El pasado mes de diciembre 164 países aprobaron en Marrakech el primer Pacto sobre Migración Segura, Ordenada y Regular. No tiene carácter vinculante, pero la comunidad internacional pudo llegar a un compromiso. Un acuerdo, a pesar de las voces en contra de los que intentan tapar con muros o fingir no ver las crisis humanitarias y de quienes dudaron de que se alcanzaría un consenso.
La coincidencia del pacto de Marrakech sobre emigración con la conmemoración del 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos no fue fortuita. En 1948, la humanidad comenzaba a despertar apostando por la universalidad de los derechos humanos, más allá de las naciones, las culturas y las civilizaciones. De manera similar, en 2018, la migración global es un problema de todos y la única solución es global, no levantando muros y fronteras y países.
Hace falta una nueva visión para anticipar el futuro, construir una movilidad ordenada. Hay que esforzarse en lograr un equilibrio saludable entre realismo y voluntarismo, entre los intereses legítimos de los Estados y el respeto de los derechos humanos de los migrantes.
El acuerdo es una pequeña victoria, pero no debe ocultar lo obvio. Este Pacto Mundial será criticado si se queda en papel mojado. Hablar de "dignidad del migrante" o de "mayor cooperación" sin medidas vinculantes no es suficiente.
Más allá de su victoria diplomática, el Pacto Mundial parecerá modesto si no está seguido de efectos. No debemos dejar que la duda se asiente. El tema de la migración es un alimento para la extrema derecha y el populismo de muchos países cuyos mapas políticos se están reconfigurando.
Existe una manera falsificada de analizar los movimientos humanos como amenaza a la identidad o una carga sobre los presupuestos públicos. No quiere ver que las personas son fuente de prosperidad, motor económico y válvula demográfica. La intolerancia ni siquiera es sensible a la desesperación de la gente obligada a huir de las guerras y los conflictos.
La migración no es un problema de seguridad. La cuestión de la seguridad no puede ignorar los derechos de los migrantes: son inalienables. Un migrante no es más o menos humano, a ambos lados de una frontera. La cuestión de la seguridad no puede negar ni detener la movilidad. Gestionarla, puede transformarla en una palanca de desarrollo sostenible, al igual que la comunidad internacional está trabajando para implementar la Agenda 2030, los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
El Pacto Mundial es una promesa que la historia juzgará. Todavía no es hora de celebrar su éxito. El desafío está en mostrar que la comunidad internacional está eligiendo una solidaridad responsable. El desafío es unirse ante el populismo y traer respuestas estructuradas ante hechos importantes de nuestro tiempo a través del diálogo y la cooperación internacional. Ningún país puede, por sí solo, enfrentar estos desafíos. Y si no hay alternativa a la cooperación, tampoco hay alternativa a la acción.
En un momento en que las voces de la globalización son cada vez más tenues, el multilateralismo es casi ingenuo y el orden internacional en torno a las Naciones Unidas es asimétrico y desigual. Se trata de eliminar esta imagen de un mundo cínico que ofrece regularmente facetas horribles. La cuestión de la seguridad debe ser sustituida por políticas de desarrollo socioeconómico encaminadas a reducir las causas fundamentales de la migración precaria.
Entre la laxitud inaceptable y la seguridad insoportable, hay un camino que opone la solidaridad soberana al nacionalismo excluyente, el multilateralismo al ostracismo y la responsabilidad compartida ante la indiferencia institucionalizada. Porque, al final, de eso se trata: poner fin al desorden, mientras se pone a la humanidad en orden.
El Pacto Mundial no es un fin en sí mismo. Sólo tiene sentido a través de su implementación efectiva. Por eso la Conferencia de Marrakech es, ante todo, una llamada a la acción. Abre la puerta hacia un nuevo orden migratorio, más justo y más humano.