Aunque su causa es justa y necesaria, la pobre Greta Thunberg se ha convertido en motivo de chufla para mucha gente, incluyendo a quienes creen que tiene razón (no son solo los fachas, los negacionistas climáticos y las malas personas los que se ceban con ella). Yo mismo la encuentro a menudo un pelín irritante, aunque hay gente que me irrita mucho más en el mundo de las celebrities recicladas en salvadoras del mundo.
Me refiero a todos esos millonarios que se forran legítimamente con lo suyo, pero se ven impelidos a involucrarse --hasta cierto punto-- en dramas humanos. Pienso en el meapilas de Bono --quien, mientras dirige en sus ratos libres la banda de rock más popular del mundo y evade todos los impuestos que puede, se reúne con líderes mundiales para cantarles la gallina--, en Sean Penn --cargando sacos de cemento en Haití para que lo inmortalicen los fotógrafos-- o en Javier Bardem --que conduce un Escalade que traga gasolina a cascoporro e intenta limitar los daños que le causa el Ministerio de Hacienda mientras arenga a las masas sin querer darse cuenta de que es un privilegiado--.
En cierta medida, Greta Thunberg también lo es. Por eso dice cosas como que los malos le arruinaron la infancia, cuando es evidente que ser una niña en Suecia sale mucho más a cuenta que serlo en la India, en África o en Sudamérica. De todos modos, cebarse con ella --habiendo en el mundo tanta gente despreciable, habiendo países dirigidos por tarugos como Trump o Johnson-- es matar moscas a cañonazos.
La niña es rarita, vale. De acuerdo, es un cuadro: cara de enanito de jardín, aquejada del síndrome de Asperger, dada a repartir chorreos urbi et orbi y obcecada con su misión hasta la pesadez. No sé si sus padres han hecho bien fomentando sus entusiasmos, pero también es verdad que, en la sociedad actual, cualquier causa necesita una cara visible, un líder carismático (aunque tenga Asperger) si no quiere ser ignorada. Plantar cara al cambio climático le ha tocado a Greta, y no es culpa suya si sus seguidores se comportan como fans de Rosalía. La gente necesita personas a las que admirar, personas que le hagan de portavoz, personas de las que fiarse. Y Greta Thunberg es una de esas personas.
¿Que debería estar en el colegio y dejar en manos de profesionales la problemática del calentamiento global? Probablemente. Pero ya hemos visto el caso que les hacen los políticos a esos profesionales. Algunos, los que más ensucian y más problemas causan a la humanidad en general, ni se han presentado en la cumbre de Madrid, como si la cosa no fuera con ellos o, simplemente, se la trajera al pairo. Está bien que alguien les riña y, para eso, siempre podemos contar con Greta, aunque a veces nos saque de quicio y nos entren ganas de darle una colleja y decirle que vuelva al cole y se eche novio, a ver si se relaja un poco.
Vivimos una época en la que, para ser comprendidos, los conceptos deben ser explicados de una manera comercial. Los portavoces de las causas justas deben ser carismáticos: nadie quiere que le salve la vida un sabio calvo con cara de chupatintas. La gente quiere iconos, aunque sean como el inolvidable Cojo Manteca, aquel energúmeno punk que rompía cabinas telefónicas con la muleta. De ahí el éxito de Bono como salvador de la humanidad o de Sean Penn como amigo del tercer mundo o de Javier Bardem como una mezcla de Pepito Grillo y el tío Gilito. Y viendo el panorama general de presencias icónicas, la de Greta, francamente, no es de las más nocivas.