Los dirigentes del secesionismo catalán sufren un grave déficit de comprensión de la realidad. Viven instalados de forma permanente en su propia ensoñación, eternamente ensimismados. Han llegado a convencerse de sus mentiras. Todo ello les lleva a constantes desilusiones y frustraciones. Ha vuelto a ocurrirles con la rápida réplica que Pedro Sánchez ha dado al incomprensible veto de los separatistas a Miquel Iceta como senador autonómico del PSC en sustitución del dimitido José Montilla, para presidir la alta cámara en la próxima legislatura. Se sentían tan felices, satisfechos y victoriosos tras la humillación infligida a Iceta y a su partido, cuando de pronto aparece Sánchez, se saca un doble as de la manga y anuncia que no será solo uno, sino que serán dos los socialistas catalanes que ahora presidirán las dos cámaras legislativas: en el Congreso de Diputados, Meritxell Batet, y en el Senado, Manuel Cruz.
Con Pedro Sánchez no se juega. Los separatistas catalanes deberían saberlo; ya han tenido pruebas más que sobradas sobre la capacidad de resistencia del ahora presidente del Gobierno de España en funciones. Lo demostró con creces en su esforzado trabajo de recuperación de la dirección del PSOE después de su desalojo. Lo demostró también en su muy trabajada moción de censura a Mariano Rajoy que le condujo a la Moncloa. Lo demostró de nuevo con su valentía al rechazar el chantaje secesionista al negarle sus votos para no verse obligado a convocar elecciones anticipadas. Volvió a demostrarlo al obtener una victoria electoral clara y contundente en los comicios del 28-A. Ahora, a la manera de respuesta inmediata y contundente, el máximo líder del PSOE ha dejado estupefactos y desconcertados a aquellos que, saltándose las normas más elementales de la cortesía parlamentaria, rompiendo una práctica que se ha mantenido inamovible desde la plena restauración de la autonomía catalana e incluso transgrediendo la ley, se negaron a ratificar la designación de Iceta como sustituto del dimitido Montilla.
Convencidos a sí mismos de las mentiras tan reiteradamente dichas según las cuales viven en la República Catalana, los dirigentes de JxCat, ERC y la CUP, así como los líderes de la ANC y Òmnium Cultural, tanto da donde ahora resida cada uno de ellos --huidos en el extranjero, en Bélgica, en Reino Unido o en Suiza, en Soto del Real o en Alcalá Meco, o en cualquier lugar de Cataluña-- no se han percatado todavía de su creciente irrelevancia en el panorama político español. Es muy cierto que, para desgracia de todos, siguen siendo los causantes de un problema de Estado tan grave como importante. Pero ahora ya no cuentan tanto como contaron hasta hace muy poco. Después del 28-A, aquellas elecciones generales que ellos mismos provocaron, han dejado de ser no ya decisivos, sino ni tan siquiera relevantes. Ahora, por mucho que les cueste reconocerlo, ya no son imprescindibles, ni tan solo necesarios, ni para la nueva investidura presidencial de Pedro Sánchez ni tampoco lo han sido para la elección de los componentes de las mesas del Congreso y el Senado, de las que han quedado excluidos. Anatematizados por PP, C’s y Vox, criticados con dureza por UP y PNV, han querido tomar el pelo a los socialistas, con Iceta como víctima propiciatoria, y han salido trasquilados.
Los dirigentes políticos y sociales del secesionismo catalán tal vez le hayan hecho un favor a Pedro Sánchez, porque con su incomprensible e injustificable veto a Miquel Iceta han puesto en evidencia que para todos ellos tanto el PSOE como el PSC no son simples rivales políticos sino auténticos adversarios, incluso enemigos. Su veto a Iceta ha roto relaciones humanas entre algunos diputados, unas relaciones que tardarán en poder ser recuperadas, pero ha tenido la virtualidad de demostrar la falsedad absoluta de la tan cacareada existencia de supuestos pactos y acuerdos secretos entre los socialistas y los separatistas catalanes. La contundente e inmediata respuesta que Sánchez les ha dado ha congelado las risas y las sonrisas de los que se consideraban ya tan contentos, felices y satisfechos, y que ahora han aprendido que con Pedro Sánchez no se juega.