Elogio del Quijote del ilustre caballero Ignacio Vidal-Folch
El columnista de 'Crónica Global' alerta de las lecturas negativas que la ideología de lo políticamente correcto puede hacer de la gran novela cervantina y de otras obras clásicas
13 abril, 2018 00:00La segunda sesión del ciclo Don Quijote en Barcelona, organizadas por el CLAC y dirigidas por Andreu Jaume, tuvo como protagonista, con permiso de Cervantes, al escritor Ignacio Vidal-Folch, que, cual caballero andante, no titubeó en presentar su intervención como una defensa de El Quijote. Es cierto que la obra de Cervantes aún no ha sido objeto de críticas políticamente correctas ni de censura, sin embargo, apuntó Vidal-Folch, “en estos tiempos oscuros en los que está de moda demoler a las grandes obras literarias, es fácil pensar que no tardarán en censurar la obra de Cervantes, acusándola de ser clasista por el hecho de tener como protagonista a un caballero o de cosificar a la mujer, puesto que Dulcinea apenas habla a lo largo de la obra”. Ironías aparte, Vidal-Folch quiso que su intervención fuera, si no una defensa, sí un homenaje a una obra que ofrece inestimables placeres durante la lectura.
“El sostenido placer de El Quijote”, apuntó, “es escuchar a estos dos chifladitos hablar sin salirse nunca de su personalidad”. Y para disfrutar en tanto que lectores, no debe juzgarse a la obra según los parámetros contemporáneos, ni tampoco aludiendo a su posible complejidad. En este sentido, quizás temeroso de lo que pueda suceder, Vidal-Folch quiso elogiar la obra de Cervantes en un gesto que, en parte, respondía a “moda” de demonizar, aunque por motivos distintos, los clásicos. “Hace poco, una editora y escritora que aprecio publicó un extenso artículo contra San Nabokov”, comentó Vidal-Folch con la misma sorpresa o estupefacción que le causó “descubrir” de la mano de un “escritor que aprecio por su desenvoltura que “Ulises, la gran novela de Joyce, es un aburrimiento y no interesa. ¿Quién será el próximo autor? Lo siento por él, pero creo que el próximo será Shakespeare”, pues sus obras, según determinados parámetros, “pueden considerarse violentas”.
Si bien el escrutinio de hoy es, aparentemente, más severo del que llevaron a cabo por el cura y el barbero, lo cierto es que por el momento “la fama de Cervantes no ha flaqueado nunca” y, como apunta Francisco Rico, es posible decir que El Quijote es una de las pocas, quizás la única obra, que durante 400 años ha conservado su fama entre los lectores. “Esto no ha sucedido con Shakespeare”, comentó Vidal-Folch, “los dramaturgos neoclasicistas franceses desmerecieron las obras de Shakespeare como también hizo Tolstoi”.
Cuenta Vidal-Folch que, según escribió Mailer en una ocasión, “un día Tolstoi invitó a Chejov a su mansión. El joven escritor ruso, entusiasmado por ir a conocer al gran maestro, iba muy emocionado, pero nada más llegar a la mansión se encontró con centenares de personas allí reunidas y le resultó imposible hablar con Tolstoi. Cuando Chejov pensaba que había perdido el día y que no podría hablar con el maestro, éste le llamo para hablar con él en una zona más apartada. Es entonces cuando Tolstoi le dice a Chejov: ‘Mire Chejov, sus cuentos son buenísimos e, incluso, me hubiera gustado escribir algunos de ellos, pero su teatro, su teatro… es horroroso. Es usted aún peor que Shakespeare’”. Según Mailer, continúa Vidal-Folch, “de camino de regreso a Moscú y bajo un cielo estrellado, Tolstoi iba gritando: ‘¡Soy peor que Shakespeare!’”
Según Vidal-Folch, el próximo autor clásico en ser demonizado será Shakespeare porque sus obras, según determinados parámetros, “pueden considerarse violentas"
A Cervantes nunca le faltaron unos aplausos que continúan y deben continuar, porque, apuntó Vidal-Folch, no debe dejarse de leer El Quijote. “El otro día, Trapiello hablaba de las dificultades que presenta la lectura de El Quijote y es verdad que no es nuestro mismo castellano, pero tampoco está muy lejos de cómo hablamos hoy. Es cierto que, según como lo cojas, El Quijote puede rechazarte, pero por esto hay que escoger el momento vital adecuado para leerlo y la edición apropiada”. Ignacio Vidal-Folch se introdujo en las aventuras del hidalgo un verano ocioso, “durante el cual dedicada 4 ó 5 horas al día al leer El Quijote. Es cierto que no es la prosa del XXI, pero hay que acostumbrarse”. Y para acostumbrarse en necesaria una buena edición, “rechazar todas las ediciones pomposas, con las ilustraciones de Doré, encuadernadas en cuero difíciles de manejar, así como las ediciones de bolsillo, que te dejan ciego. Personalmente, le tengo particular cariño a la edición de Martín de Riquer, aunque seguro que la reciente edición de Francisco Rico es igual de competente”.
Y es en aquella edición de Riquer, “la que todos hemos leído”, donde Vidal-Folch se entusiasmó por el episodio en el que, ya en Barcelona, Don Antonio lleva a Don Quijote y a Sancho a ver la cabeza parlante, “una especie de oráculo, una engañifa muy común en la Madrid del XVIII. “Sin embargo, para comprender este episodio hay que retrotraernos hasta uno de los episodios más celebrados, el de la bajada de Don Quijote a la cueva de Montesinos, “famosa en la zona, una cueva prodigiosa”.
Atado a una cuerda, Don Quijote desciende hasta la cueva, donde permanece una escasa media hora y, una vez en superficie, “mareado por las visiones que ha tenido, Don Quijote relata lo que ha visto: "espabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto. Con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos, por certificarme si era yo mismo el que allí estaba o algún fantasma vano y contrahecho; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora. Ofrecióseme luego a la vista un real y suntuoso palacio o alcázar, cuyos muros y paredes parecían de transparente y claro cristal fabricados; del cual, abriéndose dos grandes puertas, vi que por ellas salía y hacia mí se venía un venerable anciano, vestido con un capuz de bayeta morada que por el suelo le arrastraba. Ceñíale los hombros y los pechos una beca de colegial, de raso verde; cubríale la cabeza una gorra milanesa negra, y la barba, canísima, le pasaba de la cintura; no traía arma ninguna, sino un rosario de cuentas en la mano, mayores que medianas nueces, y los dieces asimismo como huevos medianos de avestruz. El continente, el paso, la gravedad y la anchísima presencia, cada cosa de por sí y todas juntas, me suspendieron y admiraron”.
El escritor catalán sitúa en el encuentro de don Quijote con la 'cabeza parlante' el gran momento de duda del héroe cervantino, a partir del cual se quiebra la ilusión de su locura
Lo curioso de este episodio, así como de muchos otros, dijo Vidal-Folch, es ver la reacción de los personajes que rodean a Don Quijote: “Algunos se dan cuenta de que está como una regadera y se ríen de él, pero muchos otros, dándose cuenta de su locura, le siguen la corriente por puro placer. En este sentido, la representación que nos brinda de España es de un país donde había mucha gente que quería pasárselo bien”. Para Cervantes, la diversión, sin embargo, no iba acompañada de la ofensa, de ahí la complicidad de los otros personajes con Don Quijote, pues como se dice en la propia novela “el daño no es gracioso”. El universo “feliz y delirante” que nos brinda Cervantes, sin embargo, no es eterno y para Vidal-Folch el delirio, fruto de la ingeniosa locura de Don Quijote, llega a su fin cuando el hidalgo comienza a desconfiar de sí mismo, cuando la locura empieza a dar paso a la cordura. “Don Quijote recobra completamente la cordura en su lecho de muerte, sin embargo, frente a la cabeza parlante, ya podemos ver a un Don Quijote que desconfía de sí mismo”. En efecto, “Don Quijote le pregunta a la cabeza parlante si aquello que vio en la cueva de Montesinos era verdad o era un sueño. Este es uno de los momentos más tristes, Don Quijote duda de sí mismo y cuando empieza a dudar empieza a perder la locura. El libro se precipita en esta frase”.
La España que muestra 'El Quijote' es, según Vidal Folch, la de un país donde la gente quería pasárselo bien por puro placer
El hombre cansado de estar solo con sus mundos es aquel que interroga a las brujas, a los símbolos o las cabezas parlantes en busca de interlocución, pero ¿qué sucede cuando se pregunta desde la desconfianza? ¿Cuándo uno ya no se engaña? ¿Cuándo uno, dudando de sí, ya no cree en las respuestas engañosas de los otros? Esto es lo que le pasa a Don Quijote frente a la cabeza parlante, atracción que Cirlot, en su ensayo Feria y atracciones, consideraba la principal de todo parque de atracciones.
Para Cirlot, comentó al final de su intervención Vidal-Folch, “viajar es lo más bonito que hay, porque nos saca de nuestra rutina; sin embargo, no siempre es posible viajar. Entonces, vamos a ver películas o leemos libros, pero también nos cansamos de ello, porque queremos vivir la experiencia directamente y no por delegación. Entonces, algunos ingenuos, algunos espíritus libres, disfrutan de las ferias y de las atracciones”, donde encuentran aquella experiencia que de ninguna otra manera pueden vivir. Sin embargo, ¿qué sucede cuando ni tan siquiera se disfruta de las atracciones? ¿Cuándo las atracciones se nos aparecen como un sueño? Frente a la cabeza parlante, Don Quijote deja de creer y comienza a desconfiar; los molinos dejan de ser gigantes y las visiones dentro de la cueva de Montesinos, un sueño.