No hace mucho, Manuel Valls tuvo una idea que, personalmente, me pareció muy razonable: enviar una carta al PSC, al PP y a Ciudadanos para formar una especie de bloque constitucional que marginara a molestas excrecencias del sistema como Podemos, Vox y los independentistas catalanes. La carta, a día de hoy, no ha tenido respuesta. No sé si fue a parar a la papelera, a la máquina de triturar papel o al retrete particular de algún jefazo, pero dar la callada por respuesta a alguien como el señor Valls me parece, como poco, una notable falta de educación. Por parte de Ciudadanos, es como si quisieran condenarle a ese papel de alienígena incomprendido que el hombre está empezando a interpretar, me temo que muy a su pesar. La vieja política es monolítica y los versos sueltos están muy mal vistos. Es como si le dijeran a Valls: “Tú a callar, franchute, que no sabes donde te has metido”. Si uno viene de un país donde hasta la cultura es una cuestión de Estado, debe chocar que en España ni el Estado sea una cuestión de Estado. Los representantes de la vieja política, entre nosotros, prefieren apuñalarse mutuamente por un quítame allá esos votos --o de pactar con lo peor que encuentran-- y no son capaces ni de intentar sentar las bases de nada.
Afortunadamente para ellos, la “nueva política” es también un desastre, además de no tener nada de nueva. Cuesta imaginar dos partidos más viejunos que Podemos y Vox, bolcheviques y falangistas de chichinabo cuyas propuestas ya eran rancias en los años 30 del pasado siglo. Podemos se está desmoronando ante la vista de los Ceaucescu --como denomina Alfonso Guerra, con esa gracia que Dios le ha dado, a Pablo Iglesias e Irene Montero--, los candidatos se dan de baja en manada, el que parecía más listo se ha ido con Manuela Carmena y la decepción de sus votantes resulta cada día más patente. En el otro extremo, Vox, pese al pelotazo de Andalucía, se está convirtiendo rápidamente en un caos cuyos fichajes consisten en militares franquistas, negacionistas del holocausto judío y amiguetes del jefe que se saltan el escalafón que da gusto, generando un tremendo mal rollo entre los veteranos de la banda, que están que trinan y cada día se les oye protestar más. Del programa político de Abascal nada se sabe, aparte de que hay proteger la tauromaquia, jorobar todo lo que se pueda a las feministas y repartir armas a porrillo entre los españoles de bien para que aprendan a defenderse y se olviden de antiguallas como la Policía Nacional.
Tengo la impresión de que Abascal no tardará mucho en unirse a Pablo Iglesias y Ada Colau en el desguace de supuestos renovadores de la política española. Iglesias no reacciona ante el derrumbe de su partido. Colau ya se da por medio muerta en las próximas elecciones municipales y solo busca el apoyo del Tete Maragall para sobrevivir, pues el ministerio que le prometió el líder de Podemos ni está ni se le espera. Por muchas burradas que suelte, Abascal acabará --puede que no inminentemente, pero sí pronto-- convertido en otro fantasmón del que nadie se fía y cuyos votantes volverán al PP.
Y la “nueva política” quedará como un espejismo inútil, para alegría de esos partidos a los que Manuel Valls envía cartas que no le contestan. Parafraseando a James Bond, yo diría que estamos ante un Panorama para matar(se).