cómo vive el defensor del pueblo catalán, pero pase. Pase su clamorosa ineficacia. Pasen sus viajes, en compañía de sus seres queridos, a lo largo y ancho del mundo, pagados por la sindicatura, o sea por el Estado, so pretexto de ir a otear injusticias y coordinar a las fuerzas del bien.
Lo que no puede pasar es la vulgaridad del destino de esos últimos vuelos a expensas del señor del 3%: pues lo más triste en este caso es que Ribó no se corrompió, ni corrompió a su hija, para ir delictivamente a ver una exposición única en el MoMA; o para que la nena contemplase el espectáculo del sol de medianoche y la extraña forma de vida de los inuits o esquimales. No llevaba a la nena a asistir al Bard college, para asistir a una clase magistral de Obrist. Ni siquiera a un campo de refugiados sirios para que ayudase un poco a los desdichados de este mundo y entendiese la diferencia de nacer en Siria con cobrar un sueldo de 150.000 euros por dar cobertura a Pujol y Mas y Puigdemont y Torra y demás pilares de la sociedad.
No: es que le pillaron, con su hija, de gratis total en el avión de un menda, en compañía de otros prohombres… para ir a ver un partido del Barça, a ver si Messi metía el gol o no. Ejemplaridad inversa, enorme vulgaridad del árbitro de la justicia, olor a podrido del anciano defensor del pueblo.