"Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba, con toda puntualidad; y, así, se dio luego orden como velase las armas en un corral grande que a un lado de la venta estaba, y recogiéndolas don Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba y, embrazando su adarga, asió de su lanza y con gentil continente, se comenzó a pasear delante de la pila; y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche” (I, 2).
Cree el común de los mortales que los políticos independentistas son como el resto de políticos, y yerra, pues no se han ido de vacaciones. Los preparativos del clima emocional del próximo 11-S han requerido de su constante y vigilante presencia. Algunos se habrán escapado de tanto en tanto a su casa del Ampurdán. Otros, como el ínclito y valeroso caballero Torrent, a les hores president del Parlament, ha velado las armas de su orden soberana y republicanista, aconsejado por el jefe de su partido, el ventero-castellano Junqueras. Y como en el capítulo cervantino, la noche ha confundido al imaginario caballero, y ha arreado contra todo aquel que se acercaba a alimentar sus bestias, sin distinguir si era o no de su credo nacionalcatalanista. Ante tal despropósito, su líder le ha instado a congraciarse, al menos, con el resto del mundanal separatista.
De ahí la última proclama de Torrent que ha sido, más que estratégica, preventiva ante el probable pinchazo del 11-S.
Con su habitual y gentil continente --léase elegante compostura--, anunció que la mejor respuesta a la inminente sentencia del procés ha de ser un gobierno de concentración, “una buena fórmula” que “representaría al 80% de la sociedad”. Su propuesta incluye a la CUP y los comuns. Quizás su mayúsculo error de cálculo proceda del contenido del imaginario volumen utilizado por Junqueras en la ceremonia, cuando le ordenó como caballero de su secta para presidir la Cámara. Recuerde el lector que el ejemplar con el que fue investido don Quijote caballero por el ventero-castellano era “un libro donde asentaba la paja y la cebada que daba a los arrieros”.
La lucidez cervantina es inalcanzable para el disparatado leal junqueriano. Confundir realidad y deseo es no distinguir la realidad de la ficción. ¡El 80%! ¿dónde aprendió a contar este aprendiz? ¿En la Escola Catalana? Sumen los porcentajes de votos de los grupos reconvenidos y obtendrán un resultado que apenas alcanza el 55% de los votantes. Ese ansiado gobierno de concentración apenas representaría al 40% de los electores, y a menos de una tercera parte de la sociedad.
La clave no está en el cacareado 80%, sino en la propuesta de un gobierno de concentración. El uso de ese término parece calmar los nervios de los militantes y dirigentes de Òmnium y de la ANC, pero en la práctica está condenado, pues no se trataría de un gobierno de concentración de partidos de diferentes ideologías, sino de un gobierno de reconcentración con una ideología populista e identitaria, transversal y compartida. Y qué mejor reivindicación en el contexto de la palmaria crisis de autoridad que atraviesa Cataluña. Pero ya saben, lo peor de cualquier ambiente reconcentrado es ese olor nauseabundo y poco saludable que emana tanto cuerpo sudoroso y cansado con este interminable procés, tan corrupto en sus orígenes como tragicómico en su fase final.
Quizás una solución a tanto despropósito nacionalista sea la que el ventero le dio a don Quijote con tal de que dejase en paz con sus delirios de identidad a él, a sus trabajadoras y a sus huéspedes: “Por verle fuera de la venta, con no menos retóricas, aunque con más breves palabras, respondió a las suyas y, sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir a la buen hora”. Eso sí, siempre que no molesten más, si es diálogo lo que quieren.