El procés independentista catalán parece haberse amortiguado de manera bastante evidente en los últimos meses. Hay quien dice que ya no volverá a tomar el brillo que había tenido y que la decoloración de la profusión de banderas y lazos amarillos de la calle es más que una metáfora de su situación. Representa el estado de ánimo de una colectividad agotada por la tensión de una movilización que ya dura ocho años, en la que a las promesas incumplidas le suceden nuevas promesas ya escasamente creíbles para una parroquia que, al menos a una parte de la cual, se la ve bastante desanimada.
Una prueba de este retraimiento del proceso, dicen los politólogos, sería la rotura evidente de su unidad estratégica. ERC habría apostado por una realpolitik consistente en un giro moderado que les ha llevado a practicar lo que ahora se llama "independentismo constitucionalista", lo que evidentemente resulta una contradicción en los términos y, sobre todo, en relación a lo que habían practicado hasta hace poco tiempo. Joan Tardà sería el cocinero de esta mutación, se supone que bendecida por Junqueras, y escenificada de manera poco creíble en Madrid por el que algunos independentistas califican como "Rufián y Lleida". Me imagino al auténtico Duran partiéndose de risa. Mientras tanto, los dos posibles candidatos de Esquerra --Aragonés y Torrent-- afilan los cuchillos y van tomando posiciones para el que también será un notorio conflicto interno. No todo el mundo en ERC asume el Camino de Damasco recorrido por aquellos que dicen la prioridad es ahora ensanchar el movimiento.
En la otra orilla de la movida independentista, existe una amalgama de grupos y estrategias poco unificadas, pero que convergen en continuar unidas en torno a la figura ya poco más que grotesca de Puigdemont, el cual a pesar de haber desaparecido del primer plano, parece tramar y urdir en torno a los nombres y siglas de su constelación. Tiene a favor la capacidad de hacer giros de guion continuados en el movimiento, un evidente talento para la performance y sin duda buenas dosis de popularidad entre el independentismo más irredentista, tal como se vio en los resultados de las elecciones europeas. Tiene en contra una fragmentación evidente, un patético presidente “suplente” en la Generalitat, el haber quemado gran cantidad de nombres que habían sido presentados como los nuevos líderes de "el interior", las ganas de Artur Mas de volver o la pretensión de antiguos convergentes de reducirlo a la condición de "reina sin gobierno". Cuenta Puigdemont con fuerzas de agitación notables como son la ANC de la inefable Elisenda Paluzie que este verano ha asumido el papel de Juana de Arco del independentismo más alocado o los CDR actuando como fuerzas de asalto contra la alevosía de los moderados, echándoles estiércol tanto de manera metafórica como literal.
El otoño nos deparará, por supuesto, emociones fuertes y supongo que giros inesperados e impensables. El cómo se haga y se desarrolle la Diada tendrá su importancia, como la tendrán también la conmemoración del 17-O o bien de los aniversarios de los encarcelamientos. En medio, o al final, de todo ello, la sentencia sobre el juicio del 1-O, la que se considerará por unos la madre de todas las batallas y, por otros, lo que dará el termómetro a la situación y debería permitir iniciar procesos de salida de tal callejón sin escapatoria. Casi todo el mundo da por hecho que la sentencia será condenatoria y la discrepancia o el interrogante radica en su dureza. El independentismo unilateralista desea una condena grave que permita reforzar su discurso deslegitimador del poder judicial español y de la propia democracia, apelando a una supuesta y orquestada venganza contra el independentismo. Es aquí donde la sentimentalidad volverá a ser predominante y donde cualquier posicionamiento constructivo o de moderación “procesista” puede quedar arrasado. Resulta difícil de creer que ERC soporte esta presión y aguante la posición. Quien consiga imponer su relato mediático en los medios públicos tendrá bastante importancia en establecer cuál es el sector que devendrá hegemónico.
Y todo ello en un contexto político español inestable por la constitución o no de un gobierno de izquierdas o de greña política descarnada por la repetición de elecciones. Se podrían añadir, también, las olas de un Brexit que probablemente con Boris Johnson será muy traumático, o bien la tormenta en mar abierto, de momento sólo comercial, entre Trump y China. ¡Uf!