El fenómeno de las fake news no para de crecer de la mano de la posverdad y el populismo en una espiral sin fin. Lo más preocupante es su imparable penetración en los medios de comunicación teóricamente serios y profesionales.
La degradación de los medios, paralela a la degradación de la política y el auge del populismo, son fenómenos que parecen imparables y que se retroalimentan mutuamente. Siempre ha existido, como no podría ser de otra manera, una profunda relación entre medios de comunicación y el poder económico y político. Entre información y propaganda. Pero la crisis económica, que afectó gravemente al mercado publicitario y muy particularmente a la prensa en papel, y la multiplicación de canales de información producto de la revolución digital, han tenido un impacto demoledor en la solvencia de las empresas editoras tradicionales y, por tanto, de su independencia.
Esta degradación se ha visto agravada por la lucha por la audiencia, que fomenta el sensacionalismo y la inmediatez no contrastada y la precariedad y escasa experiencia de muchas redacciones.
Titulares que apenas se corresponden con la noticia, o que son burdos juicios de valor, noticias no contrastadas, selección de unas noticias y ocultamiento de otras, amplificación de opiniones de personas irrelevantes para crear climas de opinión, censura de lo que no es políticamente correcto. Este es el pan nuestro de cada día de los medios serios. No hace falta enfangarse creando una noticia falsa. Con manipular adecuadamente la información disponible, verdadera o falsa que más da, es suficiente. La opinión y los hechos se confunden en un totum revolutum imposible de separar.
Los grupos editoriales se rasgan las vestiduras y apelan a su seriedad, independencia y profesionalidad. Pero su preocupación no es otra que la competencia, que ellos consideran desleal. Y a la que ellos han abierto la puerta con su degradación, con el uso de las mismas armas que ahora denuncian. Las escasísimas excepciones confirman la regla.
Sin prensa libre no hay democracia. Con una prensa degradada, la democracia se degrada. La consecuencia de esta avalancha de pseudo-información es que los ciudadanos o pasan de los medios o acaban sucumbiendo a la posverdad, a las fake news. La propaganda se ha blanqueado. Ya no se esconde. El fin justifica los medios sin rubor alguno. Trump, los partidarios del Brexit o el independentismo catalán son algunos ejemplos de quienes mejor han sabido rentabilizar electoralmente la posverdad, las fake news. Han sido alumnos aventajados, pero no son los únicos. La pasión por la posverdad, por la propaganda pura y dura, se ha propagado por su aparente eficacia para ganar poder y cada vez más ciudadanos se han convertido en yonquis de su ‘verdad’.