En el ejercicio actual, la economía mundial no va bien. Han aparecido los primeros signos de ralentización en EEUU, el crecimiento de la zona euro es decepcionante, el PIB de China aumenta al menor ritmo de la última década y algunos países emergentes, tales como Argentina y Turquía, padecen una importante crisis económica.
Una coyuntura que impacta negativamente en los beneficios de las empresas multinacionales y provoca que las proyecciones de ganancias realizadas el pasado año por muchos de sus directivos no se vayan a cumplir. Un gran número de dichas compañías van a vender una cantidad inferior a la prevista y a ganar menos por cada unidad vendida.
La principal explicación de los decepcionantes resultados de muchas de ellas estará en el auge del proteccionismo. Por un lado, afectará negativamente a la demanda mundial de bienes, al reducir el ritmo de crecimiento de la actividad económica. Por el otro, aumentará los costes de las empresas, al dificultar la deslocalización de sus actividades productivas y absorber aquellas parte del importe de los nuevos aranceles o del aumento de los antiguos.
A pesar de dichas perspectivas, las principales bolsas mundiales han tenido un magnífico semestre. El Standard & Poor’s 500, el principal índice bursátil de EEUU, obtuvo un nuevo máximo histórico el pasado 20 de junio (2.954,18 puntos). En los últimos seis meses, la subida ha sido del 17,3% y ha permitido la continuidad de la racha alcista más larga de su historia (empezó el 9 de marzo de 2009).
En Europa, la ralentización de la economía no ha afectado negativamente a las bolsas. Los índices alemán (DAX 30), italiano (FTSE MIB 40), francés (CAC 40), británico (FTSE 100) y español (Ibex 35) han ganado el 17,2%, 15,8%, 12,9%, 10,4 y 7,7%, respectivamente. Una evolución muy diferente a la observada en el pasado año, en el que todos presentaron notables pérdidas.
La explicación al aparente contrasentido tiene dos partes. La primera indica que las bolsas, aunque otorgan una gran importancia a las expectativas de crecimiento económico, también valoran mucho las de los tipos de interés. La segunda sostiene que los inversores han valorado en el último semestre más las buenas que las malas noticias. En otras palabras, las perspectivas de un gran cambio en la política monetaria de EEUU y la Unión Monetaria Europea a las decepcionantes previsiones de beneficios de muchas empresas.
En los últimos meses, las previsibles subidas de tipos en ambas zonas han dejado paso a posibles bajadas. Los principales motivos son una menor tasa de inflación prevista y la necesidad de nuevos estímulos monetarios para sostener el nivel de la actividad económica.
A finales del pasado año, la mayoría de analistas esperaba que el tipo de referencia en EEUU pasara del 2,5% al 3% en 2019 y que el BCE lo subiera por primera vez desde 2011. En cambio, en la actualidad, la previsión es que la Reserva Federal empiece a bajarlo en julio y en la eurozona alcance un valor negativo (disminuya del 0% al – 0,10%). Además, no es descartable que el BCE vuelva a realizar compras netas de deuda pública o privada.
A los analistas más precavidos, entre los que me incluyo, las anteriores subidas bursátiles nos generan una sensación agridulce. Es la que se deriva de que no estén respaldadas por su componente más natural (un considerable crecimiento de los beneficios futuros) sino por uno sumamente artificial (una elevada y creciente liquidez)
En el último semestre, esta última ha permitido ganancias en casi cualquier activo o producto financiero. Así, por ejemplo, la rentabilidad ponderada de los fondos monetarios y de renta fija a corto y largo plazo que invierten en la zona euro ha sido del 0,07%, 0,45% y 1,4%, respectivamente. Aunque es escasa, el resultado obtenido contrasta con la previsión del consenso del mercado de finales del pasado año: pérdidas en las tres categorías en 2019.
En definitiva, en los seis primeros meses del ejercicio actual, las bolsas y la economía han tomado una distinta dirección. No obstante, según mi parecer, no tardarán en ir correlacionadas. Dicha correlación tendrá lugar cuando los decepcionantes beneficios presentados por algunas de las más grandes compañías tecnológicas de EEUU provoquen una gran caída de sus principales índices bursátiles. Una disminución de las cotizaciones que provocará la sustitución del actual ciclo alcista por uno bajista.
Si así sucede, la bajada de los tipos de interés ayudará a mitigar aquella, pero no impedirá que el efecto pobreza haga que dicho país caiga temporalmente en recesión. Una contracción económica mucho más suave que la advertida en 2008 y 2009 y bastante similar, tanto por la causa como por la duración, a la observada en 2001.
Las bolsas europeas no seguirán la estela de Wall Street, pero tendrán difícil conseguir significativas subidas. Una de las más baratas será la española, que continuará lastrada por el gran peso de los bancos en el Ibex 35, pues estos no empezarán a despegar bursátilmente hasta que el BCE empiece a subir su tipo de interés de referencia.
Por tanto, aunque a priori parezca lo contrario, el riesgo de la inversión bursátil ha aumentado en el último semestre. Ahora no es un buen momento para entrar en las bolsas y probablemente sí lo sea para salir.