Milan Kucan, que en los años ochenta fue presidente de la Liga de los Comunistas de Eslovenia y luego llevó su país a la independencia, se ha permitido el lujo de emitir opiniones no solicitadas sobre un asunto --Cataluña y el procés-- en el que, en su caso, lo sensato sería callarse. Jubilado de la política, este viejo apparatchik es uno de los propulsores del Comité en Apoyo a los Prisioneros Políticos Catalanes en España. Sostiene que el tema de la independencia de Cataluña es un problema “a ser resuelto por los mismos catalanes en diálogo con Madrid”, y que “es inaceptable que en la Unión Europea, que se basa en los valores de los Derechos Humanos, tengamos prisioneros políticos”.
Nos encontramos aquí ante un caso parecido al del ex torero Ortega Cano, que una vez cumplida condena por conducir borracho y matar a un conductor chocando de frente contra él, se permite opinar sobre cómo debe regirse nuestro país. Hombre, Ortega, cállate, procura ser olvidado. Y piensa que tu defensa de España le hace a España más daño que otra cosa...
Igualmente, el apoyo de Kucan es un flaco favor al nacionalismo catalán, como el de Carles Sastre o el de Otegi. Como a ellos, a Kucan nadie decente quiere tocarlo ni con la punta de un palo, y él lo sabe.
Recapitulemos: uno de los acontecimientos más repugnantes de la reciente historia europea han sido las guerras balcánicas de los años 90, en el contexto de la implosión del imperio comunista y la disolución de la URSS. De las estúpidas matanzas tribales yugoslavas, que serán la vergüenza de varias generaciones de sus pobladores, muchos sacaron beneficios. Sobre ello algo diré el próximo domingo en Letra Global, cuando comente el iluminador ensayo de Carlos González Villa, Un nuevo Estado para un nuevo orden mundial: la independencia de Eslovenia”. Ahora me centraré en la figura de Milan Kucan, que declaró la independencia de su irrisorio país amparándose en una autootorgada y discutible legalidad, y que al hacerlo se hizo responsable, o corresponsable, de los muertos de esa guerra llamada “guerra de los diez días”, y también de los muertos en las otras guerras yugoslavas, la de Croacia, la de Bosnia, la de Kosovo.
Pues una vez Eslovenia rompió el tabú, las élites de las demás repúblicas, formadas --como en los casos de los presidentes Kucan de Eslovenia, Milosevic de Serbia y Tudjman de Croacia-- en la cúpula del partido comunista yugoslavo, también se infatuaron, calculando que unas docenas o acaso unos cientos de muertos era un precio razonable a pagar por el capricho ilusionero de fundar otro Estado.
Kucan lo sabía; sabía que si declaraba la independencia habría muertos, y por eso durante el año anterior se estuvo armando oculta e ilegalmente. Pero de momento ni siquiera ha sido llevado ante el tribunal de La Haya. Pues hay criminales que tienen suerte y quedan impunes, y que pasan por la vida sin tomar conciencia de la catástrofe que han causado las acciones derivadas de su ambición personal --convenientemente disfrazada de ideales y patriotismo--.
Si Kucan fuese un poco más lúcido y un poco más sensible, le costaría conciliar el sueño por las noches; y tendría en cuenta que, después de lo que se organizó en los Balcanes en parte por culpa suya y de sus colaboradores, lo que le tocaba en adelante era guardar silencio, salvo para pedir perdón.
Le viene grande el papel de árbitro, o de sabio consejero de terceros, y apelar a los derechos humanos, después de ser uno de los mayores responsables de la tragedia política y humanitaria y del grave error económico de la independencia de Eslovenia, que podía haber sido --¡que era!-- la cabeza de un gran país del sur Europeo; por mal calculada codicia, disfrazada de anhelo del libertad, pasó a ser una comunidad irrisoria, una periférica provincia de Austria y culo de Alemania, en crisis permanente. ¿Kucan opinando de política?
Hombre, ¿qué será lo siguiente? ¿Un caníbal dando lecciones de cocina? ¿Ortega Cano, profesor de autoescuela? ¿Txapote premio Nobel de la paz?