Cuando en la primavera de 2018 empezó a circular la idea de que el exprimer ministro francés, Manuel Valls, estaba valorando presentarse a la alcaldía de Barcelona se lanzaron una serie de profecías que buscaban evitar que diera ese paso. La más notable fue la afirmación de que su candidatura forzaría al independentismo a presentar una lista única. En un momento en que las diferencias entre Junts per Catalunya y ERC estaban agudizándose en el Parlament, muchos temían que Valls fuera la excusa que les obligase a compartir cartel electoral. “El político francés viene a unir al separatismo”, decían algunos analistas temerosos poniéndose las manos en la cabeza. Pues bien, no ha sido así. Ni tan siquiera Valls les ha unido, y en el espacio posconvergente se ha incrementado la confusión. Para acabar de complicarlo, la ANC está volcada en la candidatura de Jordi Graupera, que representa una crítica radical al Govern “autonomista” de Quim Torra y al procesismo de los partidos. A la espera de saber si la lista de Joaquim Forn logrará cohesionar el PDECat y la Crida per la República, parece seguro que habrá como mínimo cuatro listas separatistas, dos de las cuales pueden tener dificultades para obtener representación en el consistorio (la citada de Graupera y la CUP, todavía a la espera de designar cabeza de lista).
La segunda profecía que también circuló mucho es que la candidatura de Valls solo serviría para hacer inevitable la reelección de Ada Colau. Aunque la alcaldesa busca confrontarse constantemente con quien ha dejado claro que en ningún caso pactará con ella, hoy las posibilidades de que ella obtenga un segundo mandato son menores que hace ocho meses. Por un lado, ERC movió ficha y desplazó a Alfred Bosch para colocar a Ernest Maragall, que por ahora lidera las encuestas. Por otro, en el barómetro municipal el índice de desaprobación de la gestión de Colau es muy alto, un 42%, 17 puntos por encima de la peor nota que obtuvo Xavier Trias pocos meses antes de perder la alcaldía en 2015, y con una percepción general muy crítica sobre el problema de la seguridad y la gestión del espacio público en la ciudad. Finalmente, el proyecto político de los comunes en Cataluña no se ha consolidado como se demostró tras la deserción de Xavier Domènech, y a nivel español se ha abierto un boquete enorme con la crisis interna en Unidos Podemos. Lo sucedido en las elecciones andaluzas y las repetidas encuestas a la baja indican que ese espacio de izquierdas se encuentra en dificultades serias, muy lejos ya del soñado sorpasso al PSOE. Las municipales de mayo no solo serán cruciales para el futuro de Colau sino también para el proyecto de los comunes que se juegan literalmente su existencia.
Una tercera profecía decía que la candidatura de Valls solo iba a servir para asestar un golpe definitivo a la maltrecha posición del PSC en Barcelona. Por eso su anuncio fue recibido con temblor de piernas entre los socialistas catalanes. Pero tampoco parece que vaya a cumplirse ese vaticinio. Es evidente que Jaume Collboni no sale a ganar la alcaldía pero es fácil que mejore los desastrosos resultados de 2015 a costa de los comunes. Su paso por el gobierno municipal fue breve pero dejó un buen recuerdo al frente de Empresa, Cultura e Innovación, siendo el único momento en que Colau logró dar estabilidad al Ayuntamiento. Además, si en algún lugar de España existe un efecto positivo del Gobierno de Pedro Sánchez y sus políticas es en Cataluña. Por tanto, hoy el PSC está en condiciones de recuperar una parte de los votos que en 2015 se fueron a Barcelona en Comú, lo cual para Valls es una buena noticia porque, en caso de poder gobernar, su aliado natural tras las elecciones sería Collboni.
Finalmente, también se decía que el exprimer ministro sería incapaz de sumar ningún apoyo más y que incluso su relación con Ciudadanos sería tormentosa hasta acabar en el desastre. La reciente incorporación de Lliures a su candidatura desmiente lo primero, como también la de personalidades independientes como la exsenadora de Unió Democràtica Eva Parera. Y en cuanto a la formación naranja, Valls ha sabido sortear el que ha sido sin duda el momento más difícil: la polémica sobre si aceptar los votos de VOX para el Gobierno de Andalucía, enfrentándose a un escenario inesperado y complejo por la crispación vociferante en la política nacional. La oposición de Valls a cualquier tipo de apoyo de la extrema derecha fue inequívoca, pero evitó hábilmente colisionar con Cs porque su análisis fue más allá del caso andaluz y se situó en una actitud de rechazo moral hacia todo tipo de cambalaches con fuerzas extremistas, populistas y separatistas.
En definitiva, nadie dijo que la candidatura de Valls lo fuera a tener fácil, pero progresa adecuadamente y por ahora ha derrotado las peores profecías. Es una personalidad conocida ya por casi todo el electorado y que sigue generando mucha atención mediática. Todavía no ha podido explicar un programa concreto, pero sí dibujar las líneas maestras de un proyecto para Barcelona en oposición al populismo y al separatismo. Objetivamente, su posición en el tablero es mejor que cuando decidió dar el paso de ser alcaldable. Lo más negativo en estos meses son los sondeos, todavía ninguno le da una buena posición salida, lo cual es un freno importante para sus expectativas. Tal vez sea porque la única profecía que nadie ha formulado es que tendría también que derrotar a las encuestas.