El 28 de octubre de 1990, un treintañero José Antich revelaba en El País un bosquejo de las líneas del Programa 2000. En su crónica constataba quiénes lo habían elaborado --Jordi Pujol, Miquel Roca, Macià Alavedra, Joan Guitart, Joan Vallvé y Josep Laporte-- y recordaba que el documento ya estaba circulando entre los consejeros y demás secretarios generales de los departamentos desde el verano de 1989.
Es sabido que el objetivo principal de dicho programa era debilitar el Estado social y democrático de derecho, en tanto que negaba la igualdad entre los ciudadanos y atacaba indirectamente la separación de poderes, que debían ser inoculados y ocupados por nacionalistas, al servicio de su credo. En este proyecto se añadía la estratégica “sensibilización ciudadana hacia el reforzamiento del alma social”, mediante el incentivo de “tener más hijos para garantizar su personalidad colectiva”, vigilando “la composición de los tribunales de oposición” para todo el profesorado, catalanizando la enseñanza, e introduciendo “gente nacionalista en todos los puestos claves de los medios comunicación” o en “los cargos directivos de las instituciones financieras”, además de “incidir sobre la administración de justicia y orden público con criterios nacionales”.
No hubo reacción en el Gobierno español ante la descarada intención del nacionalismo catalán de modelar la Comunidad Autónoma a su medida. Mientras, Pujol canalizaba las ansiedades identitarias de sus juventudes nacionalistas (los Rull, Turull, Forn y pujolets de entonces), reconducía las pulsiones de los grupos más extremos (MDT, CUP y Crida) y administraba la memoria histórica de ERC, liderada por un servil Hortolà. El lema convergente “Anem per feina!” de 1979 se concretaba de manera clara y meridiana para los suyos. Pero para que el Programa 2000 fuera un éxito, fue clave el PSC, primero por equidistante y después por cómplice.
¿Y ahora qué? El final del Programa 2000 no acaba con la sentencia, no habrá sumisión ni acatamiento al Estado de derecho, al contrario. En Lledoners, los líderes independentistas han tenido tiempo y espacio para elaborar y reinventar su proyecto, que también puede tener el horizonte de una década para su cumplimiento, o cómo seguir poniendo huevos independentistas sin necesidad de gallinas. Ese plausible Programa 2030 puede estar listo para ser filtrado en el momento más adecuado. Y, mientras llega esa fecha, la clave vuelve a ser el PSC, que transitoriamente puede recoger las nueces sin necesidad de haber vareado el árbol. Recordemos que fue Iceta quien en un ejercicio de prospectiva planteó que si, llegado el momento, el 65% de los votantes apoyaran la independencia, los socialistas se replantearían su posición, es decir, dejarían la equidistancia para retornar a ser cómplice en tanto que partido catalanista puesto de perfil.
La sentencia no ha solucionado el problema. Los demócratas pueden invitar a los identitarios a retornar al Estado de derecho, pero como nacionalistas es de esperar que tarde o temprano den una coz a la convivencia y a la democracia. Su cinismo no tiene enmienda. Así se comportó Diógenes cuando fue invitado en una reluciente casa y el dueño le pidió que no escupiese en el suelo. Su reacción fue escupirle en la cara. El anfitrión le preguntó por qué lo había hecho, y el filósofo cínico le respondió: “Porque es el único sitio sucio de la casa”. Y, pese a todo, siempre habrá alguno que prefiera limpiarse el escupitajo y poner el otro lado de la cara, porque ante todo está el derecho a la libertad de expresión y a la confrontación, el huevo antes que la gallina.