Un reciente informe del CAC sobre los anuncios de juguetes emitidos durante la última campaña navideña revela que en tres de cada cuatro spots las niñas aparecen cuidando un muñeco o una muñeca. Esta cifra se eleva hasta el 85% al sumar peluches de animales o mascotas. A los niños, en cambio, se les ve en actividades de acción o que implican crear. Mientras ellos producen, levantan puentes o combaten, ellas cuidan.
Desde la primera infancia el mensaje que enviamos a las niñas es que su rol es cuidar de los demás. Un mandato que marca el resto de sus vidas porque encargarse de los hijos e hijas, del trabajo doméstico y del soporte de la familia es una actividad que sigue sin ser remunerada y que explica en gran parte que las mujeres sean mucho más pobres que los hombres.
Según un estudio de la Fundación FOESSA de 2014, si calculáramos el umbral de pobreza de manera individual y no sobre los ingresos conjuntos del hogar, tendríamos como resultado que la mitad de las mujeres en nuestro país están en riesgo de serlo. Y lo están porque dedican horas y horas a ocupaciones que no son retribuidas y que les impiden acceder al mercado laboral o les obligan a aceptar contratos a tiempo parcial durante largos periodos de sus vidas. De hecho, el 97% de las personas que en Cataluña reconocen que trabajan a tiempo parcial porque necesitan destinar tiempo al cuidado de hijos, hijas o personas dependientes, son mujeres.
Trabajar a tiempo parcial o abandonar el mercado laboral para asumir la maternidad o el cuidado de personas dependientes se traduce en menos ingresos, menos posibilidades de ascender a cargos de responsabilidad y menos cotización para la jubilación. En definitiva, en un mayor riesgo de pobreza. No es extraño que esto se refleje cuando se hacen mayores: las mujeres triplican el número de hombres que reciben pensiones por debajo de los 500 euros.
A pesar que la mayoría de estudios en torno a la feminización de la pobreza afirman que no disponemos de datos disgregados por sexo ni de indicadores suficientes que permitan hacerse una idea de la desigualdad que sufren las mujeres en el mercado laboral ni de la pobreza femenina, seguimos sin disponer de esta información para hacernos una idea real de la situación. No la tenemos a pesar que Ley de Igualdad que aprobó el parlamento de Cataluña en 2015 obliga a introducir la variable de sexo en todas las estadísticas y recogidas de datos.
Sabemos, eso sí, que la brecha salarial es de un 23%. Que el 88% de las personas que trabajan en el servicio doméstico son mujeres, que muchas de ellas no cotizan a la Seguridad Social y reciben sueldos que no superan los 343 euros. También sabemos que 7 de cada 10 personas que cobran menos de 1.000 euros al mes en Cataluña son mujeres, y que el 40% de los contratos firmados por mujeres en Barcelona en el último año tuvieron menos de un mes de duración.
La desigualdad no sólo nos hace más pobres, nos hace también más vulnerables. Si una mujer depende de los ingresos de su pareja es difícil que pueda escapar al círculo vicioso de la violencia machista. Miles de mujeres no dejan el hogar porque no tienen cómo hacerlo. Dependen económicamente de su agresor y como sociedad no somos capaces de ofrecerles las alternativas para hacerlo porque desde hace años no sólo no invertimos, recortamos en todas aquellas políticas sociales que son indispensables para avanzar en la igualdad. La red de atención a las víctimas de violencia machista en Cataluña llega a sólo una de cada diez mujeres que se estima la padecen.
El gobierno catalán hizo públicas unas cifras la semana pasada para unos presupuestos que no llegó a presentar que no proponían crear nuevas plazas de residencia. Ni tampoco aumentar significativamente la inversión en guarderías. Tampoco aumentar las políticas de mujer, que se han reducido en un 32% desde 2010. Una cifras que revelan que la igualdad sigue sin ser una prioridad política.
Este viernes conmemoramos el Día Internacional de la Mujer y es el momento de comenzar a cambiar las cosas. Necesitamos luchar contra la brecha de género pero también contra la brecha de los sueños de la que hablaba la campaña Dream gap que ha circulado estos días para denunciar cómo limitamos a nuestras niñas desde la infancia.
No les animamos a que sueñen con ser presidentas, ingenieras o científicas. Como explica el informe del CAC, les decimos que su papel es cuidar de los demás. O “ser princesas”. Cuando en los anuncios les hablamos de crear es para decirles que fabriquen “pulseras de la amistad”.
“Las niñas son las que desempeñan los roles de maternidad y de cuidado de las personas en 8 de cada anuncios, son las únicas que cantan y bailan y sólo ellas cuidan su aspecto físico. Cuando imitan un rol profesional son modelos, peluqueras o camareras”, explicaba la consellera del CAC, Carme Figueras, en un artículo donde analizaba los datos del informe. “Cuando segregamos a los niños y niñas desde el juego, lo hacemos de por vida”, era su reflexión final sobre unos datos que revelan lo poco que hemos avanzado en la visión que tiene nuestra sociedad de la mujer.
“Si nosotras paramos, se para el mundo”, era el lema adoptado en la huelga feminista del año pasado y que sigue vivo este 2019. Tenemos que salir a la calle para reivindicar la igualdad salarial, social y económica y también la igualdad de soñar que todas podemos llegar a conseguir aquello que deseamos. Porque es responsabilidad de toda la sociedad, no sólo de las mujeres, asumir los cuidados y aquellos trabajos no remunerados que permiten que se mueva el mundo.
Link al artículo e informe de Carme Figueras.