Nadie sabe cuál será la definitiva magnitud real del desastre, pero todo apunta ya a que será bastante clara la derrota electoral de las candidaturas de lo poco que queda de la extinta Convergència Democràtica de Catalunya (CDC). Aquella heterogénea formación política fundada en el monasterio benedictino de Montserrat por Jordi Pujol y otros nacionalistas catalanes ya en las postrimerías de la dictadura franquista, puede desaparecer del mapa político catalán a partir de las elecciones del 28 de abril y del 26 de mayo.
CDC vivió su época de máximo poder con la coalición Convergència i Unió (CiU), constituida en 1978 con la histórica formación democristiana Unió Democràtica de Catalunya (UDC), prácticamente monopolizó el poder político en Catalunya durante los casi 24 años de sucesivos gobiernos de la Generalitat presididos por el mismo Pujol, entre el 8 de mayo de 1980 y el 20 de diciembre de 2003. Llegó primero, el 17 de junio de 2015, la disolución de CiU, vino un año después, el 8 de julio de 2016, la disolución de la misma CDC como consecuencia del escándalo protagonizado por su propio fundador, y desde entonces ha tenido una existencia convulsa, con numerosos cambios de denominación en sus candidaturas electorales desde que, ya con Artur Mas como presidente de la Generalitat y líder del partido, pasó del nacionalismo conservador moderado a un insólito furor secesionista sobrevenido, que ha tenido su continuidad bajo los insólitos liderazgos de Carles Puigdemont y Quim Torra.
Todas las encuestas preelectorales hasta ahora conocidas, tanto las públicas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat (CEO) como las privadas de mayor solvencia y rigor, como las publicadas esta misma semana por El Periódico de Catalunya y realizadas por el Grup d’Estudis d’Opinió (GESOP), apuntan a un descenso muy significativo de las expectativas de voto de lo que ahora es el Partit Demòcrata Europeu Català (PDeCAT) en las elecciones legislativas del próximo 28 de abril. Peores parecen ser los vaticinios correspondientes a los comicios europeos del 26 de mayo, que sin duda pueden tener consecuencias todavía más graves en las elecciones municipales convocadas el mismo día.
Visto lo visto durante estos últimos tiempos, en especial desde que Artur Mas se echó de repente al monte con sus proclamas secesionistas, con la vana intención de ampliar sus apoyos pero con el fatal resultado de una reducción de los mismos por el inapelable mandato de las urnas, y más aún desde que el veto de las Candidatures d’Unió Popular (CUP) al propio Mas hizo que éste convirtiese a Carles Puigdemont en presidente de la Generalitat, y finalmente la huida al extranjero de Puigdemont y algunos de los miembros de su gobierno hizo que un hasta entonces simple activista radical del separatismo como Quim Torra pasara a ser el nuevo presidente catalán, nada puede sorprendernos ya.
El independentismo mágico, capaz de tragarse toda clase de mentiras y falsedades sin inmutarse siquiera, viene actuando con una ceguera política difícilmente comparable en ningún otro país, en ninguna otra circunstancia. Con Quim Torra ejerciendo solo de forma vicaria y sin verdadero mando propio en el palacio de la Generalitat, sometido en cualquier caso tanto él como todos los miembros de su gobierno a los dictados de Carles Puigdemont desde su palacete de Waterloo, lo que apenas por unos segundos se nos quiso hacer creer que fue la República Catalana ni tan solo gestiona de verdad las muy amplias competencias que corresponden a la Generalitat según la Constitución y el Estatuto de Autonomía de Cataluña.
En la sociedad catalana se ha producido una fractura importante, que costará mucho reparar. Una fractura que no se corresponde a dos mitades enfrentadas entre sí sino a muchos fragmentos de un espejo roto. Algunos de estos pedazos corresponden a lo que fueron CDC y CiU, una parte muy significativa del catalanismo político. Cuando, esperemos que más pronto que tarde, llegue el fin de esta terrible y aparentemente interminable pesadilla del procés, alguien deberá intentar recomponer este espacio político. Hay personas preparadas y capaces para llevar a cabo esta tarea. Se detectan movimientos relevantes en este sentido. Cuanto mayor y más severa sea la derrota de lo que Carles Puigdemont y Quim Torra representan, tanto el 28-A como el 26-M, más fácil será proceder a la reconstrucción de este espacio, una vez consumada la liquidación por derribo.