Es una lástima, pero qué poco se pone en valor todo lo conseguido colectivamente entre todos los españoles en los últimos cuarenta años. Es más, parece estar de moda despreciarlo, cuando no ignorarlo o incluso negarlo. Como si conseguir una sanidad pública entre las más eficientes del mundo, o una de las mayores esperanzas de vida, o ser el número uno en trasplantes de órganos o ser una de las pocas democracias plenas del planeta fueran el fruto del azar.
Pues no, la España moderna de 2019 no es el resultado de una conjunción estelar caprichosa, sino del esfuerzo de todos, y, sobre todo, el mejor estímulo para seguir construyendo una sociedad mejor. Porque queda trabajo por hacer, sin duda, y como toda empresa colectiva humana requiere de constantes mejoras y actualizaciones.
Hoy, la democracia española, tras cuarenta años de incuestionable éxito se despierta preocupada; los monstruos exaltados siguen aquí. Populistas y separatistas (populismo identitario) la cuestionan, cuando no la quieren demoler. Quieren hacer una enmienda a la totalidad de todo lo que hemos conseguido a fuerza de grandes consensos; primero con el restablecimiento de la democracia, y después contra el terrorismo, por el pacto de las pensiones o por el estado de bienestar, entre muchos otros logros. Todos ellos, me atrevo a decir sin resquicio de duda, conseguidos desde la moderación y los grandes pactos.
¡Moderados del mundo, uníos! Que no nos arrebaten los frutos de tan dura cosecha.
Pero cuando me refiero a moderación, no me refiero ni a tibieza ni a equidistancias, sino a la convicción resoluta y a la determinación de que los equilibrios sociales y políticos que propugna nuestra Constitución deben ser defendidos con firmeza. Determinación en la moderación.
Y qué se puede hacer, pues seguir, seguir firmes, porque los valores no mutan. Apostemos y confiemos en ellos. Nos han llevado hasta aquí, desde la moderación, hasta la mejor España. Porque esta España del 2019 no se ha construido desde los extremos, ni desde el lenguaje populista ni las posverdades, sino desde la sensatez y desde la convicción de perseguir el bien común de todos los ciudadanos.
Los valores de la Constitución serán nuestra guía ante los cantos de sirena populistas. Sigámoslos con determinación, con pedagogía, rebatiendo las ideas y desnudando las falacias de los populistas y separatistas.
Populistas y separatistas que prometen el cielo en la tierra en unos tiempos de globalización, convulsos, y de transición hacía un marco europeo y mundial complejo, todavía indeterminado, pero ya palpable. Juegan con la ventaja (injusta) de las falsas promesas, de vender una realidad sencilla y comprensible, y además indolora. Son incapaces de dudar, de reflexionar ante un mundo complejo, interdependiente, y sí, a veces incoherente y contradictorio, pero por el que vale la pena seguir trabajando y mejorando. Pero no nos engañemos, lo que venden los populistas y los separatistas es mercancía dañada. Porque esconde lo peor de nuestra naturaleza; el miedo al cambio, al futuro, el miedo a no saber adaptarnos o el egoísmo identitario frente al supuestamente diferente.
Por eso, repito, no existe otra fórmula que la de reivindicar, mantener y fortalecer los valores que nos han traído hasta aquí.
Desde el respeto a sus valores, existen aspectos organizativos de nuestra Constitución que deberían ser objeto de una revisión, mejora y actualización. Pero en tiempos de tribulación, mejor no hacer mudanza. Solo cuando ese gran bloque que apuesta y defiende los valores de la Constitución alcance un claro y amplio consenso se podrán estudiar y acometer las mejores que el sistema necesita, pero sin apriorismos y sin prebendas a populistas ni a separatistas, desde la moderación. Con los valores del patriotismo constitucional como bandera.