Entre todos los regímenes autoritarios que en el mundo han sido, el peronismo es el más difícil de entender desde un punto de vista europeo. Aquí estamos acostumbrados a que nuestros dictadores dejen una herencia ideológica monolítica: un franquista de izquierdas es impensable, como un neonazi que simpatice con la socialdemocracia. En Argentina, por el contrario, se puede ser peronista de derechas, de izquierdas, de centro y de todo lo que se nos ocurra, lo cual conduce a la conclusión de que la ideología del general Perón servía para un barrido y para un fregado o, simplemente, no existía más allá de cuatro proclamas demagógicas que cualquiera puede interpretar como le dé la gana.
El escritor Osvaldo Soriano, que en paz descanse, lo explicó todo de manera muy didáctica en su novela (también llevada al cine, con Federico Luppi en el papel principal) No habrá más penas ni olvido, una especie de western contemporáneo en el que diferentes facciones del peronismo se cagaban a tiros mutuamente (perdón por el argentinismo) por el control de un poblacho perdido. En la película hay una secuencia que resume muy bien la situación: Luppi y sus amigos se han hecho fuertes en la comisaría del lugar y desde fuera los ametrallan los de la facción rival, cuyas balas se estrellan contra una frase escrita en letras enormes en la pared: “El mejor amigo de un peronista es otro peronista”.
Mientras en España no hay prácticamente nadie que se declare franquista, en Argentina hay peronistas de todo tipo para aburrir. Lo malo de los líderes a los que cada uno interpreta como más le conviene es que su vigencia se alarga excesivamente en el tiempo. Según mis amigos argentinos, no hay peronista bueno, ni los de izquierdas, ni los de derechas ni los de ningún sector. Pero el peronismo sigue gozando de una salud envidiable en su lugar de nacimiento.
Fijémonos en el ritorno vincitore de Cristina Fernández de Kirchner, que acaba de publicar sus memorias --escritas por una negra elegida para la ocasión, claro-- que ha titulado, con un cuajo impresionante, Sinceramente, aunque es legendaria su capacidad para mentir sin sonrojarse. Esta mujer --que ha sido acusada de corrupción, lucro ilegal y cosas peores (hay quien ve su mano tras ciertas muertes, digamos, extrañas)-- tiene fans a cascoporro, como se pudo ver en la presentación de su libro en la feria del ídem de Buenos Aires. De hecho, todo el mundo interpretó el acto como un anuncio no explícito de que vuelve a la carga pese a todos sus problemas con la justicia.
¿El síndrome Evita? No sería de extrañar. Con un toque a lo Hillary Clinton. Ya saben, esas mujeres que ante la viudedad o el cese del marido se empoderan a sí mismas, toman el mando e inician su propia carrera política. Eva Duarte se murió antes que su Juan Domingo y tuvo que conformarse con un papel secundario --recordemos el críptico eslogan “Perón cumple, Evita dignifica”--, pero la viuda de Kirchner (y su mejor alumna, según los que creen que su Néstor la familiarizó con las corruptelas y la mangancia) tiene varios años por delante para intentar recuperar el poder.
Entre que Macri no es precisamente Winston Churchill y que no hay manera de que los peronistas se extingan en la Argentina, la siniestra Cristina Fernández puede acabar de presidenta de la nación. El mejor cargo posible para alguien que arrastra unos problemillas con la justicia que nunca se acaban de aclarar.