Hemos llegado hasta aquí: a la fractura social, al enfrentamiento emocional, a la perversión de principios y valores, al conflicto político, a la inestabilidad económica… por no haber combatido en su momento las falacias del nacionalismo primero y después del soberanismo, del independentismo y, finalmente, del secesionismo. Hay que llegar a la política con los deberes hechos, con la ideología saneada. Si la política interviene antes, no puede aportar soluciones equilibradas.
Y lo peor es que solo hemos aprendido la lección a medias, seguimos sin desmontar a fondo la ideología independentista, la condenamos, pero no la combatimos pieza a pieza. Y estamos repitiendo el error con Vox. Dejamos que lo que dicen y muestran (sin demostrar) unos y otros: palabras, calificaciones, propósitos… se conviertan en ideología al no ser nada de ello pensado, sino solo convertido en piezas de un determinado marco mental, el suyo, en el que se acaba entrando. Se han vertido ríos de saliva y de tinta en torno a la superchería del “derecho a decidir”, por ejemplo.
Ningún movimiento populista actual ha sabido explotar tan bien la ideología como el de los independentistas. Incluso se les puede catalogar de “creadores compulsivos de ideología”. Por eso tienen tanta capacidad de movilización. No son las ideas lo que más moviliza, sino las creencias que generan emociones.
El independentismo ha sido brillante en sus creaciones ideológicas (“España nos roba”, “el derecho a decidir”, “libertad presos políticos”...), y una de sus mejores creaciones ha sido la “represión”, atribuida a los distintos ámbitos (político, policial, legislativo, judicial) y declinada de múltiples formas. Con esa magistral pieza ideológica, que por ampliación equiparan a conducta no democrática, cubren o tapan todo lo que les disgusta, incomoda o frena. “Represión” es la mentira “llave maestra” perfecta.
Los ejemplos son numerosos. Tomemos uno reciente. La diputada Laura Borràs, que se llena continuamente la boca con la “represión del Estado”, interpreta su investigación por presuntas actividades delictivas durante el ejercicio de un cargo público como una práctica (“de alguien”) para apartarla de la actividad política por un “medio no democrático”, luego mediante una forma de represión.
En una definición llana, la represión es la acción de impedir que se produzca o prosiga cierta acción. Impedir que bandas de individuos, encapuchados o no, envueltos en banderas esteladas o no, incendien, destrocen, saboteen, dañen bienes públicos y privados, coarten la movilidad de miles de personas y de toneladas de mercancías es, según los políticos y los ideólogos del independentismo, una “represión” (¡bendita represión!). Y más aún, toda reacción frente a su frecuente vulneración de leyes y decisiones judiciales también la califican de “represión”.
Aquí, y en cualquier democracia, la policía no puede dejar de impedir semejantes actos, la fiscalía de denunciarlos y los jueces de procesar a los autores. Si no lo hicieran, incumplirían su función de garantes de las libertades y la seguridad en el Estado de derecho. Según la “lógica” independentista los órganos del Estado deberían inhibirse, “dejar hacer”, no impedir, no “reprimir” pues, porque el fin (supremo) perseguido justificaría todos los medios.
La situación ideal para los secesionistas en la fase de la lucha por la independencia es un estadio sin policía y sin jueces. Después, hipotéticamente conquistada la independencia, cuantos policías y jueces (suyos) hicieran falta. Ese es el mundo en el que quieren sumergirnos.
Combatir especialmente el uso ideológico de la “represión” no es en absoluto inútil. Desmontándoles el engaño movilizarían menos, y sin esa pieza les quedaría ya poca munición ideológica.
Para denigrarla, comparan España con Turquía, ahora también con China, y con cualquier Estado autoritario que se les ocurra citar. ¿Nadie de la multitud de creyentes con lazo amarillo y estelada en ristre es capaz de pensar que si la comparación fuera cierta no podrían lucir galanamente en la calle lazo y estelada, y la clerecía que les adoctrina no podría decir lo que dice ni hacer lo que hace?