La unidad está sobrevalorada. En realidad, es un mito: ni existe ni ha existido nunca, pero los líderes políticos no se cansan de apelar a ella. Lo hacen las derechas: a PP, Cs y Vox no se les cae de la boca la invocación a la unidad de España. Una unidad que ellos y sólo ellos, dicen, representan y que está gravemente amenazada. Y las izquierdas, que se pasan el día diciendo desear la unidad de las fuerzas de progreso. Un imposible. Si un partido de izquierdas tiene más de dos miembros es porque se avecina una escisión. Para la izquierda el verdadero enemigo no es la derecha, sino otra izquierda. Pasa también en las religiones: los no creyentes son paganos con los que dialogar o a quienes convencer; los que comparten un sistema de creencias pero discrepan en parte, esos son herejes a los que sólo se puede redimir con la hoguera.
Hoy por hoy están en grave peligro todas las unidades. La de Occidente, por las bravuconadas intempestivas de Donald Trump; la de Europa, por el Brexit y las tendencias ultraderechistas de Polonia o Hungría; la de España, por mil motivos; la de Cataluña, por mil y uno. Incluso la Iglesia ve con pavor cómo las evidencias de pederastia en su seno ponen en cuestión la unidad del clero.
El resultado son diversos llamamientos a la unidad, pasando por alto que partido viene de parte. De todo se deriva totalitario.
Si bien se mira, cuando alguien utiliza el argumento de que la unidad es necesaria, seguro que intenta timar al personal.
En los sistemas políticos (los Estados), la organización de la convivencia no es más que la armonización de intereses contrapuestos y, a veces, incluso contradictorios. Ante el conflicto caben dos salidas: el pacto o los tortazos. El problema de los tortazos es que no siempre se está seguro de ganar, de modo que la gente, en general, acaba optando por el pacto.
Es propio de la negociación el uso del engaño para obtener ventajas. Por ejemplo, Pablo Iglesias ha hecho estos días unas declaraciones en las que sugería que, dada la crítica situación que vive España (recurso al todo), el Rey debería intervenir y aconsejar a Pedro Sánchez que aceptara el gobierno de coalición que defiende Unidas Podemos. Es decir: el bien de la patria coincide, vaya por Dios, con los intereses de Pablo Iglesias.
En el bando contrario, los socialistas rechazan ese gobierno de coalición, no porque no les convenga sino porque es, una vez más, lo que conviene a España. Precisamente por eso, por España, es por lo que deberían abstenerse los partidos rivales de la derecha. O sea, que el PSOE interpreta que los intereses del todo son, mira tú, nada menos que los suyos.
Es curiosa la tendencia de no pocos políticos a copiar el lema que hubo durante años al frente de los cuarteles de la Guardia Civil: “Todo por la patria”. Una patria en la que nunca hay intereses particulares. Bueno, sí: los del contrario, los propios son siempre altruistas y unitarios.
Los partidarios del Brexit hablan en nombre del Reino Unido; Trump sostiene que sus políticas sólo buscan una América grande (otra vez). Para Rivera, todo lo que no sea hacerle caso es un atentado contra España, mientras que para el PP es un enemigo incluso algún miembro del PP, como acaba de verse en el País Vasco. Junqueras y el huido tampoco tienen intereses propios: ellos sólo piensan en Cataluña, hablan en nombre de Cataluña y si alguien les critica es porque se dedica, claro está, a atacar a Cataluña.
Hay una coincidencia en estos discursos: la idea de que la unión hace la fuerza y de que hay intereses comunes a todos los individuos de una comunidad, por encima de los intereses particulares. Una afirmación que no resiste la evidencia: ¿de qué sirve a un desahuciado por el Santander o el BBVA que Ana Botín gané más dinero o Francisco González tenga una jubilación de oro? ¿Qué tienen en común Cayetana Álvarez de Toledo o Inés y Arrimadas con una trabajadora eventual o sin contrato de un hotel de costa?
Y a pesar de eso, hay quien cree que esa metáfora de “remar todos en el mismo sentido” tiene algún tipo de contenido. Como si todos tuvieran el mismo proyecto, el mismo destino; como, si en realidad, cuando se habla de remar, todos agarraran el remo. Y no es así, algunos piensan en controlar el timón, otros en cobrar entrada y otros ni siquiera se mantienen en la nave y se van a Bélgica. Eso sí, por la unidad de la patria amenazada.
A ver si un día se descubre dónde reside la verdadera amenaza.