Con la dignidad del prójimo se atreve cualquiera, especialmente los indignos. Se cumplen ahora diez años del editorial conjunto de una docena de influyentes medios de comunicación catalanes, encabezados por La Vanguardia y El Periódico, que bajo el título de “La dignidad de Cataluña” advertía al Estado que no se atreviese a tocar una coma del Estatut maragalliano, pues en caso de hacerlo incurriría en una afrenta moral inaceptable. Era el discurso de matones que venía a actualizar, con tono más relamido y tartufesco, la declaración de Pujol cuando le pillaron con lo de Banca Catalana: “A partir de ahora, de ética y de moral hablaremos nosotros”. ¡Y cómo y cuánto hablaron, ciertamente, de moral él, su mujer “la madre superiora” de los misales, y su prole!
El editorial advertía que "estos días, los catalanes piensan, ante todo, en su dignidad; conviene que se sepa". Leías esta frase y te imaginabas a tus conciudadanos fingiendo que entraban y salían de las tiendas y de los despachos, fingiendo que veían su programa predilecto en la tele, fingiendo que contaban su dinero o que bailaban salsa o se revolcaban en la cama con su pareja... cuando en realidad lo que hacían era pensar en su amenazada dignidad. “Conviene que se sepa”. Prosa de sacristán pederasta. Tonillo virtuoso y amenazante que se delata; dime de lo que presumes, dice el refrán, y te diré de qué careces.
Bien recuerda Manuel Toscano (en Voz Pópuli): “Esa apelación altisonante no casaba bien con datos conocidos. En el referéndum para la aprobación del Estatuto la participación no llegó a la mitad del censo, con una abstención del 51,15%, y los votos favorables no pasaron del 36% sobre el total del censo, lo que muestra la indiferencia de una parte significativa de la sociedad catalana. Por no mencionar que formaciones políticas como ERC, que aplaudieron el editorial conjunto y airearon después el agravio, hicieron campaña por el no. Así se escribe la historia”.
En cuanto alguien apela a la dignidad del pueblo, ya tienes que saber que trata de darte el timo de la estampita. Todavía ahora la gente intelectualmente más insolvente y clamorosamente falsaria (embusteros sí, pero en nombre del amor a la patria chica, que todo lo perdona) se llena la boca con acusaciones de indignidad y de inhumanidad, por ejemplo contra todo aquel que en vez de sangrar por los golpistas que se hallan presos o fugados, tratan de seguir su vida y de enderezar los entuertos que aquellos torcieron. Es indigno, por definición, el que no esté llorando por la señora Forcadell. El que se ría a destiempo en malas compañías, en vez de poner cara de funeral pues en ese mismo momento los Jordis siguen entre rejas. Y el que no quiera visitar en la prisión al abate Junqueras también es indignísimo.
Líbreme dios de dar consejos, pero quizá no estaría mal que quienes tanto se desgarran la camisa por la dignidad ultrajada de “su” región pensasen, siquiera un momento, en que sus exabruptos y sus gracias, que acaso conciten el aplauso de los suyos, pueden resultar hirientes para otros. Parece que, a pesar de lo astutos y superiores que son, nuestros patriotas no se dan cuenta de que cada vez que ofenden a los españoles que no tienen el privilegio de ser catalanes generan odio.
El mismo día que trasciende que el Govern de Torra reclama al Estado al que insulta y desprecia 10.000 millones, la mitad del FLA, para 2020, Rafael Ribó, defensor del Gobierno catalán, culpa a los enfermos de más allá del Ebro de desestabilizar la sanidad de nuestra región por su manía de venir a operarse en los magníficos hospitales catalanes. ¡Y se decía comunista, el defensor!
Con la dignidad de los demás se atreve cualquiera, especialmente los indignos. Pero sería ingenuo creer que más allá del Ebro la gente es tan primitiva que no se entera de estos continuos escupitajos; que no sientan mal; y que esas deudas quedarán sin cobrarse.