Listo para sentencia. Abandonen la sala, por favor. Así acabó la última sesión del juicio a los dirigentes del prusés encausados. El juez Marchena parecía decir: déjennos solos, porque ahora nos toca a nosotros.
Como observadora de la política me chocan algunos comportamientos humanos. Creo que existe una gran contradicción cuando los líderes independentistas defienden de forma imperturbable que ellos no hicieron nada por lo que tengan que ser juzgados. Paralelamente, miles de personas espontáneamente, no se sabe por qué, actuaron coordinadamente los mismos días a las mismas horas, y se enfrentaron cuerpo a cuerpo a la Guardia Civil, utilizando las mismas técnicas, sin que nadie hubiera hecho nada para movilizarlos, pero convencidos de que sus dirigentes les decían verdades como puños.
Estos dirigentes, después de cuatro meses de escuchar diferentes puntos de vista, siguen con el mismo discurso y ni siquiera reconocen que engañaron a su gente. Nadie mostró arrepentimiento, y en su alocución final hablaron para sus correligionarios, más que para el tribunal. Como si fuera más importante seguir mintiendo a las personas que seguían sus alegatos, deseosas de recibir consignas, que rebañar alguno de los años que les pide la acusación. El juicio ha sido impecable y ha habido regañinas para todos, pero siguen diciendo que el juicio es una pantomima y como no creen en la separación de poderes, culpan al gobierno de su falta de libertad.
Junqueras, al igual que otros líderes independentistas, dice que esto no tendría que haber llegado a los tribunales y pidió sacar el problema catalán de los juzgados y encontrar una vía política. Estoy de acuerdo con la segunda parte, pero me parece independiente de la primera. ¿Cómo se puede pensar que por el hecho de ostentar un cargo político se pueda uno saltar la ley sin que pase nada? Afirman que sólo era un pulso al Estado, aunque ellos eran parte de ese Estado. ¿Es así la república que corre por sus venas?
Aunque sigo pensando que la política ha estado ausente, sorprende que no se les pase por la cabeza la relación obvia que existe entre saltarse la ley y correr el peligro de que la justicia te castigue por ello. Ahí empieza la judicialización de la política.
Me queda una sensación amarga. Me pasa siempre que no comprendo a mis congéneres. No comprendo cómo alguien puede estar dispuesto a arriesgar la vida por una hipótesis de futuro tan poco relacionada con la realidad. Hablan de la República Catalana como si existiera, como si realmente se creyeran que representan a un pueblo oprimido, arrogándose la categoría de héroes incomprendidos y la representación del “pueblo de Cataluña”. Poseedores de la verdad, como son, no necesitan tener ni siquiera la mayoría de la población para hablar en nombre de ella como un todo homogéneo; no necesitan respetar la ley; van a vencer porque son los buenos de la película que han montado y se creen con derecho a agredir y a insultar a quien no piensa como ellos. ¿De verdad no ven que más de la mitad de la población no los sigue? ¿Se creen realmente que nuestra democracia se asemeja a la de Turquía? ¿Se creen de verdad que con sólo desearlo cualquier república (aún por definir) es más democrática que la democracia que tenemos? ¿Mandando los mismos a los que ahora no les duelen prendas para saltarse la ley? ¿No confunden la fantasía con la realidad?