El arranque de esta sema ha sido rico en encuestas a nivel nacional, hemos conocido hasta cuatro sondeos (GAD3, NC Report, Sigma 2 y Sociométrica) a través de los medios. La distribución de escaños parece ir muy ajustada para confeccionar mayorías. Algunas encuestas apuntan a que los números dan para un “tripartito de derechas” (PP, CS y VOX) como alternativa a la alianza “frankenstein” (la suma de las izquierdas más los independentistas, junto a los nacionalistas canarios y vascos) que aupó a Pedro Sánchez al poder hace casi seis meses y que podría volver a sumar según otros sondeos. Ambos escenarios son una mala noticia para la convivencia y el futuro de nuestra democracia constitucional. De entrada es desolador que los medios den por descontado que hemos entrado en una dinámica frentista en la que no hay ningún espacio de intersección entre ambos grupos. Sin embargo, en marzo de 2016 socialistas y ciudadanos alcanzaron un acuerdo para la investidura --fallida-- de Sánchez, y en Andalucía Susana Díaz ha gobernado casi cuatro años con el apoyo de la formación naranja. Por otro lado, en una esas encuestas aparece que la suma de PSOE y CS alcanzaría la mayoría absoluta (GAD3), mientras que en otras no andaría muy lejos. Así pues, hay una intersección posible si ambas fuerzas, en lugar de mirar hacia los extremos, se acercan al centro.
Ayer, un tuit del profesor de la Universidad Carlos III, César Giner, históricamente vinculado al socialismo madrileño pero de cultura liberal, daba en el clavo: “El PSOE no tiene problemas en pactar con “Maduros” (Podemos); ni el PP lo tiene en pactar con “Lepenes” (Vox). ¿Por qué no cambian el chip y pactan PP y PSOE? Por la Constitución y por nuestro país. Lo mismo se suma CS”. Dicho de otro modo, esta dinámica de polarización que reproduce el esquema guerracivilista de las dos Españas es insensata. No se trata de que socialistas y populares gobiernen juntos, aunque ambos sí deberían desterrar el cainita “no es no”. Pero si no son capaces jamás de pactar nada, más allá del reparto de cargos o cuotas de poder cuando así lo exige la ley (en RTVE o CGPJ), seguiremos atascados en las grandes reformas que deberían ser aprobadas por consenso para durar, empezando por una ley educativa que no sea rehén de encorsetamientos ideológicos. O para afrontar de forma realista el pago de las pensiones, imposible sin una ambiciosa reforma fiscal. Que los grandes retos no sean abordados con una visión de largo plazo solo que hace aumentar el caldo de cultivo del populismo. Además, tenemos un problema de primera magnitud en Cataluña que requiere de una estrategia de Estado compartida. Y, sin embargo, las mayores descalificaciones no se dan entre los independentistas, pese a que están muy divididos, sino entre los constitucionalistas, los primeros en burlar el espíritu de concordia y consenso de 1978 del que tanto se llenan la boca cuando llegan las conmemoraciones.
La estrategia de Sánchez es tan arriesgada como potencialmente nociva para nuestra democracia al atarse a los votos de los separatistas. Eso encabrita a mucha gente, sobre todo en la derecha. Pero es igualmente aventurero ponerse en manos de VOX por parte del PP para gobernar Andalucía o, peor aún, aceptar como normal que pasado mañana Pablo Casado puede llegar a la Moncloa con el apoyo de Santiago Abascal. No se trata de establecer “cordones sanitarios”, pues hay que hablar con todos. Otra cosa es alcanzar el poder gracias al apoyo de unas fuerzas que se sitúan fuera del consenso constitucional (Vox apuesta por suprimir la autonomías, entre otras cosas) o que directamente han dado un golpe contra la Constitución, como es el caso de ERC y PDECat.
Ahora mismo en Andalucía la responsabilidad que tiene CS es altísima para evitar que acabe articulándose en la práctica un acuerdo con VOX vía PP. Los resultados electorales han sido endemoniados. Es cierto que hay un imperativo de cambio tras 36 años de poder socialista, pero una fuerza liberal y europeísta no tiene nada que ganar beneficiándose del apoyo de la ultraderecha que lógicamente va a intentar colocar sus temas en la agenda política. Tal vez la aparición de Vox que satura la competencia por la derecha, sobre todo como escisión sociológica del PP, puede tener como efecto positivo que el partido de Rivera vaya a virar más hacia el centro. Por otro lado, en el PSOE también hay dirigentes territoriales, como García-Page o Javier Lambán, que desearían un cambio de rumbo. Hasta que Sánchez no agote su estrategia eso es imposible, pero en los próximos meses todo puede cambiar si no hay presupuestos. Para evitar caer en el frentismo de la “España popular” contra la “España nacional”, la solución es que PSOE y CS al final se reencuentren.