La batalla de Barcelona tiene dos escenarios: la beatitud tras las paredes de los palacios de la plaza de Sant Jaume y la inseguridad en la calle. Mellada tradicionalmente en su entraña mestiza (Raval y Gótico, las dos orillas), la ciudad tampoco consigue sanar sus nuevas heridas, en el frente marítimo. Entre el 22@y la Villa Olímpica hay un no man’s land verdaderamente pintoresco, si no fuera por el yuyu que da a altas horas. La alcaldesa Colau y el consejero de Interior, Miquel Buch, (el máximo responsable legal) van cada uno por su cuenta, mientras sus policías, Guardia Urbana y Mossos d’Esquadra, colaboran frente al delito en plazas, andenes y aceras. Ambos cuerpos lo hacen de buena fe, pero sin la coordinación de un mando unificado, con Buch poniendo palos en las ruedas.
El conseller tiene una lógica etrusca: cuanto peor mejor y, si al final se arma el gran lío, ya vendrán los del garrote, que duermen en el Piolín del Puerto, para acabar de agudizar las contradicciones. Este hombre empezó, como todos, chapoteando de boquilla aquello de “la calle es mía”, hasta acabar en la amarga realidad actual del espacio público desprotegido. Guy Debord, progre extemporáneo, lo expresó así de claro: “el futuro pertenece al transeúnte”; pues allí te las compongas.
Mientras tanto, el rencor crece. A las patrullas de vecinos en las calles de Ciutat Vella, se les suman ahora grupos que operan on line al estilo de los Helpers, una plataforma colaborativa de más de 20.000 usuarios que denuncian en la red atracos a turistas, ocupaciones y actos vandálicos. El fenómeno no es exclusivo sino global (Londres, Bruselas o París también lo sufren). En este magma abunda la denuncia detrás del anonimato y destaca un tremendismo muchas veces alejado de la realidad. Además, bastantes mensajes de las plataformas digitales contra el delito rezuman xenofobia. Como es bien sabido, los migrantes son un chivo expiatorio para una sociedad que, arrasada por una ideología excluyente (el nacionalismo), ya no se reconoce. La docilidad social a la que aspiramos exige que nos veamos a través del “otro”, hasta el día en que llegamos a la conclusión de que el “otro” es distinto de nosotros; y es entonces, cuando lo convertimos en enemigo.
¿Qué pasa con el otro, el migrante? ¿Ha venido a comerse parte de mi pastel o simplemente no es prou català? La procacidad de estas preguntas no merece respuesta pero tengamos en cuenta que, en el jardín de la inseguridad, la figura del enemigo se encapsula y resiste ante los embates de la civilización. Qué asco. Yo también añoro a Rubianes, nen (se lo digo a El Flaco, García Poveda, trotamundos de cámara en ristre y amigo del gran comediante desaparecido).
En medio del desbarajuste, hay un poli bueno, Albert Batlle, teniente de alcalde de Prevención y Seguridad, que tapona los desagües sin contar demasiado con una edil esquiva en los asuntos institucionalmente duros. Previene sin apabullar; elimina al top manta porque no es una manera “digna” de vivir y “nuestra obligación como administración es encontrar vías de inserción para estas personas”. Todo sin contar para nada con Interior, donde a diario sestea el burócrata acolchado en la vida muelle de la vanguardia indepe. En 2014, Batlle fue nombrado director de la policía y tres años más tarde, a pocos meses del referéndum del 1-O, se bajo del tren de la locura y presentó su domisión al exconsejero Joaquím Forn. Batlle volvió al Ayuntamiento en la lista del PSC, pero representando a Units per Avançar, un partido nuevo de centroizquierda catalanista de inspiración humanista y de raíces cristianas. Prometió resultados en un año y ya te digo yo que sí. Este trabaja: “Esto no es Lourdes, pero le daremos la vuelta”. Guante de seda, corazón caliente y cabeza fría. Se le ven cositas, sin resquebrajar la unidad del gobierno municipal.
El latrocinio, el crimen y la bullanga son destellos falsamente románticos de la Rosa de Foc. Lo dice la experiencia: cada vez que el orden ha fallado por falta de autoridad legítima o por abandono del Govern, como ocurre ahora, la inseguridad ciudadana ha sido el pórtico de una revuelta. Pero en manos de los levantiscos sin seso no haremos ninguna revolución, ni nacional ni social, por mas cascos amarillos a la parisina que se pongan los asamblearios en la inminente Diada. Estos últimos, esforzados letristas de palo y tentetieso, están convencidos de su gran papel frente a lo que consideran la Ocupación; son antiguos, viven en entornos intelectualmente ignotos, poseen un desparpajo de alpargata y festejan sus alegrías en el celofán de las banderas. Son como los defensores de la imprenta en un tiempo en que Gutenberg ha sido revocado por los hechos.
Lejos de la solución de la delincuencia en Barcelona, el Govern suma y sigue en su intercambio de humillaciones con Madrid. Da gusto ver a Torra en la villa y corte dando palos de ciego a un poder que ni lo escucha ni lo ve, como pudimos comprobar en Madrid el pasado jueves, en un desayuno de Europa Press. Amenazó sin convicción: “Si se condena a nuestros compañeros, no aceptaremos la sentencia y actuaremos en consecuencia”. A este hombre hermético de mejilla rosácea y corbata de pésimo gusto no le importa el aforo; papagayea de perfil y aplica un principio según el cual solo el combate contra el enemigo refuerza, en una sociedad, su condición de nación. Añado, por mi parte, una minúscula apostilla: “Solo la guerra permite elaborar un verdadero consenso nacional”, escribió Friedrich Ratzel, formulador del lebensraum (la teoría del espacio vital) y padre del biologismo germánico.
Torra se pone bravo ante la grada, cuidándose de no pisarle un callo al Derecho Penal; luego se mete en casa, protegido por una guardia de korps de decenas de Mossos, que pagamos todos. En el Parlament aburre a las moscas, pero se dirige a los portavoces de la ciudadanía con aires de caudillo: a su izquierda, el constitucionalismo, inútil legión de girondinos; a su derecha, la Montaña, grupo de atletas, sus muchachos. Por su parte, Buch hace dejación de su cargo y se esconde detrás de los recortes de 2005 -¡¡hace 15 años!!- practicados en la etapa de Tripartito. La suya es una prevaricación de bulto.