Ya es hora de que bajen del árbol de la inocencia en el que llevan encaramados demasiado tiempo y con demasiados acontecimientos graves a ras del suelo, que rehúyen ver.
De pie o sentados en el suelo, lucen el lazo amarillo, la estelada y el cartón-pancarta con la leyenda “Somos gente pacífica”, mientras cortan calles, carreteras, autopistas, vías férreas, accesos a sedes, a estaciones y al aeropuerto. ¿Qué entenderán por pacífico? Ni lo saben ni les interesa dilucidarlo. Intentemos responder en su lugar.
Digamos que se manifiestan fundamentalmente para exigir la libertad de los dirigentes secesionistas condenados, “libertad presos políticos”, claman. En esa categoría incluyen ahora a los vándalos detenidos por los disturbios en Cataluña, total unas pocas personas, pocas en relación con la gravedad de los hechos ocurridos. Contadas todas, poco más de un par de docenas y media. En cambio ellos, coartan la libertad de miles de personas.
Causan muchas perturbaciones y daños, entorpecen la vida ciudadana, alteran el orden público, pero centrémonos de momento en los cortes. Cortar, por ejemplo, la AP-7 --cordón umbilical de España con Europa--, en La Junquera o en Ampolla, provocando colas kilométricas de camiones y vehículos particulares, causa un perjuicio enorme, físico, moral y económico, a gente realmente pacífica que se halla ejerciendo la normalidad de ir a sus asuntos o venir de ellos, y que padecen la vulneración de su derecho a la libre circulación. Los secesionistas objetarán que un día de cárcel es infinitamente peor que un día de cortes. Su “lógica emocional” arrumba cualquier brizna de pensamiento crítico.
El derecho de reunión y manifestación tiene perfecta cobertura constitucional (artículo 21 de la CE). No se discute el ejercicio de este derecho --que, por otra parte, no es absoluto o ilimitado--, sino su abuso programado, convirtiendo la protesta en actos que afectan gravemente otros bienes y derechos. Muchas de las situaciones de hecho que provocan con los cortes son tipificables como delito y generadoras de responsabilidad civil por los daños causados.
La estrategia malévola (y gansteril) decidida en algún oscuro cenáculo y anunciada por el huido Antoni Comín --“se trata de dañar la reputación moral y política del Estado y dañar la economía”-- tiene su plasmación en esos repetidos cortes de vías y ocupación disruptiva de espacios públicos que “gente pacífica” lleva a cabo con entusiasmo.
Los secesionistas se han dado cuenta de que con la violencia verbal, las mentiras y tergiversaciones múltiples, la fiesta multitudinaria en la calle, la “revolución de las sonrisas”, el abuso de democracia… no iban a conseguir la independencia. Y han lanzado un nuevo eslogan ripioso: “Sin violencia no habrá independencia” --con violencia tampoco, pero todavía tienen que enterarse--.
Desde cómodos despachos y a prudente distancia se está teorizando la “nueva fase”. El historiador Jaume Sobrequés, en un reciente artículo publicado en El Punt Avui, lo formula así: “Sin una determinada acción violenta (…), nunca Cataluña conseguirá su liberación. Corresponde, pues, a los políticos definir el marco y los límites de la “violencia” con el Estado; de las formas de resistencia también “violentas” que será necesario ejercer ante el cierre fascista al diálogo y a la negociación y, en definitiva, cuadrar el círculo y cumplir a través de la “violencia pacífica”". La cita es larga, pero no tiene desperdicio.
Como la calle se impone a los políticos (secesionistas) y éstos, cómplices o acobardados, se dejan desbordar por la calle, la vanguardia de los cachorros y el ejército de reserva de la “gente pacífica” ya disponen de una justificación doctrinal (si la necesitaran) a sus acciones. Los ideólogos del secesionismo han cortado todos los lazos (salvo el amarillo) con la realidad, la ley, el orden y la moral.
Pero la violencia en sus múltiples formas será la puntilla al procés y al secesionismo. Parte de la “gente pacífica” acabará abandonando la calle como campo de batalla por razones diversas: rechazo moral a la violencia, miedo, momentos de lucidez al despertar del engaño...
Entretanto, si no son pacíficos, no son demócratas, y si no son demócratas y actúan como tales, habrá que aplicarles la ley con todas las consecuencias, para proteger justamente a la democracia y a la gente pacífica.