El día 20 de julio de 1969 Neil Amstrong descendía por las escaleras del módulo del Apolo 11 y pisaba la luna por primera vez en la historia del ser humano (fíjense que no he dicho “hombre”). El acontecimiento fue seguido por radio y televisión por 530 millones de personas, alrededor de una sexta parte de la población de la Tierra, que por aquel entonces sumaba 3.100 millones, de los cuales más de la mitad eran mujeres. Al día siguiente la noticia fue recogida universalmente por las portadas de los periódicos. The New York Times tituló la gesta como la mayoría de los medios: “El hombre camina sobre la luna”.
Hoy tal titular hubiese desatado una ola de protestas entre mujeres y hombres por su tinte machista. El lenguaje inclusivo apuntaría a un titular como éste: “El ser humano camina sobre la luna”. Es verdad que fue un hombre el primero que pisó el satélite de la Tierra, pero también lo es que cientos de mujeres contribuyeron al éxito de la misión. En cualquier caso, tales titulares eran fruto de la cultura de aquella época, en la que la mujer apenas comenzaba a emanciparse y a participar en todos los ámbitos económicos y sociales.
Sin embargo, ninguna mujer ha llegado aún a la luna. La NASA anunció el pasado 17 de junio que la misión Artemisa, sucesora del programa Apolo, lanzará una nave en 2024 con destino a la luna, y en ella viajará la primera fémina que, si tiene éxito, pondrá su pie sobre el astro. La agencia espacial norteamericana cuenta con 12 astronautas en nómina (científicas, médicas y pilotos). Una o dos de ellas formarán parte de la tripulación de cuatro astronautas que intentará repetir la hazaña 55 años después del primer alunizaje.
Es posible que los estadounidenses ganen la carrera por situar a una mujer en la luna. Se sacarían así la espina de no ser los primeros en mandar a una fémina al espacio. El 16 de junio de 1963, la astronauta rusa Valentina Tereshkova, de 26 años de edad, se convirtió en la primera mujer en viajar al espacio exterior. La cosmonauta se mantuvo 70 horas en vuelo, durante las cuales dio 48 vueltas a la Tierra. Era la sexta misión del programa Vostok, cuya primera edición fue protagonizada por Yuri Gagarin, el primer humano en salir de la órbita terrestre.
A los ejecutivos españoles (plural de mujeres y hombres) nos ha costado salir de la órbita nacional. Y si pensamos solo en mujeres, el exterior ha sido un espacio prácticamente reservado para hombres durante todo el siglo XX. Apenas un puñado de mujeres tuvieron el arrojo de dejar atrás España para desarrollar una carrera internacional. De hecho, siguen siendo noticia mujeres como Rebeca Minguela, la única española que figura desde 2017 en la lista de los 100 líderes jóvenes del Foro Económico Mundial.
Rebeca es un buen ejemplo de emprendimiento en todos los sentidos. Su viaje empezó hace 37 años en la localidad segoviana de Cuéllar. Estudió en Madrid ingeniería de Telecomunicaciones, para luego dejar atrás la frontera española y estudiar un máster en tecnologías de la información en Stuttgart, al mismo tiempo que cursaba en la UNED el graduado en Administración de Empresas. Un MBA en Harvard culmina su magnífico currículo académico.
En el ámbito laboral fue fundadora de Blink, una plataforma de descuentos hoteleros que compró el gigante Groupon al año y medio de lanzar la compañía. Dirigió durante un año y dos meses el proceso de transformación digital de Banco Santander, pero es evidente que su vocación emprendedora tira más que su vertiente corporativa. Actualmente dirige Clarity desde Nueva York, donde reside. La empresa fundada por ella declara la misión de intentar resolver el problema de la ineficiencia y la desigualdad en la asignación de capital mediante la creación de una red universal y una herramienta automatizada de evaluación de compañías, proyectos, gobiernos y ONGs.
Otro buen ejemplo es Belén Garijo, consejera delegada de Merck Healthcare, la única mujer con tal responsabilidad ejecutiva en una empresa que cotiza en el índice bursátil de referencia en Alemania, el DAX. “Las próximas generaciones serán más”, afirmó la directiva en uno de los reportajes españoles en los que ha aparecido. Su primer destino fue París, justo antes de trasladarse a los alrededores de Frankfurt, donde trabaja y reside.
El escaso nivel de conocimiento que hay sobre las carreras de Rebeca y Belén es fruto de la escasez de mujeres españolas en posiciones elevadas en el ámbito internacional, circunstancia que está conectada, a su vez, con la insuficiente presencia de féminas en los directorios de las empresas españolas. El Indice Spencer Stuart de Consejos de Administración cifra en 212 el número de consejeras en las 100 primeras empresas españolas, lo que representa un 19,5% sobre el total de miembros en el máximo órgano de dirección.
Este porcentaje es ligeramente superior en las compañías que cotizan en el IBEX 35, donde las mujeres representan el 22,8%, según el estudio realizado por Informa titulado Presencia de las mujeres en la empresa española. Aunque este porcentaje, que corresponde a 2017, supera con mucho el 3,3% registrado en 2005 (solo 17 consejeras), queda lejos aún del 30% recomendado por el Código de Buen Gobierno (conocido popularmente como Código Conthe) para el año 2020 y del umbral del 40% que fija la Comisión Europea.
“El aumento del talento femenino en los consejos es un catalizador del cambio en todos los niveles de la empresa, algo urgente para lograr que los mejores profesionales ocupen las posiciones que merecen con independencia de su género. Hoy las empresas demandan un nuevo tipo de consejero, preparado y dispuesto a asumir nuevas responsabilidades. Y en esta renovación es necesario contar con el mejor talento. Además, estamos convencidos del efecto tractor que tiene la presencia de mujeres en los Consejos para mejorar su posición en el resto de la organización y, por tanto, en otros ámbitos más allá de la empresa”. Esta cita pertenece a Gonzalo Sánchez, presidente de PwC España, y figura en el informe del programa Women to Watch que impulsa la firma.
No obstante, más allá de los porcentajes y los ejemplos de Rebeca y Belén, son miles ya las mujeres que estudian y trabajan fuera de España. Ellas son la cantera que pondrá en valor una generación de mujeres que ha perdido el miedo a volar, que ha logrado desprenderse de los temores que naturalmente provoca salir de la zona conocida, el espacio territorial y emocional de confort en el que habitualmente nos movemos.
Cuantas más sean las mujeres cuya trayectoria quede reflejada, como la estela que dejan los aviones, en el cielo que ven las jóvenes de nuestro tiempo, menores serán los miedos a dejar atrás un nido que, como consecuencia de la globalización, se ha quedado pequeño y ya no ofrece la seguridad de los tiempos analógicos. Porque no hay mejor nido que el crea una misma con el calor de los suyos allí donde lo necesita.