Que Pedro Sánchez se vería obligado a dar las gracias en público a quienes le han ayudado a auparse a la presidencia del gobierno era de prever (y de temer), pero no creo que fuera necesario hacerlo de la manera tan burda en que lo está haciendo. Manca finezza, diría el difunto Giulio Andreotti. Para tener contentos a los nacionalistas catalanes, Sánchez se hace el sueco ante todos sus desplantes y hasta pretende mantener un encuentro con Quim Torra, por cuyo desalojo inmediato del parlamento catalán (y, a ser posible, de la vida pública) no está haciendo absolutamente nada: que no espere la justicia española ninguna ayuda del señor presidente en ese sentido. Se agarra Sánchez, como de costumbre, al tópico del diálogo, como si hubiese manera de dialogar con un Torra al que solo le falta clavarse al escaño con Super Glue o con un Junqueras que, como demostró en una reciente entrevista en El País, ejerce ahora de Hannibal Lecter del nacionalismo tras años de disimulo y de insistir en que amaba a los españoles porque el junquerismo es amor.

Además de agradar a los nacionalistas, Sánchez también se ve obligado a quedar bien con sus socios de Podemos, ésos que hace seis meses roncaban y se tiraban cuescos de tal manera que no se podía dormir tranquilo con ellos: tapones para los oídos y pinza para la nariz y problema resuelto, Iglesias puede seguir consagrado al ronquido y la aerofagia. Y a inmiscuirse en asuntos de peso, como el paso por Madrid de Juan Guaidó, presidente de Venezuela gracias al reconocimiento, inspirado por España, de un montón de países. A Guaidó le ha recibido Emmanuel Macron y hasta el botarate de Boris Johnson, pero Sánchez --presionado tal vez por amenazas de incrementar el nivel de los ronquidos y el hedor de las ventosidades-- se lo ha quitado de encima dejándolo en manos de la ministra de Asuntos Exteriores. Al mismo tiempo, corren negros presagios sobre el futuro de España Global, que llevaba a cabo una necesaria tarea de desintoxicación separatista y que a partir de ahora puede convertirse en una nueva versión de la sección de Coros y Danzas de la Sección Femenina de Falange Española. Todo sea por contribuir al diálogo con una gente que no sabe lo que es dialogar y que solo pretende imponer cerrilmente su visión de la realidad.

Si ya era ridículo que toda España estuviese pendiente de Gabriel Rufián para que se formara un gobierno, la situación está empeorando considerablemente, y con el único fin de que Sánchez se enganche a su sillón presidencial con un pote de Super Glue muy parecido al de Torra. No sé si había formas más sutiles de dar las gracias sin parecer egoístamente servil, pero es evidente que Sánchez no las ha encontrado. Y lo de intentar ablandar las condenas por sedición ya es de traca: estamos tristemente acostumbrados a que, en España, a diferencia de Francia, la cultura no sea una cuestión de estado, pero es que aquí, como está demostrando Pedro Sánchez, parece que ni el propio estado es una cuestión de estado.