Como la memoria es frágil, recordemos que hace un año la rentrée política en Cataluña empezó marcada por la amenaza de un “otoño caliente”. Se decía que venían curvas, que lo peor podía estar por llegar. El propio Quim Torra se encargó de solemnizar ese clima de desafío con un discurso en el Teatre Nacional pocos días antes de la Diada, y a menos de un mes del primer aniversario del 1-O. El president propuso el inicio de una “gran marcha por los derechos civiles como la que hizo Martín Luther King”, nuevamente abusando de la historia, para que cada catalán la hiciera suya “desde mañana mismo hasta que se emitan las sentencias”, anunció. Huelga decir que de esa marcha nunca más se supo, y que un año después el independentismo todavía no sabe qué respuesta unitaria dar a un veredicto que muy probablemente será de culpabilidad con penas de cárcel para la mayoría de los acusados.
Esa amenaza de “otoño caliente” en 2018 acabó en un ridículo espantoso para Torra y los suyos. En el primer aniversario del referéndum, la policía autonómica repartió estopa ante las puertas del Parlament cuando un grupo violento intentó forzar su entrada, seguramente amparados en que por la mañana el president había dado las gracias a los “amics dels CDR que apreteu, i feu bé d’apretar”, afirmó alegremente para estupor de propios y extraños. En noviembre, fue el Govern quien sufrió en sus carnes un otoño social caliente con huelgas en el sector público (médicos, profesores, bomberos, funcionarios y estudiantes). Y, en diciembre, el intento de boicotear la celebración del Consejo de Ministros en Barcelona no solo acabó en un fracaso clamoroso, sino que nos regaló una imagen para la historia: la de un mosso encarándose ante un agente rural de la Generalitat que ayudaba a un grupo revoltoso de los CDR alegando que lo hacía para defender la república catalana, al que replicó: “què república ni què collons, la república no existeix, idiota!”. Fue un jarro de agua helada para los más irredentos.
Eso es todo lo que dio de sí el temido “otoño caliente” de hace un año. Hubo la tradicional concentración de la Diada convocada por la ANC y algunas otras manifestaciones de protesta bastante menores alrededor del 1-O, pero no paso nada. Y pese a la “injusta e insoportable represión”, tantas veces denunciada por las entidades civiles, Torra no abrió las cárceles catalanas, y en primavera los presos fueron trasladados a Madrid para asistir al juicio en el Tribunal Supremo. En todo este tiempo, la única desobediencia del president ha sido negarse a retirar a tiempo la pancarta a favor de los “presos políticos” del balcón del Palau de la Generalitat, en vísperas de las elecciones generales de abril pasado. Por ello será juzgado dentro de pocas semanas ante el TSJC. Y no pasará nada.
Y en este último cuatrimestre de 2019 ocurrirá otro tanto. El “tsunami democràtic” y la amenaza de “ho tornarem a fer” quedarán en un simple juego pirotécnico de los partidos y las entidades separatistas para entretener a su parroquia. La cosa alcanza extremos tan ridículos que ayer Mònica Terribas en Catalunya Ràdio esgrimió como gran razonamiento de que “si sabemos poco [de esos anunciados actos que han de desbordar al Estado] tal vez va en serio”. Sin duda es un argumento periodístico riguroso y, por cierto, muy bien retribuido. Pues no, tampoco este año habrá desobediencia más allá de algunos incidentes callejeros cuando se conozcan las penas. La respuesta a la sentencia no será formar un Govern de concentración como quiere Roger Torrent (los comunes ya han dicho que nones). Ni el Parlament intentará investir a Puigdemont como se dijo la semana pasada (idea que ya ha sido abandonada por impracticable), ni se convocarán elecciones en otoño como postula Joan Tardà y la mayoría en ERC, tanto por la negativa de JxCat como por la posible coincidencia con una más que probable repetición de las generales el 10 de noviembre. Puede que ni tan si quiera se aprueben los presupuestos catalanes para 2020. Lo más probable es que no haya ningún tipo de respuesta unitaria a la sentencia, sino un incremento de la parálisis del Govern. Entonces sí, tal vez en primavera volvamos a las urnas en Cataluña, aunque ya veremos. Ocurra lo que ocurra, den por seguro que el año próximo, en septiembre, como será el tercer aniversario del 1-O, los independentistas más fanáticos volverán a la carga con la esperanza de que “a la tercera vaya a la vencida”, aunque pronto se darán cuenta de que “ni a la de tres”. Ante la pesadez propagandística de cada rentrée, mejor ríanse.