Este sábado 2 de febrero se presentan 15.475 graduados en medicina para optar por alguna de las 6.797 plazas ofertadas para cursar alguna especialidad. Podría parecer una oposición más, pero no lo es. Los 8.678 que no logren plaza quedarán en un extraño limbo, pues no podrán ejercer la medicina en el sector público. Tendrán que volver a presentarse el año que viene, cursar cursos de postgrado, trabajar precariamente en centros privados o emigrar. Pero los 6.797 que las logren tampoco tendrán asegurado su futuro porque tras 4 ó 5 años que dura la especialidad, cobrando algo más del salario mínimo y realizando guardias de 24 horas seguidas, tendrán que espabilar para lograr alguna plaza disponible. Según la especialidad no es nada sencillo, dándose la paradoja de que hay un creciente número de candidatos que se presentan a un segundo MIR al no encontrar plaza en su especialidad cuando acaban la residencia.
La carrera de medicina es una auténtica carrera de obstáculos. Para acceder a ella se requiere una nota altísima, la más alta en la mayoría de las universidades. Dura seis años frente a los cuatro de la mayoría de los grados, al acabar hay que pasar una dura oposición y --tras la formación como especialista-- optar por las plazas disponibles, cuando las hay. La mayoría de médicos no logra una independencia económica real hasta bien entrada la treintena.
Según las estadísticas de los colegios profesionales, los médicos menores de 45 años cobran menos de dos veces el salario medio español y la media de la profesión no supera las 2,5 veces ese salario medio. Para requerir una formación tan dura y para haber invertido tanto en su formación parece más bien poco, especialmente si se observa que la diferencia con los profesionales que se dedican a la enfermería es casi insignificante, o que un médico francés gana el doble que uno español, un inglés el triple y un americano cinco veces más.
La profesión médica está, como tantos otros sectores en nuestro país, al borde del colapso, acelerado por unos recortes que en Cataluña no se han revertido como en otras comunidades autónomas ya que las prioridades del Govern son otras. Creo no exagerar diciendo que estamos orgullosos de nuestra sanidad que, entre otras muchas cosas, lidera el complejo mundo de los trasplantes; que puede tratar cualquier enfermedad con la misma solvencia que los hospitales más caros del mundo y que algo tendrá que ver con que la esperanza de vida en nuestro país sea la segunda más alta del mundo solo superados levemente por Japón con un estilo de vida, dieta y genética radicalmente diferentes a nosotros.
El mundo es cada vez más pequeño y cada vez son más los especialistas que deciden emigrar, haciendo que la inversión que hace el estado en su formación devenga en un gasto estéril al no ofrecerles una carrera profesional atractiva en nuestro país. En los últimos 7 años han salido más de 20.000 facultativos, ni más ni menos que el equivalente a tres generaciones completas de médicos residentes. Por supuesto, van a países donde se les trata mejor, como Reino Unido, Francia o Alemania. A este éxodo constante se le unen jubilaciones forzadas por los recortes que pronto parecerán poca cosa, pues en los próximos cinco años más de 45.000 médicos se jubilarán por razón de la pirámide demográfica. A priori no parece que la planificación sea la mejor ya que vamos hacia una reducción importante del número de profesionales, lo que redundará en listas de espera más largas, peor calidad del servicio y mayor estrés para el profesional, mientras un buen número de graduados se les deriva a un callejón sin salida.
No creo que los médicos bloqueen la Gran Vía, agredan a periodistas o amenacen el Mobile World Congress, pero jornadas como las del examen del MIR son una buena ocasión para reflexionar sobre el futuro de esta profesión y de nuestro cada vez más frágil sistema sanitario.