Superado el interminable ciclo electoral --y en plena negociación de pactos-- es momento de empezar a valorar los resultados de unas elecciones en las que hemos renovado todas nuestras instituciones políticas, desde los municipios al Parlamento Europeo.
Al margen de los apoyos alcanzados por unos u otros, el partido que más me ha llamado la atención es Ciudadanos. Una formación que representó un enorme revulsivo tanto en Cataluña como en España y que, no hace tanto, consiguió ser la fuerza más votada en Cataluña y liderar las encuestas para gobernar España. El panorama ha cambiado a gran velocidad y, hoy, Ciudadanos parece desorientado y atrapado. Así lo percibo, especialmente por algunas imágenes y declaraciones recientes. Entre otras, las siguientes.
- La desmedida felicidad del PP pese a sufrir una gran pérdida de votos y dejar de ser el partido más votado como, por ejemplo, acaba de suceder en la Comunidad y la Alcaldía de Madrid. Una alegría desbordante basada en que, al situarse por delante de Ciudadanos, éste no tiene más alternativa que facilitarle sus escaños para gobernar.
- También sorprende la contundente negativa de Ciudadanos a cualquier negociación con el PSOE para, sin embargo, alcanzar acuerdos por la vía rápida --cuando no automática-- con Vox. No es de extrañar que se le considere como uno más en el bloque de derechas liderado por el PP.
- Su obsesión con la reducción generalizada de impuestos que llevó a Albert Rivera, en el debate previo a las elecciones generales, a recurrir al niño huérfano andaluz que no podía pagar el impuesto de sucesiones. La aproximación tan simplista como populista en cuestiones impositivas, no responde a la personalidad de un partido genuinamente liberal que pretende modernizar la vida política española. Y hace dudar de su consistencia programática.
En este sentido, resulta paradigmático lo sucedido tras las elecciones autonómicas andaluzas del pasado diciembre. La conformación de una mayoría parlamentaria, compuesta por PP, Ciudadanos y Vox, requirió de negociaciones que se prolongaron durante semanas. Pero bastaron unos minutos para comprometerse, los tres partidos, en eliminar sucesiones y patrimonio y abordar una gran rebaja en el tramo autonómico del IRPF.
Para gobernar es indispensable el principio de realidad y una determinada doctrina política. Ni es tan sencillo reducir la fiscalidad, ni el liberalismo consiste en bajar impuestos. Muchas corrientes autodenominadas liberales dicen inspirarse en Adam Smith pero, a menudo, dudo que lo hayan leído.
Esta dinámica, de no revertirla rápidamente, conduce a Ciudadanos a un papel secundario y triste. Sin embargo, aún disfruta de una posición suficiente para recomponerse y, de una vez, ofrecer un programa estable y coherente. De lo contrario, debilitado el independentismo en Cataluña y desaparecida la generación del PP afectada por tantos casos de corrupción, su razón de ser irá difuminando y le resultará muy difícil convertirse en opción de gobierno.
Atrapados en una especie de espiral, creo que la única salida posible se la señala Manuel Valls. Su reacción rapidísima al resultado electoral en Barcelona es muestra de intuición, coraje y sentido de la responsabilidad. Veremos