Nadie podría creerse que una ciudad que ha recibido 12 millones de turistas en 2019, que han supuesto al menos 33 millones de pernoctaciones, con un gasto de 195 euros por turista y día y que ha generado más de 100.000 puestos de trabajo gracias al turismo tenga un odio tan profundo a esta actividad. En realidad, la ciudad no lo odia, lo necesita, pero parece que este ayuntamiento sí. Y tan culpables son quienes ejercen ese odio activamente por su ideología como quienes lo permiten por omisión. Día tras día nuestro consistorio se empeña en poner trabas a la primera fuente de ingresos de la ciudad, sea reduciendo el número de autobuses que pueden parar en Plaça Catalunya, sea poniéndose de espaldas a la iniciativa privada. Por más que nos empeñemos, los turistas quieren visitar la Pedrera, la Sagrada Familia, las Ramblas y el mar, no el Clot, Sants o Nou Barris.
Primero fue el parón en los hoteles, luego los problemas para explotar las terrazas de los bares, le siguieron las innumerables aberraciones en la gestión de la movilidad en la ciudad y ahora lo culminamos con el rechazo a inversiones internacionales. En lugar de sentarse a gestionar cómo y dónde instalar una sucursal del Hermitage soltamos cuatro informes por la prensa y decimos que no nos gusta la idea porque vamos sobraditos. Eso es no tener hambre, que es muy diferente a comer mucho.
La oferta del triángulo de oro de Madrid es imbatible: el Prado, la colección Thyssen y el Reina Sofía solo tienen como rival a París por su increíble Louvre y el precioso Orsay y sin embargo Madrid ya ha levantado la mano para negociar, luego diremos que nos ha robado el proyecto.
Pero es que Málaga que ya cuenta con 40 museos, entre ellos una sucursal del Centro George Pompidou y otra del Thyssen, seguro que no querrá dejar pasar por alto la ocasión. Bilbao usó un museo internacional, el Guggenheim, como motor y excusa de su fantástica transformación en ciudad de servicios. Abu Dabi ha convertido un islote en medio de una charca del desierto en una fascinante isla de museos. En Barcelona… no gracias, “hay poco arraigo”, “es para turistas”, “solo es una sucursal”.
No pedían ni un euro, y ocupaban un terreno vacío y sin sentido al lado del más internacional de nuestros hoteles. Cada día más y más provincianos, pensando que el centro del mundo está aquí. Como en la película, Barcelona está muerta y no lo sabe.
Los grandes museos internacionales cuentan con unos fondos de obras inmensos y están explotando su imagen de marca para crecer por el mundo, distribuyendo parte de sus fondos artísticos, creando exposiciones específicas e incluso y realizando cesiones temporales de alguna de sus obras icónicas.
Más pronto que tarde habrá que ir a Abu Dabi para ver la Gioconda o la Venus de Milo porque la sucursal del Louvre en la capital de los EAU es simplemente espectacular. Venecia, Bilbao y también Abu Dabi cuentan con museos Guggenheim que funcionan igual o mejor que el “original” de Nueva York. El Hermitage, con sedes en Amsterdam, Londres y Las Vegas además de en San Petersburgo, cuenta con el mayor fondo de obras de arte del mundo, más de tres millones de obras, seis veces más que el Louvre. Tal vez por eso sea uno de los más activos en su expansión.
El museo Hermitage de Amsterdam es un excelente ejemplo. Ubicado en un edificio rehabilitado se encuentra al lado de la Opera y enlaza el río con el barrio judío. Cada seis meses renueva sus exposiciones con obras provenientes de San Petersburgo, lo que permite realizar exposiciones más que interesantes. Es el segundo museo más grande de Amsterdam y uno de los que recibe más visitas. Una ciudad que alberga el Rijksmuseum, el Museo Van Gogh y así hasta un total de 75 museos estuvo encantada de enriquecer su oferta con una sede del museo ruso.
Pero es que incluso las excusas baratas de la falta de arraigo se caen leyendo un poco. Josep de Ribas fue un catalán que sirvió a Catalina la Grande y fundó la ciudad de Odessa, dando nombre a su avenida principal DeRibasSovkaya. Nicolai Woevodsky encontró su retiro dorado en el Ampurdá, en Cap Roig, creando uno de los más bellos parques botánicos de nuestra geografía. No podemos olvidar que cerca de 500 niños catalanes huyeron a Rusia en la guerra civil, o sin irnos tan lejos, en Barcelona están censados unos 12.000 rusos, más que argentinos, portugueses u holandeses, por ejemplo.
La mitad de los turistas rusos que pisan España vienen a Barcelona, subiendo esta proporción a dos tercios si contamos toda Cataluña, siendo además uno de los colectivos que más gasta por visitante. Vamos, que si se quiere se pueden encontrar lazos más que suficientes para crear una historia, aunque no hace falta. Pero no se quiere.
Tal vez nuestro problema sea que como el museo de la ratafía o del calçot son difíciles de exportar no nos cabe en la cabeza que otros museos osen abrir en Cataluña. Y eso que el museo Dalí tenga una sucursal en “otro” San Petersburgo (el de Florida), además de la existencia de otros museos Dalí fuera de la Fundación Gala Dalí, no da que pensar respecto a la “ubicuidad” de los museos. El arte y la cultura son universales.
Hubo un tiempo en el que Barcelona era la puerta de Europa para una España gris y cutre, en la que vivían los mejores autores de nuestra literatura, alguno de ellos llegó después a Premio Nobel, que concentraba todo el talento publicitario, que era sinónimo de libertad y trasgresión. Pero algo pasó y poco a poco nos fuimos estancando y haciéndonos más y más provincianos, siendo clarísimamente superados por una vibrante Madrid que se reinventa cada cierto tiempo y al paso que vamos estaremos por detrás de Bilbao o Málaga, ejemplo de ciudades que no han perdido un ápice de su esencia pero que van a por todas.
La autocomplacencia y el supremacismo ideológico que nos rodea está acabando con las oportunidades de volver a hacer de esta decadente Barcelona una ciudad de nuevo admirada en el mundo. ¿No es preocupante que el museo más visitado de la ciudad sea el del Barça? ¿No merece la pena enriquecer la oferta cultural? ¿No tendría sentido tener, por ejemplo, una “sucursal” del Prado? Hace tiempo que no nos hacemos preguntas probablemente porque las respuestas nos asustan.
Si el proyecto del Hermitage en Barcelona puede mejorarse tiene todo el sentido hacerlo, tanto en su ubicación como en su plan de negocio o en su concepción artística, nadie quiere instalaciones mastodónticas que cierren al cabo de pocos años por falta de viabilidad, como, por ejemplo, las del cine Imax. Pero instalarse en el no desde una prepotencia sustentada por una peligrosa mezcla de ideología y de ignorancia carece de toda lógica y más en una ciudad que languidece.