Decía Larra que “escribir en Madrid es llorar”. Por razones que ahora se me escapan, se popularizó la expresión de que “escribir en España es llorar”. Quizá por la identificación del Estado con su capital, una traslación que sigue funcionando, por eso de que Madrid es el altavoz de España y muy particularmente en algunas zonas. Escribir hoy en Cataluña empieza a ser una penitencia. Particularmente cuando se trata de explicar qué pasa. Cuando la situación se escapa de las manos a quienes teóricamente gobiernan, se pierde el sentido de la realidad, acabas siendo incapaz de entender lo que ocurre alrededor, en qué momento estamos y hacia dónde vamos, la conclusión es que esto es inexplicable. ¿Cómo expresar a alguien lo que pasa, si somos incapaces de entender lo que ocurre? Junto a casa, pervive aún una pintada de estos días aciagos de fuego y barricadas en la que puede leerse Ponte cachas, machaca al facha.
Ayer por la mañana, al llegar a un establecimiento habitual, saludé.
--“¡Buenos días!”
Casi de forma simultánea, otro dependiente del lugar respondía:
--“¡¿Qué tal?!”
Ingenuamente respondí, pensando en el benigno día climatológico que reinaba en Barcelona.
--“¡Un gran día!”
La contestación de una joven que me atendió inicialmente y apenas rozaba la treintena fue inmediata.
--“¡Un gran día para los fachas!”
En ese preciso instante, pasaban por delante dos o tres jóvenes ataviados con banderas constitucionalistas españolas. Ignoro qué cara puse; que uno no se ve su propio rostro y tampoco es consciente de los gestos o muecas con que responde a determinadas expresiones. Cierto es que, al cabo de un momento, la joven camarera me pidió disculpas:
--“¡Perdone, eh!”
Tal vez me asignó cara de facha. Quizá la satisfacción de poder arrojar la basura a un contenedor. Era el día de la manifestación constitucionalista. La víspera fue la independentista.
Barcelona y, por extensión, Cataluña empieza a ser una expresión nefasta del tsunami populista que parece inundar el mundo, de Chile a Hong Kong, de Ecuador o Bolivia a Irak... Un tsunami en cuya cresta de la ola surfea un Quim Torra dispuesto a llegar “Tan lejos como la gente quiere que llegue” porque “el pueblo así nos lo pide y tenemos que estar a su altura”. ¿Qué gente? ¿Qué pueblo? El sábado, una manifestación concentraba a miles de personas bajo el lema “¡Llibertat!” Con el matiz subyacente de “¡Contra la represión del Estado español en las calles!” Es de suponer que se refería a los condenados por el Tribunal Supremo, aunque cada vez se habla menos de ellos o se proclama menos en pancartas, pintadas y manifestaciones. Acabó, otra vez, como el rosario de la aurora. Al día siguiente, ayer domingo, salieron a la calle los constitucionalistas “¡Por la concordia, por Cataluña!” y contra el procés que acabó como dios manda, en pacífica dispersión. En verdad que importa poco en donde hubo más o menos asistencia. Lo fundamental es saber a qué gente y a qué pueblo se refiere el presunto presidente de la Generalitat. Lo mismo que importa ya un bledo lo que hayan dicho unos u otros en sus proclamas y manifiestos. Tan poco como los programas electorales, puesto que teóricamente estamos en campaña electoral. El problema es que la lluvia fina acaba calando. Y cuando se reclama “¡Llibertat!” acaba no sabiéndose a ciencia cierta a que se refiere: si se trata de los condenados o de un país supuestamente oprimido.
Vaya por delante que me parece una absoluta astracanada eso de la inhumación del Dictador. Me gustaría incluso saber qué pensarían de ello militantes antifranquistas que fueron víctimas de tortura y pasaron tantos y tantos años de cárcel en prisión: Marcos Ana, Miguel Núñez, Sánchez Montero, Camacho… miles y miles. Por desgracia, ya no pueden hablar. Más allá del adefesio que es ese osario del Valle de los Caídos. ¿Acaso eso dará algún voto a alguien? Tal vez, a Vox. Empiezo a creer que Pedro Sánchez convocó elecciones para hacer un favor a Pablo Casado. Hace tiempo que me pregunto cómo es posible que con tanto antifranquista y antifascista, más allá del debate académico sobre ello, como parece haber ahora, el Dictador duró tanto tiempo y murió en la cama, aunque fuera hecho un asco. Pero las palabras siempre tienen un doble filo. A fuerza de utilizarlas aviesamente, acaban identificando al adversario o, simplemente, al otro con su significado. El independentismo siempre ha sido creativo en la utilización del lenguaje. Un reciente programa de TV3, que ha motivado la denuncia de las asociaciones profesionales, aludía sibilinamente a los Mossos de Esquadra como “perros rabiosos” por su comportamiento en los disturbios de estos días pasados. En Euzkadi se definía como txakurras (perros) a las fuerzas de seguridad. Para los Ertzainas se reservaba el calificativo de cipayos, los colonizados que servían a la colonia. Al fin y al cabo, es un matiz diferenciador entre lo propio y lo ajeno.
Recopilar simplemente los titulares de prensa de una semana, es un ejercicio delirante. Esto, ni se entiende ni se explica. Hasta el modoso y educado Oriol Junqueras se torna soez y descortés afirmando que “el indulto se lo pueden meter por donde les quepa". Y no es lo mismo en que por, lugar frente a trayectoria. Justo el mismo día en que proclamaba que “Pere Aragonès es un candidato cualificadísimo para presidir la Generalitat”. Para que poco después Torrent, el presidente del Parlament, Roger Torrent, se ofreciera para inmolarse admitiendo una resolución, por más que se debata después del 10N, pidiendo el derecho de autodeterminación. ¿Hay que leerlo en clave interna? Solo faltaba la esposa del fantoche Quim Torra, entendido como títere de Carles Puigdemont, en un escrache indepe en el consulado de China. En definitiva, un sindiós.