Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es un joven periodista que ha destacado por sus análisis en Letras Libres, como miembro de su redacción. Autor de La verdad de la tribu. La corrección política y sus enemigos (Debate), Dudda entra de lleno en esta entrevista con Crónica Global en el terreno del catalanismo. No busca, precisamente, la corrección política ni se esconde ante las preguntas. Dudda ofrece una reflexión que llega de la observación y el análisis, y su conclusión es clara: "El catalanismo sigue ciego ante la pluralidad identitaria de los catalanes".
--Pregunta: En Cataluña se sigue jugando con la idea de que el catalanismo tiene futuro, de que se trata de recuperar su espíritu y diversas formaciones políticas se arrogan la posibilidad de elaborar una candidatura de cara a las próximas elecciones catalanas. ¿Cómo analista, desde fuera del terreno de juego catalán, lo considera así? ¿Qué visión se ha tenido en el resto de España del catalanismo y se tiene ahora?
--Respuesta: Creo que hay un intento loable de “desinflamar” y de desvincular el nacionalismo catalán del independentismo. Pero hay también un olvido intencionado de lo que ocurrió en el otoño de 2017. El catalanismo político hoy quiere hacer como si el procés no hubiera ocurrido. Defiende volver a hablar de competencias, de federalismo, de reparto de poder territorial. Eso está bien. Es mejor que hablar de unilateralidad. Pero el procés ha ocurrido, y uno de sus principales efectos es que ha despertado a un electorado explícitamente anticatalanista; es un electorado que mantiene una identidad híbrida catalana-española (los unionistas se suelen considerar tan españoles como catalanes, algo que no ocurre con los independentistas) pero que ya no compra el relato del consenso catalanista. El relato del catalanismo pactista, de los consensos y el pragmatismo, es en cierto modo como el del liberalismo triunfalista post-1989: vendía unos consensos que realmente no eran tales. El catalanismo creo que sigue ciego ante la pluralidad identitaria y de preferencias de los catalanes.
--Siguiendo con esa cuestión, ¿el catalanismo debía acabar forzosamente en nacionalismo y éste en independentismo?
--El catalanismo es un nacionalismo. Es un nacionalismo moderado pero es un nacionalismo que ha promovido, con más sutileza que el independentismo, un relato del agravio, ha vendido consensos que no lo son (el de la inmersión lingüística es el más claro) y ha promovido un federalismo asimétrico e insolidario en base a unos supuestos derechos territoriales. Durante años ha sido el soporte intelectual del independentismo. Corre el riesgo de seguir siéndolo. Los mitos fundacionales contemporáneos del procés, desde el Estatut al pacto fiscal de Mas en 2012, han sido construidos por el catalanismo, no por el independentismo explícitamente separatista. Lo que ha conseguido también el independentismo con el procés es, de algún modo, desnudar al catalanismo. El catalanismo y el independentismo comparten los mismos marcos mentales. Buena parte del catalanismo actual piensa que el gran problema del independentismo y el procés fueron sus “prisas”, su “ingenuidad”, su mala estrategia, su ceguera ante lo que implica enfrentarse al Estado. Pero no denuncian la ilegitimidad de base del proyecto, basado en falsedades y manipulaciones, en argumentos etnolingüísticos y en la negación sistématica de la mitad de la población.
--Algunos autores como Francesc Marc Álvaro, plantean ahora una corrección, una especie de cambio de rumbo. ¿Es creíble, qué se busca, a su juicio, con esos nuevos planteamientos que llegan desde el independentismo?
--En Ensayo de una revuelta, Marc-Álvaro intenta recuperar un poco la dignidad del nacionalismo catalán tras el procés. Rescata el catalanismo de principios del siglo XX, a Pujol, y promueve la tesis de que el independentismo intentó ir demasiado rápido. Intenta promover un diálogo pero siempre bajo sus condiciones. La principal es una especie de amnistía general a los independentistas. No me refiero a los políticos presos sino a todo el independentismo. Lo que pasó en 2017 es agua pasada. Hay que poner “luces largas”, mirar hacia adelante y demás clichés completamente vacíos. De esa manera, el mismo independentismo que fue insurreccional puede reconvertirse en catalanismo pujolista y todo arreglado. Es la actitud de ERC ahora. Y el gobierno la ha comprado.
--¿Entiende que es sintomático el caso de Álvaro, que evidencia un problema de fondo en Cataluña que no se quiere asumir?
--Creo que es un problema de las élites nacionalistas catalanas, que un día dicen que hay que derrocar al Estado fascista y al siguiente se quejan de que el Estado fascista no quiere hablar con ellos. Ha sido siempre así en el procés: se probaba la desobediencia e inmediatamente después se pedía la negociación. Es un cálculo constante. Es la clave del nacionalismo, la mezcla de superioridad y victimismo.
--El independentismo, y la política catalana, en su conjunto, se refiere de forma periódica a la necesidad de que desde el otro lado se ofrezca una alternativa, una propuesta. ¿Se debe tomar en cuenta esa idea? ¿Qué alternativa? ¿Qué es lo que a su juicio no ha funcionado en el conjunto del Estado y respecto a las autonomías?
--Soy un poco cínico al respecto. Hay peticiones desde el constitucionalismo de que hay que construir una idea inclusiva de España que seduzca. Pero no sé cómo se hace eso. Cuando se habla de construir un “proyecto de país” no sé muy bien qué significa. Quizá era algo que podríamos haber hecho en el siglo XIX. Pero hacer en el XXI lo que no pudimos hacer en el XIX es inútil. Yendo a algo más concreto, veo legítimo preguntarse qué Estado queremos, que reparto territorial queremos. Pero ese debate no puede hacerse entre Madrid y Barcelona. ¿Qué Estado quieren los almerienses, que se sienten ninguneados por Sevilla; los leoneses, que se sienten ninguneados por Valladolid? Por ponerte varios ejemplos. Los gobiernos catalanes tienen que aceptar de ahora en adelante, y especialmente después del fracaso del procés, que quizá Cataluña no es más importante que otras regiones. Hasta el catalanista más moderado tiene problemas cuando se le sugiere que sus demandas son quizá igual de importantes que las de otras regiones, cuando se le dice que tiene que negociar al mismo nivel que otras comunidades (esto, por otra parte, no ha pasado mucho). Si queremos federalismo, tengamos federalismo (y en muchos aspectos lo tenemos ya muy elaborado), pero no un federalismo a dos velocidades, como el Euro a dos velocidades que pedían los países acreedores de la UE durante la crisis del 2010. El catalanismo siempre ha pedido bilateralismo para sí mismo y multilateralismo para los demás. No debería ser aceptable que negociar con los gobiernos catalanes sea una especie de apaciguamiento para que sigan en la legalidad. Hay una amenaza velada: o me das lo que quiero o vuelvo a las andadas.
--Dicho de otra forma, ¿qué verdades, si es que las hay, ha encontrado en el independentismo? ¿Qué parte de verdad hay en su discurso?
--Hay tantos mitos que es difícil sacar algo real. Si miramos la cesión de competencias a Cataluña en las últimas décadas, su evolución ha sido constante. No ha habido retrocesos centralizadores. Cuando se ceden competencias, ya no se vuelven a perder. Tampoco creo que haya razones sentimentales legítimas. El apoyo a la independencia antes del Estatut era mínimo. ¿Puede volver a esos niveles? Lo dudo. Pero el independentismo tampoco es una demanda inmemorial. Tampoco hay un argumento económico. Hay una asociación clara entre renta y apoyo a la independencia, y entre lengua materna catalana e independencia. El problema no es lo que tiene que dar el Estado a Cataluña, es lo que tiene que dar el gobierno catalán a una parte del electorado al que ha ninguneado durante décadas.
--¿Se puede entender la mesa de diálogo que ha puesto en marcha el presidente Sánchez con el independentismo? ¿Es una ofensa a la democracia, como proclaman algunos sectores de la derecha, pero también de la izquierda antinacionalista?
--No es comprensible más allá del interés de Pedro Sánchez de aprobar los presupuestos y el de ERC de superar a JxCAT. Pero envía un mensaje de desesperanza a los no independentistas, que no solo no tienen representación en la mesa sino que sus demandas posiblemente ni se contemplen. Es obvio que Quim Torra no es presidente de todos los catalanes. Lo ha recordado en demasiadas ocasiones. Durante años la palabra “diálogo” se ha convertido en un mantra en Cataluña que no quiere decir nada. Hay columnistas sobre la cuestión que parecen usar la misma plantilla desde hace años: “tenemos que hablar”. Pero ¿de qué? “Diálogo sin cortapisas”, pero el diálogo según los independentistas está lleno de cortapisas y limitaciones. La más obvia es: mis sentimientos no se pueden explicar, solo se pueden aceptar. Y ya, ahí hablamos. La función de la mesa de diálogo es precisamente demostrar que hay diálogo, como si hubiera algo de lo que hablar. La pelea por las fechas, la logística, ya demuestra que es pura escenificación. El diálogo como fin en sí mismo. El diálogo necesario es entre catalanes, no entre un president inhabilitado y un presidente que no sé sabe lo que piensa.
--¿Ve imposible llegar a consensos en España entre la izquierda y la derecha? ¿Se han arrojado las dos concepciones políticas a sus respectivos rincones?
--Lo veo casi imposible. Estamos en un multipartidismo de bloques. Hay colaboración dentro de los bloques (PSOE y Podemos, PP y Vox y Cs) pero no entre ellos. Es triste porque cada vez hay más cuestiones posideológicas. Pero la polarización hace que si la izquierda plantea algo sensato, como viene de la izquierda la derecha lo va a denostar. Pasa lo mismo al revés. El problema del campo o el problema demográfico se los ha apropiado Vox. Que ellos se crean abanderados de esas causas no las convierte en falsas. Pero hay gente de izquierdas ya atacando al campo con condescendencia. Es normal la polarización partidista pero es preocupante la polarización temática: ese tema no se toca porque es de izquierdas o de derechas.
--Usted se refirió, en su libro La verdad de la tribu. la corrección política y sus enemigos, a las guerras culturales, que sería lo único que motiva y moviliza a los electorados respectivos. ¿Cómo se puede combatir esa cuestión, para que la política pueda regresar?
--Hay que tener cuidado con la nostalgia. No sé a qué tiene que regresar la política. Hay muchas cosas que han cambiado. Es posible que las guerras culturales sean una consecuencia de una sociedad más plural. Por otra parte, es cierto que los partidos hoy se diferencian por cuestiones más culturales que materiales. Se combina la guerra cultural psicológica y mediática con la tecnocracia. La izquierda socialdemócrata occidental hoy sigue jugando a eso: hace políticas ortodoxas e incluso neoliberales y las combina con la política de la identidad y la guerra cultural. Lo que te define ideológicamente es tu posicionamiento en las batallas culturales, no tus políticas públicas. Por eso puedes hacer políticas fiscales de derechas y hacer guerra cultural de izquierdas y seguir siendo de izquierdas.
--¿Se puede considerar que el fracaso de Ciudadanos es el mayor fracaso de una fuerza política en España, teniendo en cuenta las expectativas y las posibilidades que se habían generado?
--Creo que las expectativas infladas las tenía generalmente su líder. Por eso hizo bien en marcharse cuando se pegaron el batacazo. La mezcla de cesarismo y dogmatismo llevó al partido a la ruina. Incluso cuando el partido se dio cuenta de que no superaría al PP, se mantuvo firme en su posición completamente contraria a darle el gobierno al PSOE. Es cierto que Pedro Sánchez, al contrario que con los independentistas, pedía una adhesión incondicional. Pero una vez acabado el sueño de convertirse en el partido de centroderecha hegemónico, Cs tendría que haber vuelto a su posición de centrista transaccional: te apoyo si me garantizas estas medidas que forman parte de mi programa. Queda ya muy lejos el pacto de 2016, pero demostraba que era posible.
--Cuando las cosas van mal para una fuerza política, se suele considerar que se ha pecado por no mantener un discurso claro y contundente. ¿Cree que ese es el caso del PP vasco con Alfonso Alonso? ¿Entiende que se recurra a Iturgaiz?
--Creo que el caso de Alonso tiene más que ver con los resultados que ha obtenido el PP bajo el liderazgo de Alonso, y por batallas internas del partido (como ha escrito José Antonio Zarzalejos, la filial vasca del PP llevaba desde Rajoy completamente ninguneada, algo que ha pasado también en el PP catalán). Lo que pasa cuando compites con partidos nacionalistas es que si te acercas demasiado a ellos te fagocitan, y si te alejas demasiado de ellos acabas en los márgenes e ignorado, porque son los nacionalistas los que ponen las reglas del juego. Las dos opciones son: gritar mucho desde fuera y no conseguir nada o integrarse en su juego y tampoco conseguir nada. No soy muy optimista, como ves. Por ejemplo, la victoria de Ciutadans en 2017 es muy importante pero fue porque aprovechó la grieta que se abrió tras el 1 de octubre. Fue circunstancial. Tampoco era estable. Era un voto de rabia. No me imagino algo parecido a no ser que haya otro otoño de 2017.