La meteorología y la economía son dos ciencias que se parecen bastante: explican perfectamente lo que ha pasado, pero no siempre aciertan en sus vaticinios. Además, la influencia del hombre puede modificar la evolución natural de los fenómenos. Nadie duda de la importancia del comportamiento del ser humano en el cambio climático, ni del sentimiento de una sociedad como principal catalizador de los grandes cambios de ciclo económico; las profecías, especialmente las negativas, tienden a autocumplirse. Cuando la preocupación sobre la situación de la economía prende en la sociedad, el comportamiento de familias y empresas suele acelerar su frenazo.
Es cierto que la corriente de fondo no es positiva, tenemos mil y una razones para preocuparnos: Brexit, guerra comercial, inestabilidad política, transformación del modelo productivo... pero no es menos cierto que todavía hay datos objetivos para el optimismo.
En septiembre, repuntaron casi un 20% las ventas de automóviles, los turistas gastan un 2,7% más que hace un año, el número de afiliados en la Seguridad Social está en zona de récord, y las estadísticas reflejaron dicho mes con el menor número de parados de los últimos 11 años.
Pero para quienes les gusta ver la botella medio vacía, comparan la venta de coches con un septiembre de 2018 horrible por el lío, aún no resuelto, del cambio de las homologaciones, dicen que el número absoluto de turistas ha caído un 0,5%, y que el crecimiento de la mejoría interanual del empleo se está ralentizando, estando solo en el 3,8%.
Si solo escuchamos a los agoreros, las empresas han de lanzar planes de ajuste y las familias, ahorrar. Haciendo solo eso, y con el entorno macro no muy optimista, es más que probable que antes de un año entremos en recesión.
Es verdad que al no tener Gobierno al menos hasta enero de 2020, y Presupuestos acordes a la realidad económica actual hasta quién sabe cuándo, las políticas fiscales no pueden ser más que parches. Pero hay margen de maniobra, como demuestra el plan especial de ayudas (300 millones) para tratar de rebajar el impacto de la quiebra de Thomas Cook. Cuando se quiere, se pueden hacer cosas.
Nuestra sociedad necesita más dinero en el sistema, y eso solo se logra incentivando de manera finalista, concreta y real. No se trata de hacer un nuevo plan E, no caben más rotondas en España, ni de regalar 200, 500 o 1.000 euros a cada español, sino de invertir en actividades que muevan la economía real, y hay muchísimas maneras de hacerlo.
Se puede activar, y dotar económicamente, un plan renove que busque modernizar el parque de vehículos, no subvencionar las últimas, y más caras, novedades. Si alguien tiene un coche sin etiqueta o con etiqueta B, si se compra un coche con etiqueta “más ecológica”, habría que ayudarle: sea un coche eléctrico, híbrido, de gasolina, diésel o a pedales. Ni más ni menos lo que hace desde febrero de este año el único Gobierno que funciona en España, el vasco, que contempla la mejoría de emisiones y pone un tope al precio del coche subvencionable por tipo de motor.
Se pueden activar líneas de financiación, con o sin el ICO, para que las empresas inviertan en la necesaria transformación digital, para facilitar la exportación, para absorber percances empresariales o para realizar inversiones. Y se puede financiar a las familias para instalar energía renovable en autoconsumo, para mejorar el aislamiento de las viviendas o, por qué no, para hacer turismo en la España vaciada. Hay que dotar de recursos económicos a la Ley de Dependencia, porque además de solucionar problemas concretos, se puede crear empleo. Hay que ayudar a las familias a tener hijos, no solo dando más vacaciones a los padres, sino con subvenciones a las guarderías, que también crean empleo. Y hay que pagar lo que se le debe a las autonomías para que el dinero fluya.
Pero se puede ser más creativo y ayudar a los ayuntamientos para que contraten personas para limpiar bosques, actuando preventivamente contra los incendios forestales, se deben incrementar las dotaciones de las distintas policías en una sociedad con creciente criminalidad, hay que ayudar económicamente a los ayuntamientos de la España vaciada a mantener sus escuelas o médicos o, cuando menos, a que sus ciudadanos se puedan desplazar a pueblos vecinos con más servicios. Hay que hacer cosas que generen empleo y lleguen al ciudadano, aunque no den pie a una foto en el momento de su inauguración. Basta ya de obras sin sentido.
Lo importante es que corra el dinero. Es mucho mejor subvencionar e invertir que pagar subsidios de desempleo. No hay que asfixiar fiscalmente, hay que incentivar el gasto. La liquidez no debe estancarse en las grandes instituciones, sino que debe regar la economía real de una manera mínimamente inteligente. Europa no va a ser especialmente estricta con el déficit en 2020, y sería una pena volver a quemar el cartucho de la incentivación como hicimos en la crisis anterior, ya llegarán los ajustes en 2021. No actuemos como si ya hubiese una crisis, porque si lo hacemos, seguro que la habrá. Pero sobre todo… ¡hagamos algo!