Las fake news, noticias falsas, son tan antiguas como la información. Engloban la propagación de hechos falsos, titulares engañosos, ocultación de información, propaganda, censura y cualquier otro intento de manipular la opinión pública por motivos políticos, económicos o de cualquier índole. Su propagación se ha hecho a través de los medios de comunicación, los libelos, los libros y la escuela. La novedad no es su existencia sino la reacción de algunos grupos políticos y de comunicación ante la pérdida del monopolio de la información, o la desinformación, y sus consecuencias políticas y económicas, motivado por el auge de las redes sociales y la multiplicación de medios de comunicación on-line que con bajos presupuestos compiten con los grandes grupos mediáticos.
Las fake news dominan la información en los países sin libertad de prensa, o con una prensa entregada al poder político. Cataluña es un buen ejemplo. La Corporació Catalana de Mitjans Àudiovisuals (CCMA) tiene el liderazgo indiscutible en fake news. Salvo contadas excepciones, los medios catalanes están entregados a la ideología nacionalista dominante. Si Cataluña no es comparable con países sin libertad de prensa es por la existencia de medios estatales y por la ruptura del monopolio, por diarios digitales independientes, o de otro color político, y redes sociales.
Si se hace caso a algunos medios de comunicación parecería que las fake news son un invento de las redes sociales. Que los grandes grupos mediáticos son los defensores de la verdad. Que ellos no manipulan. Que no intoxican y tratan de orientar a la opinión pública según sus preferencias o dependencias. Que sólo Trump, Bolsonaro y aquí, la extrema derecha no secesionista, se dediquen a manipular a los electores.
Nada más lejos de la realidad. Podría referir multitud de ejemplos nada sofisticados vistos estos días en diarios autocalificados como “serios” y que dicen combatir las noticias falsas. Dos ejemplos de este fin de semana. Uno, el silencio sobre las agresiones a asistentes a la manifestación de Vox y el enfrentamiento de los CDR con los Mossos en un medio escrito. O la habitual condescendencia de muchos medios catalanes con grupos violentos independentistas o de extrema izquierda, o con la xenofobia de parte del nacionalismo catalán. Otra, un titular mentiroso: “Vargas Llosa ningunea a Rayuela”, si leías la noticia nada que ver, una simple opinión del Premio Nobel de que él prefiere los cuentos de Cortázar a Rayuela. Pero, claro, se trata de desprestigiar a un liberal antinacionalista.
Es cierto que los grandes medios manipulan de forma menos evidente que un vídeo o una foto sacada de contexto o directamente un montaje. Pero la acción permanente, no sólo en campañas electorales, de los medios es mucho más dañina y penetra en el subconsciente de los lectores.
En cualquier caso la solución no es restringir la competencia. Establecer mecanismos de censura. Al contrario, sólo la pluralidad garantiza que, quien lo desee, acabe haciéndose una idea cabal de lo que ocurre. Personalmente tengo por norma chequear las noticias que me parecen dudosas en varios medios de distinta orientación. En cuanto a las redes sociales, hay medidas más drásticas, por ejemplo acabar con el anonimato, pero que no parece que interesen a las empresas que controlan las diversas plataformas. En todo caso, el interés creciente en censurar la red proviene esencialmente de la voluntad de los grandes grupos mediáticos y de quienes los controlan de eliminar competencia y evitar la transmisión de noticias sin su control. Frente a censura, siempre discriminatoria, sólo puede reivindicarse pluralismo y libertad. Y, en los casos extremos, los Tribunales.