En los jardines de St. James, a los pies de Buckingham Palace, hay varios cisnes negros que recuerdan que lo imprevisible a veces sucede. El término cisne negro, que bien podría traducirse como perro verde, ha venido para quedarse en la literatura económica sobre todo porque cada vez hay más. Nadie pensaba que Trump llegaría a ser Presidente o que los ingleses se marcharían de la Unión Europea y, sin embargo, todo eso y mucho más ha pasado.
Pronosticar lo que puede pasar en 2019 tiene que asumir que la granja de cisnes negros sigue en perfecto funcionamiento y alguna cosa puede pasar para que se tuerza la economía. La corriente económica subyacente es de agotamiento del ciclo positivo lo que debería traducirse en una suave desaceleración en medio mundo, pero hay tantas interferencias que casi lo de menos son las bases de la economía.
No tenemos, ni pinta que tengamos, presupuestos para 2019 ni en el Ayuntamiento de BCN, ni en la Generalitat ni en el Gobierno de España. Esta anomalía solo es síntoma de la inestabilidad política en la que vivimos en todos los ámbitos. 2019 será año electoral en el entorno municipal, en la mayoría de comunidades autónomas y en Bruselas pero no es improbable que también lo sea en Cataluña y en el conjunto de España. El entorno público parece inestable y poco puede esperar la economía de él, salvo que la entorpezca, no siendo en absoluto nada desdeñables las tensiones que puedan surgir en la Unión Europea con un nuevo mapa parlamentario con cada vez más parlamentarios euroscépticos cuando no directamente eurófobos.
No pinta mejor la economía global. No sabemos cómo va a acabar el Brexit y Reino Unido es el primer país emisor de turistas para España (cerca de 20 millones), el quinto al que exportamos bienes (más de un 7% del total de exportaciones), el tercer país por residentes (más de 250.000 justo detrás de Marruecos y Rumanía) y bastantes empresas de nuestro Ibex 35 se juegan una parte muy importante de sus resultados en las islas. Pero no solo hemos de tener un ojo en Reino Unido, Italia puede hacer un roto a la UE, los nuevos gobiernos de Brasil y México a toda Latinoamérica y de paso a varias de nuestras mayores multinacionales, y siempre tendremos a Trump para alegrarnos los titulares con alguna ocurrencia, como la posible guerra comercial con China aderezada con la no siempre clara relación con Rusia. El mundo árabe, Siria, Daesh, Israel y Oriente Medio,… no tienen por qué darnos más alegrías de las que nos han dado hasta la fecha, siendo España una de las principales puertas de Europa de la emigración incontrolada. El mundo está como para salir a pasear…
Pero el que no tengamos viento de cola no quiere decir que 2019 sea un año necesariamente malo. Seguirán viniendo muchos turistas, nunca demasiados, y ojalá cada vez gastando algo más, la vivienda no parece que pare tanto por demanda interna como por fondos, y el consumo seguirá más o menos alegre. La transformación de la industria del motor derivada de la electrificación del parque comenzará pero su impacto en el empleo aún será menor, lo mismo que la virtualización del retail, cada vez se vende más por internet.
Muy gordo y feo tiene que ser el cisne para que en 2019 no haya algo de crecimiento, si bien 2020 puede ser otra historia. Lo que es una pena es que nuestro modelo productivo actual sigue siendo el mismo que hace años: turismo, vivienda, consumo e industrias de capital extranjero. Parece que no hemos aprendido mucho de la crisis pasada y nos enfrentamos a la próxima igual que en 2007, pero más débiles, pobres y endeudados.