La farmacopea catalana se fusionó a tiempo con el mundo hospitalario y con los equipos de investigadores que han revolucionado la medicina. Su éxito como sector ha sido remarcable; de su especialidad, salieron emprendedores absolutos, como los hermanos Jordi y Antonio Gallardo (hoy al frente de Almirall, la gran farmacéutica cotizada del Ibex 35), junto a patronos, como Ferrer Salat, Antoni Esteve, Puig Muset o Joan Uriach (ampliamente citados en esta serie), con capacidad de incidir en la sociedad civil e influir en las instituciones sin estar en la política. Ellos mostraron que la investigación de punta --la que ha transitado desde la química del carbono hasta el genoma-- es el mejor lobby que puede tener una sociedad avanzada.
En los años del cambio, la España europeísta supo estar al lado del empresariado aperturista de la industria farmacológica, exportadora y librecambista. La internalización del medicamento, a pesar de modelo autárquico, había ido dando pasos agigantados e invisibles. La probeta practicó el entrismo, tuvo un papel destacado y una vanguardia en la que destacó entre los citados el caso de Carlos Ferrer Salat, accionista de Ferrer Internacional. Ferrer Salat, fallecido en 1998, recogió en sus laboratorios el fruto de una especialidad académica, germinada en el Químico de Sarrià y sembrada en el anhelo empresarial. Su presencia pública arrancó con la creación del Cercle d'Economia en 1959, fruto del llamado Club Comodín junto a sus camaradas Artur Suqué, Mas Cantí, Carlos Güell de Sentmenat y Jover, entre otros. Su segundo aldabonazo, compartido con Andreu Ribera Rovira, fue la fusión pendiente entre la Cámara de Comercio y la de Industria de Barcelona, el fin real del proteccionismo como cultura empresarial, que había arrancado, casi dos cientos años antes, con el arancel de Joan Güell.
El tercer y definitivo golpe de Ferrer Salat se concentró en Fomento del Trabajo Nacional, la gran patronal catalana, brazo ideológico del antiguo Sindicato Vertical franquista que, con el desembarco de los nuevos emprendedores, paso a convertirse en el núcleo fundacional de la CEOE. Ferrer Salat fundó y presidió la CEOE, hizo de patrón de patronos en los momentos más difíciles de la Transición y se convirtió en eje de los Pactos de la Moncloa, junto a Fuentes Quintana. Imprimió los primeros pasos a la organización empresarial, vertebrada sobre el mapa español de las autonomías y los municipios y articulada a través de las sectoriales --metalurgia, química, alimentación, construcción, turismo, etc.-- con una estructura homologable al modelo alemán de concertación automática. Desde entonces, la CEOE no ha dejado de crecer y de influir, cada vez con mayor eficacia, en el modelo económico español.
Su domicilio, en el Pedralbes de los Folch-Rusiñol, Echevarría Puig, Sentís, Vergès, Daurella o Godó, entre otros, se convirtió en una de las cúspides de la Barcelona tolerante que recibía con entusiasmo la democracia. Sobre un jardín mesopotámico, volcado sobre la ladera de Collserola y matizado por el verde contínuo del paisajista Forestier, la casa de origen pairal y reformas noucentistes, conocida como la Font del Lleó, se convirtió en el centro estratégico de la patronal del sector, Farmaindustria. También fue sede corporativa del Banco Europa, fundado por el mismo empresario, y acogió a los discretos pactos que festonearon el cruce entre empresa y política en los momentos en que la realpolitik española necesitaba del amparo de los representantes económicos.
Para las gentes de la generación perdida de posguerra, el éxito de la industria farmacéutica en los setentas y ochentas era el éxito de la Cataluña empresarial de corte schumpeteriano, tal como escribió en más de una ocasión Fabián Estapé, catedrático y figura prominente de los planes de Desarrollo de Laureano López Rodó. Al echar la vista atrás, el doctor Joan Uriach recuerda en sus memorias (Doctor Biodramina, el libro memoralístico editado por Genís Sinca) el final de la Guerra Civil española en la que aquellos laboratorios con futuro estuvieron a punto de desaparecer. Uriach rememora Caldetes, el pueblo del Maresme en el que pasó su infancia entre los sobresaltos de los bombardeos sobre las instalaciones industriales Sant Adrià y Badalona y los lejanos duelos marinos entre los destructores británicos que bordearon nuestras costas evitando al Bismark, el destructor alemán que socorrió a los nacionales. La vuelta a Barcelona donde Uriach padre había conseguido mantener la empresa; el primer desfile de Franco con la Guardia Mora visto por los Uriach desde el balcón de Diagonal/Tuset y la detención de Lluís Uriach Baldiri, condenado a muerte y salvado en el último momento gracias a la influencia de Pepe Ribas Seva, antiguo amigo de José Antonio Primo de Rivera y padre de Pepe Ribas, el actual el director de la revista Ajoblanco.
Casi una vida después, superados los años difíciles de la inflación galopante y en pleno despegue de la moneda común europea a lo largo de la última década del siglo pasado, los farmacólogos recogían los frutos de muchos años de sacrificios e investigación en solitario. En 1991, Ferrer Salat participó entusiasmado en la creación del Instituto de la Empresa Familiar, gestado por Leopoldo Rodés Castañé, expresidente del Macba y el empresario (Mediaplaning) que más entusiasmo puso en los logros civiles del mundo económico. Los laboratorios se hicieron visibles en el momento de la creación del lobby fiscal celebrado en la sala Torres García del Palau de la Generalitat, a la sombra de Jordi Pujol y Macià Alavedra. La década ganadora de los noventa en la que coincidieron inversiones de grandes multinacionales, de fusiones cementeras y el gran despliegue del sector del automóvil (Volkswagen inauguró la fábrica de Seat en Martorell) parecía el inicio de un ciclo alcista interminable. Pero apenas tres lustros más tarde, las cosas se torcerían con la caída de los activos de 2008 y la crisis política desatada más tarde por el nacionalismo radical.
La plenitud de Ferrer Internacional llegó también en los 90 con nuevas inversiones y el reforzamiento de sus instalaciones en el extranjero. Ferrer Salat, a pesar de ser químico de profesión, proyectaba una sombra alargada sobre un mundo económico que recobraba el liberalismo tras muchos años de desgaste socialista. Entre 1993 y 1996, el PSOE de Felipe González decae con el presidente encerrado en Moncloa y rodeado de casos de corrupción. La derecha crece con el liderazgo aun incipiente de José María Aznar; es tal vez el momento de entrar finalmente en la política. El empresario farmacológico acaba de ser nombrado presidente de UNICE, la patronal europea, y sus contactos con jefes de Estado y líderes empresariales de todo el mundo se hacen más intensos. Es el momento del regreso de la Comisión Trilateral, fundada por el filántropo norteamericano David Rockefeller y engrandecida en Asia, gracias al entonces presidente de Sony, el legendario Akio Morita. Desde UNICE, Ferrer Salat empodera su figura pública y lanza críticas frontales a los déficits democráticos de muchos gobiernos. Aznar deja de titubear y da el paso: se entrevista con Ferrer Salat en la Font del Lleó para proponerle que entre en el PP en calidad de vicepresidente y encargado de canalizar el partido en el norte de España. Pero Ferrer Salat declina el ofrecimiento. Jamás lo confesará pero le repugna convertirse en el segundón de Aznar, un hombre al que él mira con desconfianza.