El 28 de abril, de forma abrumadora, los votantes de izquierda y progresistas acudieron a las urnas como fruto de una ilusión recuperada por el triunfo de la moción de censura. Sus objetivos eran dos: 1) cerrar el paso a un gobierno de las derechas tripartitas; y 2) conseguir una mayoría parlamentaria que permitiera un gobierno que recuperara a la sociedad española de los recortes austericidas de los gobiernos de Rajoy y diera un salto adelante en la consecución de una sociedad más justa e igualitaria, a la vez que hiciera frente a los grandes retos de futuro, económicos, ecológicos y sociales.
Los votantes ilusionados tenían muy claros los objetivos estratégicos que tenían en mente, y que coinciden en gran manera con los planteados a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias por los líderes sindicales de CCOO y UGT en las reuniones que han mantenido con ambos. Derogación de la reforma laboral del PP, consolidación del sistema público de pensiones eliminando los aspectos regresivos de la reforma unilateral del PP; refuerzo de los servicios públicos que más duramente han sufrido los recortes de la crisis: educación, sanidad y dependencia; hacer frente al necesario cambio del sistema productivo español hacia un sistema más compatible con las necesidades ecológicas, es decir dirigirnos sin ambajes hacia una transición ecológica justa, que tenga en cuenta los ritmos y no perjudique al conjunto de los trabajadores.
También avanzar en un sistema impositivo compatible con los sistemas europeos más avanzados, más impuestos progresivos que permitan unos mejores servicios públicos para todos. Unos impuestos que graven a los más ricos, a las grandes fortunas patrimoniales, a las sociedades y a los beneficios que obtienen en nuestro territorio las grandes empresas españolas e internacionales. Para ello hace falta una reforma fiscal en profundidad, para que dejen de ser los trabajadores los que tanto a través del impuesto de la renta como de impuestos indirectos como el IVA sean los que más contribuyen a los ingresos fiscales. Es imprescindible que los grandes monopolios que controlan los grandes servicios como las eléctricas, bancarias y otras, esas empresas privadas que se nutren del Estado, aporten sus ingresos al conjunto de la sociedad de la que se benefician.
Es necesaria una reforma territorial, especialmente en lo referente a un sistema de financiación desfasado, a partir del principio del compromiso de las comunidades autónomas de responsabilizarse no sólo del gasto público, sino también del mantenimiento de criterios de recaudación impositiva homogéneos que impidan el dumping fiscal entre comunidades. Estas, entre otras prioridades que comporten una reducción de los niveles de desigualdad, una mejora de los salarios, la disminución de la precariedad en el desempleo, la mejora y defensa de las libertades y de la igualdad del conjunto de la ciudadanos, son algunas de las razones que llevaron a la ciudadanía progresista a movilizarse y votar masivamente.
Pero después ha aparecido el vacío de aquellos a quienes habíamos dado nuestro voto y en quienes habíamos depositado nuestra confianza. Y ha aparecido la cara más oscura de la política. La politiquería y el partidismo en el sentido más negativo de esos conceptos. Los intereses de grupo, de clan y hasta personales se han antepuesto de forma vergonzante ante todos. No hemos visto por ninguna de las partes voluntad de acuerdo. A los votantes lo que nos importa son los objetivos y las políticas. El acuerdo para llevar a cabo de forma conjunta unas políticas determinadas, el acuerdo estratégico programático. El cómo nos va a afectar y mejorar nuestra vida las políticas futuras de un gobierno y una mayoría parlamentaria.
¡Déjense de cuentos chinos! Nos importan las políticas, no quiénes las gestionan, que deben ser los que puedan hacerlo mejor. En Europa tenemos suficientes ejemplos de cómo se conforman gobiernos con mayorías parlamentarias o con gobiernos de coalición, sólo hace falta ver el gobierno de Portugal en minoría con acuerdo con otros dos partidos; en Dinamarca en minoría con acuerdo de cuatro partidos; o como en Finlandia con un gobierno de coalición de cinco partidos. Y todos ellos con políticas de izquierdas.
Pedro Sánchez tiene que hacérselo mirar. Nos ha dado la ilusión y después lo hemos visto desganado a la hora de concretar políticas y acuerdos. Algunos pensamos que su reciente historia de recuperación de la secretaria general, luchando contra el aparato, nos iba a deparar una dirección socialista nueva y diferente. Lo pareció en los meses de la anterior legislatura, pero ahora parece volverse hacia la pasada historia del PSOE, en lugar de dirigir su mirada hacia un futuro que, digámoslo claro, precisa de más unidad con la izquierda, de más socialdemocracia, y de menos social-liberalismo. Se equivocará Pedro Sánchez si no es capaz de ver que su única posibilidad para un futuro de hegemonía de su partido es mantener un giro a la izquierda.
Pablo Iglesias parece no querer aprender. Triunfó demasiado pronto y sin demasiado esfuerzo, pero a partir de ahí su situación se ha ido deteriorando cada vez más. Triunfó en su momento sustrayendo ilusiones y votantes de otras fuerzas de la izquierda alternativa, para acabar oteando el camino hacia la subalternidad. No se puede quejar de su situación al no tener una ideología clara, sin estrategia, que ha cambiado de forma constante basándose más en una pura sucesión de tácticas. Sin una organización digna de ese nombre. Se encuentra ahora en una difícil situación. Ha tenido un fuerte descenso en las elecciones generales, que ha sido apabullante en las autonómicas, municipales y europeas. Se equivoca si pretende superar esta situación a través de la única política de forzar su entrada en el gobierno. Iglesias y Podemos lamentablemente no tienen una imagen de partido serio y previsible, por tanto es lógico que creen suspicacia sobre cuál va a ser su comportamiento dentro de un gobierno. Podemos no tiene la credibilidad ni la previsibilidad que pudieran tener el PCE, IU o ICV en otro momento. En definitiva, este es su gran problema.
Muchos votantes estamos muy decepcionados con los partidos mayoritarios de la izquierda, y muchos suspiramos pensado: ¿Quién fuera valenciano y poder votar a Compromís, a Oltra, a Ribó, a Baldoví?. Porque los vemos diferentes, no engañan, son rigurosos, serios y previsibles.
En la actualidad hace falta una recomposición de fuerzas de la izquierda alternativa tanto a nivel autonómico como estatal alrededor de una opción política que se estructure como un partido con militantes, cuotas y debates, con una base ideológica en torno a los “tres hilos. El ROJO tradicional de la izquierda vinculado a la centralidad del trabajo; el VERDE del ecosocialismo que haga frente a los retos del planeta; y el LILA del feminismo de la perspectiva de género que genera igualdad”. Hace falta la aparición de una fuerza de la IZQUIERDA VERDE global o formada por una federación de Izquierdas Ecosocialistas que nos devuelva la esperanza en una política claramente de izquierdas, previsible y con ideología, estrategia y organización serias y fundamentadas.