Dicen que lo desaparecido permite ver mejor lo que persiste. Pero hoy sabemos que lo desaparecido se extingue, como le está ocurriendo  a la presencia catalana de Inés Arrimadas, metida en las tareas nacionales de Cs. Aprovechando el hueco que deja Inés, Casado ha colocado a Cayetana Álvarez de Toledo, como número uno por Barcelona en modo fortaleza constitucional. En Génova se frotan las manos pensando en que Cayetana ganará por goleada los debates entre las dos damas de la derecha. Pues cuidado porque podría ocurrirle lo de Manuel Pizarro, aquel marianista exento de genuflexión, que retó al ministro Pedro Solbes y perdió estrepitosamente el debate televisivo

El futuro no está escrito; solo conocemos el presente, como ocurre en París con los incendios de los chalecos amarillos en la Avenida de Champs Élysées, en medio de los cuales, Europa languidece. Los chalecos no son la revuelta que persiste, sino su contrario. Los que levantaron adoquines en el Mayo revoltoso pertenecen hoy a la Europa acomodada, la del estómago agradecido, que facilitó la crisis de 2008 y que ahora está siendo devorada por ella. La velocidad de los acontecimientos convierte el presente en una reliquia: “Si juzgamos lo presente daremos lo non venido por pasado” (dicen las Colpas de Manrique). El filósofo Bernard-Henry Lévy cuenta en uno de sus libros que, en 1968, en una esquina del Barrio Latino, José Aragón (imagen fiel del  intelectual orgánico del Partido Comunista francés) detuvo a un grupo de estudiantes radicales para pedirles que cejaran en su empeño infantil de hundir el sistema. Los chicos lo ignoraron pero, pocos días después, las grandes centrales sindicales francesas  convocaron una manifestación pacífica que iba de L’Etoile a la puerta de la antigua Renault, en Billancourt. Francia estuvo, como nunca antes, en la calle, pacíficamente; De Gaulle desistió en su intención de enviar los tanques sobre París y empezó un tiempo nuevo de pactos y europeísmo imparable. Empezó lo que ahora se muere.

Las corrientes hegemónicas nacidas entonces han allanado el camino de la desigualdad; y, de esa desigualdad han nacido las ideologías excluyentes: a un lado, la retórica nacionalista (Liga Norte italiana, lepenismo francés, Vox español, el nativismo extremo de Orban en Hungría y los partidos del procés, ERC y PDeCAT, en Cataluña) y, al otro lado, el populismo izquierdista de Podemos y Syriza. Tras la caída de los Dioses (hundimiento de Lehman Brothers), muchos han visto en el nacionalismo de derechas y el populismo de izquierda la garantía de la cohesión social perdida. Frente a ellos,  el pensamiento liberal de hoy trata de combatir las ideologías populistas con recetas de economistas como John Rawls y Amartya Sen, añadiéndole la decisión de Woodrow Wilson, aquel presidente norteamericano que instaló la Reserva Federal y fundó la Sociedad de Naciones.

La gran batalla ideológica de fondo que se libra hoy en España se da entre el PSOE de Sánchez y Cs de  Rivera. El PP de Casado se desliza en los sondeos a causa del verbalismo excesivo de su líder, muy preocupado por anular a Vox fagocitando sus votos en la derecha de siempre, sin advertir que la formación de Abascal se hunde sola a base de generales nostálgicos. Al no apostar por la fuerza tranquila de su voto mineral (así lo calificaba Pedro Arriolla, el brujo de Rajoy), sino por la metralla apresurada, Casado empieza perdiendo. El social liberalismo ocupa el centro entre dos derrumbes europeos: la socialdemocracia y la democracia cristiana. A pesar de pertenecer al PP Europeo en la Eurocámara, Casado no se identifica con ninguna de las dos familias citadas y puede acabar pagando caro su pacto con Vox, en un momento de reacción democrática (a Antonio Tajani le quedan dos telediarios), con las miradas puestas en Orban santa santorum de la xenofobia.

El liberalismo español de huella anglosajona tiene de nuevo su momento. En la España de John Stuart Mill, padre del liberalismo y de la institucionalización de la economía, la mayoría de control pasa por un encuentro entre Sánchez y Rivera. Y a renglón seguido (aunque no detrás), las dos damas harían bien de favorecer el encuentro. Cayetana Álvarez de Toledo no es el Caballo de Troya catalán, aunque se ponga la venda antes de la herida al decir que Vox es xenófobo. Si por ella fuera, las murallas ciclópeas del soberanismo autoritario resistirían toda la eternidad, para llanto de los muchos que aquí estamos hasta arriba, ¡carajo! Cayetana, mujer de gentilicio toledano adornado del Peralta-Ramos, presenta perfil afilado y toque lenguaraz; pero se tira piedras sobre su tejado. De momento, su caballo tiene el rasgo africanista de Astrain, aunque cabe esperar que su camarada, el sabio analista, Joan López Alegre (número dos del PP por Barcelona), lo remede. Cuando  ella, todo ringorrango, habló de la lengua, algunos le gritaron ¡Escúche a López doña Cayetana! Y parece que lo ha hecho. López Alegre, es de justicia, tiene un tinte sobrio en medio del ruido de las élites peperas, Pablo y Teo, trotando sobre cascotes con doce de los suyos.

En la derecha española abunda la corrupción y escasea el talento. Así es que Inés Arrimadas lo tiene fácil, siempre que no transforme su pasión en verborrea. Al hablar de una mujer joven que lo ha hecho bien, me asalta una frase de Francesc de Carreras, profesor e inspirador de Ciudadanos, que un día dijo que ya sería hora de que el liberalismo triunfara en España. Se refería supongo, a la Constitución de Cádiz y a sus valedores, mujeres como Mariana Pineda, heroína liberal ejecutada durante la Restauración. Y a otros, en muchos momentos acaso menos trascendentes que el de la Pepa.

No se trata de repetir gestas sino de crear un país normal en el que las gestas se queden en simples cantares medievales. En su Biblioteca portátil (Alberto Manguel le llama Universo), Arrimadas haría bien en aceptar la ilegibilidad de los saberes ante los que el político apenas puede reescribir aquello que ya ha sido concebido por otro. Bastan pocos e inequívocos momentos, Inés, para referirle a la marquesa de Casa Fuerte el papel de su primer mal paso en el tallo de su pensamiento.