Empezó la campaña electoral con la Semana Santa. Una situación de lo más extraña. Justo cuando se cumplen ochenta y ocho años del aniversario de la República, la de verdad, la de 1931, no la de mentirijillas de Cataluña. Fechas propias del asueto, las vacaciones, el divertimento, el cambio de aires, incluso de desprocesarse, de huir del procés, haciendo lo que se llama una escapada, a donde sea o como sea… Tiempos para evadirse, aunque siempre con un antecedente de riesgo o situación adversa, en la medida que supone librarse de algo. Por ejemplo: ¡escapé por los pelos! En estas circunstancias, es complicado decidir hacia dónde orientar los pasos, los de caminar, no los de procesionar, sin riesgo de tropezar con algún acto de esta apasionante campaña que parece desarrollarse bajo el eslogan genérico de Todos contra todos.
Cuesta imaginarse a los candidatos de todo color y pelaje, acarreando sus propuestas cual costaleros bajo un paso de Berruguete, Martínez Montañés, Salzillo u otros maestros de la imaginería, y predicando sus buenos propósitos. Quien quiera armarse de paciencia, puede hacer un seguimiento de todas y cuantas propuestas aparezcan por los medios de comunicación de la geografía estatal y construir una especie de Celtiberia Show, para emular a Luis Carandell, con un sinfín de estupideces coleccionables. Es cosa de encontrar la cofradía adecuada. Nunca faltarán penitentes o nazarenos con el capirote y la túnica negra capaz de aterrorizar a cualquier niño. Mejor desfilar siempre con la cara cubierta porque el capirote viene de los tiempos de la Inquisición, para escarnio de los condenados, y el tonto de capirote era el que procesionaba a cara descubierta. Para las penas menores quedaba el Sambenito, aquella especie de poncho con la cruz de San Andrés destinado a quienes exponían públicamente el deseo de expiación de sus pecados.
Pero volvamos a la cosa de escapar. Hasta las agencias de viajes ofrecen hacer una escapada. Hubo incluso una película con ese nombre, La escapada, de Dino Risi, con Vittorio Gassman y Jean-Louis Trintignant, aunque originalmente titulada en italiano Il sorpasso, nombre mucho más adecuado para lo que muchos de sus protagonistas esperan de la campaña electoral. Sorpasso, como sinónimo de adelantar o superar, entró a formar parte del lenguaje político desde hace tiempo. Es, por ejemplo, lo que Podemos creyó que podía hacer con el PSOE, Ciudadanos quiere aplicar ahora al PP, como ERC aspira a superar a JxCat, mientras Sánchez confía en adelantar a todos… Lo del hombre de Waterloo ya es otra cosa: en realidad, le gustaría fumigar al PDeCAT. Lo mismo que es diferente lo de los comunes: Inmaculada Colau podría aspirar a hacer este próximo viernes de pasión de virgen de los Dolores, dada su aptitud para la comedia. Que qué decir del chiringuito de Dante Fachín, llamado Frente Republicano, que las malas lenguas dicen ha contado con extraños apoyos para su montaje. En fin, así podríamos seguir hasta el infinito electoral.
Lo de viajar siempre se ha tenido por un ejercicio recomendable para la mente y el espíritu. Xabier Arzalluz, el que fue presidente del PNV, ya recomendaba a sus conciudadanos pasar de Pancorbo, localidad burgalesa limítrofe con Euskadi, para tener una mejor comprensión del mundo, de España y de la propia tierra vasca. En el caso de Cataluña podría resumirse en un esfuerzo por cruzar el Ebro. Sin embargo, parece que los indepes no viajen, y mucho menos a Madrid, capital de ese depredador Estado español que tanto les sisa. Ello explicaría que en el AVE, como observaba recientemente Isabel Llauger en su blog de La Vanguardia, no se vea ni un lazo amarillo, ni en el tren ni los vagones. Una comprobación extensible al aeropuerto y los aviones. Y tampoco es cosa de sentarse a la salida de la estación o el aeropuerto para ver si, de regreso, con el aire cansado y la depresión del retorno, las solapas recuperan la marca de ictericia, que Joan Corominas no descartaba que el color amarillo venga precisamente de la enfermedad del hígado que amarillea el cuerpo. La querencia por el amarillo es ancestral y allá por la Edad Media siempre estuvo vinculado a la herejía, la tradición y la codicia, también para distinguir a los judíos, llegando a un momento enloquecidamente cumbre con la estrella amarilla que los nazis les obligaban a portar en lugar visible.
Tal parece que, en eso de mirar hacia afuera, de viajar de pensamiento y obra, las cosas estuvieran cambiando aunque sea poco, y el independentismo ofrece colaboración para gobernar. Primero fue Junqueras en nombre de ERC, empeñada ahora en ser el rostro amable y sensato del procés. Después ha llegado el turno de los presos de JxCat. Hasta Artur Mas, tal vez el político más nefando de la Cataluña moderna --sin querer quitar mérito a nadie-- dice que tiende puentes con Madrid e interlocuta con Iván Redondo, el jefe de gabinete de la Moncloa, buscando u ofreciéndose como tercera o cuarta vía, que tanto da, de solución a un tema que propagó cual nuevo Mesías. Tendría su gracia que el problema acabase mostrándose como la solución, que cosa distinta es que lo sea. Caramelos envenenados no le faltan al presidente del Gobierno: cada oferta de diálogo indepe es munición de calibre grueso para sus adversarios de la derecha.
En fin, el problema de escapar es cuando se torna reflexivo y adquiere cierto tufo a huida, con traslación a pirarse, largarse o irse. Así, puedes huir a Bélgica, aficionarte a los mejillones, los bombones y las patatas fritas y concluir que te has exiliado. Sin embargo, en España, y puesto que andamos en fechas de aniversario republicano, vale la pena subrayar que, cuando se habla de exilio, está implícita la idea de referirnos al que siguió a la guerra civil, para escapar de la represión y la muerte. Muchos hubieron de sufrir también lo que se llamó exilio interior, por contraposición a los que pudieron irse cargando tan solo con el fardo de los recuerdos para peregrinar por el mundo. El problema es que ir, puedes tratar de ir a muchos lugares, pero el participio ido, acaba teniendo el significado de locatis o falto de juicio.