La Colección Masriera: joyas, queridas y monjas del Corazón Eucarístico
Los nietos y biznietos del pionero transformador, Lluís Masriera, mantienen hoy el negocio en su tienda emblemática pegada a los bajos del Palau Moja
23 febrero, 2020 00:00Lluís Masriera abrió su tienda de orfebrería en la primera Navidad del siglo XX y a los pocos días sus estantes estaban vacíos. Empezó a rentabilizar su oficio montado en el dólar y muy lejos de los diamantes de sangre extendidos por las cuencas mineras del África subsahariana, que enriquecieron a sus competidores de Brujas o Ámsterdam. Formaba parte de tradición de joyeros cuya quinta generación sigue hoy al pie del cañón, después de atravesar semanas trágicas, guerras, conflictos dinásticos y asonadas militares que sepultaron Barcelona, la ciudad fénix, renacida siempre y cuna de la civilización modernista.
Los nietos y biznietos del pionero transformador mantienen hoy el negocio en su tienda emblemática pegada a los bajos del Palau Moja, levantado por el primer marqués de Comillas en las Ramblas de Barcelona. Los herederos de hoy representan todavía el culmen del Art Decó cuya valiosas piezas habitan en los llamados hoteles museísticos a partir de la experiencia rompedora de Jordi Clos, el patrón de la Cadena Derby.
La primera planta del hotel Bagués (Derby) de Barcelona contiene una sala con la exposición permanente de parte de la Colección Masriera, que además ha incorporado esmaltes y cuadros de pintores simbolistas. El resto de las piezas se encuentra repartidas entre el MNAC y el Museo del Prado de Madrid, como resultado de donaciones efectuadas por los joyeros. El núcleo de la Colección privada actual fue reunido en el Templo neoclásico de los Masriera, situado en un enclave discreto de la Derecha del Eixample. Con el tiempo como aliado de los nuevos oleajes de la familia escasamente interesados, la Colección Masriera sufrió también su propia diáspora.
El impulsor de la saga, Lluís Masriera, escenógrafo, dramaturgo y pintor talentoso, recreó la excelencia de la joya como obra de arte, enlazada por el simbolismo pictórico y poético del ochocientos. París era entonces la referencia de inspiraciones vanguardistas y acogió como un éxito clamoroso la publicación de Las flores del mal, de Charles Baudelaire, el mismo año en que Jean Moréas difundió en el diario francés, Le Fígaro, el manifiesto simbolista.
Entre Rubén Darío y Folch i Torres
El autor del Spleen de París invadió Europa y transportó a Barcelona la fiebre de los llamados “sobresaltos de la conciencia”, estados de ánimo a menudo provocados por el éter y la absenta, que los simbolistas anunciaban como la medicina destinada a recuperar el alma del mundo. Detrás de Baudelaire y acompañada por un conjunto de buenas traducciones, desembarcó la pléyade simbolista de los Paul Verlaine, Stéphane Mallarmé o Arthur Rimbaud, poetas consagrados que proclamaban el valor de la joya en el altar del malditismo.
Los Masriera crearon una empresa ganadora a partir de la cultura y del buen gusto, predestinada a encajar en el resabio rococó del Eixample de Rius y Taulet. Endulzaron los felices 20 con pendientes, brazaletes, collares y anillos inequívocamente plagados de ninfas, flores y libélulas.
El remotismo y el ultraísmo causaban furor en salones y glorietas barcelonesas, donde la gente encajaba sin empacho la mezcla imposible entre Rubén Darío y Folch i Torres. La austeridad autoimpuesta por una burguesía de misa de doce, rodeada de sotanas y levitas, evitó divorcios, pero nunca impidió que la joya femenina realzara la belleza de la otra. Los ufanos patrones de la Revolución del Vapor se reunían en gremios de fabricantes y organizaban timbas de juego junto a sus queridas en la Sala Casas del Círculo del Liceu, conocida como la Rotonda y flanqueada con piezas del gran pintor, inspiradas en el popular Can Can. Hablaban un castellano plagado de catalanismos --lo contó con mordacidad Santiago Rusiñol en su libro, Gente bien-- y practicaban la extravagancia de un catalán exótico, que ha redescubierto Ramón Solsona, en su novela, L’home de la maleta, premio Sant Jordi de 2010.
En los años de bonanza económica, las gemas y las gargantillas perladas agudizaban el instinto de los depredadores elegantes. El gentilhombre, además de acumular bienes, debía mantener a su amante enjoyada. Este paso fue especialmente valorado y ampliamente comentado sobre los preliminares amorosos de personajes conocidos, como el político regionalista, Francesc Cambó, o como el gran violoncelista y catalán universal, Pau Casals, “al que no le bastaba con una sola amante” –escribe Luís Permanyer en Vidas privadas --según le confesó a la madre del músico, su médico de cabecera, el doctor Albert Armengol.
La proyección de los Masriera como empresa se yergue sobre un mercado menguante al paso de las décadas. Mientras crece la relojería funcional, la orfebrería languidece y sepulta sus recuerdos, en contenedores excelsos, como ha sido el citado neoclásico Taller Masriera, situado en la calle Bailén de Barcelona que el municipio ha tratado de adquirir recientemente para reconvertirlo en sede de una fundación asistencial. Este templo del arte construido en 1882 por Lluís Masriera, estuvo a punto de convertirse en un equipamiento cultural público, pero Ada Colau desestimó el arreglo urbanístico y el abandonado Taller volvió a quedar in albis y a la venta en pleno Eixample.
La saga en 'Mirall Trencat'
El estancamiento de este inmueble protegido como Bien Cultural de Interés Local (BCIL) procede de mucho antes; perdió su función como dinamizador cultural, cuando la Barcelona de Porcioles lo adjudicó a la congregación religiosa, Pequeña Compañía del Corazón Eucarístico de Jesús, hoy extinguida. La última madre superiora de esta pintoresca orden lo legó en 2009 a la Fundació Pere Relats, que gestiona residencias de ancianos en la ciudad. Fue así como el escenario del Templo, el esporádico uso del arte amatorio de sus dueños y la congregación pía de la Barcelona preconciliar acabaron fusionando esperanzas y desvaríos.
En los últimos años, la fundación propietaria ha tratado de materializar este activo para financiar su actividad asistencial. La vertiginosa recuperación del mercado inmobiliario en los últimos años ha disparado las ofertas que les llegan, aunque solo está catalogado el cuerpo central del inmueble, así que los dos anexos laterales podrían derruirse y edificarse de nuevo. El conjunto, construido a modo de templete a la británica, aporta la raíz histórica que motiva su catalogación: un teatro de los años 30 ideado por Lluís Masriera, como sede de su compañía de teatro vanguardista, Belluguet.
La azarosa vida del gran joyero catalán y de su descendencia inspiró una de las mejores novelas de Mercé Rodoreda, Mirall trencat, donde la autora construyó la arquitectura humana de los Valldaura, un núcleo familiar que recoge la vida de tres generaciones; la intriga de esta larga saga va desvelando la evolución de la ciudad. Publicada en 1974, Mirall trencat és una novela de madurez escrita en primera persona con el jardín de una mansión, como fondo escenográfico, en el que la autora rememora su propio jardín íntimo y algo asalvajado, al modo de los ejemplos noucentistes de Forestier, diseñado por la misma escritora, junto a su amiga Carmen Manrubia, en el domicilio de ambas, situado en Romanyà de la Selva. La novela es también un juego de espejos en el que los secretos de la sangre, las pasiones y el juego amoroso del triángulo marido-esposa-amante pone a la vista de todos a los virtuales Valldaura, alter ego literario de los Masriera.
Modernismo arquitectónico
Lluís Masriera revolucionó la tercera generación de los grandes joyeros. Su padre, Josep Masriera, y su tío Francesc Masriera, eran pintores además de orfebres. Lluís creció sobre un festín de colores, metales preciosos o cristales y empezó a los 15 años como aprendiz en la tienda de su familia. Intensificó sus conocimientos en la Escuela de Bellas Artes de Ginebra, donde se especializó en el esmaltado de metales, usado en la joyería de su tiempo para realizar retratos en miniaturas dentro de camafeos.
Uno de sus primeros trabajos reconocidos fue un florero esmaltado que se exhibió en la Exposición Universal de París, allí donde Antoni Gaudí decidió iniciar su largo camino como arquitecto, artista inigualable, masón y exponente de la Cataluña cristiana, pero alejado de sello conservador del obispo Torras i Bages. A través de aquella Expo nació el contacto entre Lluís Masriera y la joyería de René Lalique; Lluís quedó totalmente fascinado por las líneas del orfebre francés; y durante el resto de su vida, Masriera trató de ensamblar el Art Nouveau, corriente estética seguida por Lalique, con las vanguardias catalanas.
El modernismo arquitectónico fue su campo de experimentación hasta encontrar consonancia entre su joyería y las propuestas de arquitectos mágicos y escultóricos, como Domènech i Muntaner o Jujol. Entró de lleno en el diseño de muebles e interiores, decidido a cambiar completamente su estilo y crear una joyería acorde al estilo modernista imperante en la ciudad, alejándose de la joyería tradicional. Cerró el negocio legado por su padre y su abuelo dispuesto a encontrar su propia identidad. Finalmente, abrió su nuevo negocio, en Rambla esquina Calle del Carmen, con las nuevas colecciones; fue durante la Navidad del 1901, aquella en la que se agotaron las existencias.