Proponerse fortalecer el peso de España en la Unión Europea lleva tiempo siendo un recurso retórico de los sucesivos gobiernos pero no siempre respaldado por una estrategia de hechos. Tras su victoria en las generales, habrá que ver hasta qué punto Pedro Sánchez cumple con una vocación europea que ha venido ostentando como si los gobernantes anteriores no hubiesen pisado nunca Bruselas. En los pasillos del europoder cuenta más el caudal de paciencia combativa que las declaraciones de fervor europeísta porque la UE no es una ONG sino una cancha donde, sin tregua, compiten luchadores de sumo.
A la espera del cómputo electoral, los analistas han incidido mucho en que está en juego la confrontación de dos Europas, la de Macron y la de Salvini. Sin embargo, el menú con los votos ya contados quizás avale otra versión de la actualidad. En primer lugar, Macron está siendo un experto en vaguedades, en gestos de poco contenido, apelaciones internacionalistas y una flagrante incompetencia a la hora de atajar la erupción de los chalecos amarillos. Su popularidad es muy baja. Por su parte, todavía con un buen índice de aceptación, Matteo Salvini ha ido pasando de los ademanes rupturistas con Europa a un euroescepticismo que ahora dice querer cambiar la Unión Europea desde dentro pero su entrada al galope en el Parlamento europeo tan vez no sea tan espectacular como se anunció. Además, la falta de una estrategia conjunta de la derecha europea más dura puede aminorar su impacto postelectoral. Si es así, y con los eurodiputados de Macron presuntamente en el eurogrupo liberal, tanto el centroderecha como lo que queda de la socialdemocracia estarían en la curiosa y habitual posición geométrica de sumar para estabilizar y de alternarse para dar juego a sus propias identidades políticas, por diluidas que estén.
Una incógnita es el número de eurodiputados euroescépticos, pero aún importa más si el duopolio del PPE y la S&D logra copar el mainstream del parlamento europeo o si necesitarán un anexo liberal. Será un factor determinante a la hora de renovar la presidencia del Consejo Europeo- Donald Tusk ha cumplido con sus mandatos-, la Comisión Europea –Juncker no sigue- y también la presidencia del Banco Central Europeo. Mucho poder: eso requiere habilidad y contundencia. ¿La tendrá un gobierno de Pedro Sánchez si depende de Podemos? En estas circunstancias, el primer error del centroderecha en el Parlamento Europeo sería no reconocer cuales han sido sus debilidades: no averiguar hasta qué punto su acción política hizo posible la aparición de tantos partidos de extrema derecha. La tecnocracia puede alardear de eficacia pero no de persuasión electoral. Las tasas de participación siguen siendo muy bajas, aunque –según las encuestas más recientes- un 68 por ciento de la ciudadanía europea considera que su país sale beneficiado siendo miembro de la UE.
Una guerra comercial entre China y los Estados Unidos cambiaría las perspectivas económicas en la Unión Europea, del mismo modo que la gradación catastrófica que adopte el Brexit también importará, con Rusia al acecho y los ciberataques convertidos en costumbre. ¿Supranacionalidad y Estados Unidos de Europa o la Europa de las naciones que ya defendió De Gaulle? Probablemente, no estaremos en situaciones de todo o nada. Eso no va a ser Steve Bannon contra Soros, ni Macron contra Salvini.