Es en el momento de elaborar las candidaturas electorales cuando se pone más en evidencia la naturaleza de los partidos y plataformas políticas, así como sus limitaciones como organizaciones democráticas. La maquinaria se pone en marcha y, de manera abrupta, saltan por los aires los equilibrios establecidos entre las corrientes y familias internas que se habían ido configurando en tiempo de paz. Llegado el momento de reconocer afines, de castigar rivales y enemigos y de moverse con sigilo y rapidez todos aquellos que aspiran a convertir la militancia política en un cargo o prebenda. Tiempo de poca ideología y en cambio sí de intereses y ambiciones descarnadas. También el momento de hacer rodar cabezas y descabalgar contrincantes o gente poco adicta y escasamente de fiar. Como, a día de hoy, lo importante ya no son los programas que se presentan a las elecciones ni tampoco el nombre o renombre de los que configuran las listas, más allá del líder convertido en póster, importa poco la cualificación, virtudes y preparación de los que llenan las candidaturas electorales. Como en el ciclismo, en la dinámica partidista hay que saber coger "la escapada buena" y formar parte del pedazo del pelotón que llegará con ventaja a la meta. Aunque las buenas maneras no abundan mucho en ninguna parte a la hora de confeccionar listas, esta vez sin duda es en el sector independentista de Carles Puigdemont donde la brutalidad de las purgas y promociones ha llamado más la atención. La liquidación del PDCAT y de toda la cultura convergente ha sido total, absoluta y sin paliativos y no se ha tenido ningún respeto por la organización y su gente. Un estalinismo practicado a la catalana lo que ha extinguido cualquier pretensión de moderación o de diálogo, de intervención de los órganos del partido o bien de un simulacro de primarias. Listas encabezadas por prófugos o encarcelados y rellenadas con gente de fidelidad probada, presentándoles por circunscripciones en las que se les desconoce. La negación no sólo de la cordura, la practicidad y la política, sino también del sentido común.
De hecho, presentar candidatos paracaidistas, o "cuneros" en la jerga española, es una de las críticas más extendidas que se hace en el período de la Restauración de finales del siglo XIX, como un hábito vinculado al caciquismo y a los pucherazos tan típicos de la falsa democracia de la época. Resulta curiosa la naturalidad en que esto se viene practicando y ahora exagerando tanto en la política española como en la catalana, y la manera en que la cuestión va siendo aceptada con normalidad. Hace unos años, el catalanismo consideraba que repartir ministros como candidatos en toda la geografía española era una típica práctica política "española". Veo, sin embargo, que aquí se ha incorporado y aumentado la pulsión, con algunos rastros de justificación que aún lo empeoran. Resulta curiosa la candidatura de Álvarez de Toledo por el PP en Barcelona, pero también presentar en JxCat un candidato en Girona con el argumento de que dispone de una segunda residencia en la Costa Brava. No hace falta decir nada más.
Asimismo, esta vez nos hemos de tragar, en positivo, una extendida práctica del transfuguismo. En esto también parece que “el procesismo” lo justifica todo. Resulta bien legítimo cambiar de marco ideológico, de partido y de todo lo que se quiera en esta vida. No resulta creíble, pero, saltar de candidatura en candidatura como quien juega al juego de la oca. Dice poco en favor de los que lo practican, y aún menos de los partidos que lo amparan o lo promocionan. En este papel destaca ERC, que parece haber salido de compras en el mundo de los exsocialistas con ánimo de recolocación y también de los Comunes. Los cambios de maillot sin transición por un período de anonimato dicen poco en favor de quien lo hace, el que parece practicar ese principio marxista (de Groucho) según el cual "estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros". Cambios que casi siempre oscilan desde la izquierda política hacia posiciones más derechistas --y no al revés-- y con más posibilidades de "tocar poder". Un resituarse --y no pondré nombres-- que tiendo a pensar suele ser el retorno a la "casa del padre", a los grupos sociales e ideológicos de los que, en realidad, siempre se había formado parte.