Es relativamente común confundir el ahorro con la inversión. Para una familia, el primero es la parte del dinero ganado no gastado en la adquisición de bienes de consumo, una vez sufragados los correspondientes impuestos. La segunda es el destino del capital ahorrado y del obtenido a través del endeudamiento.
Desde una perspectiva macroeconómica, en el nivel de ahorro de las familias influyen a corto plazo dos elementos esenciales: la coyuntura económica y los tipos de interés. Aquél generalmente aumenta cuando la economía va mal y disminuye si está bien. Es una paradoja, pero también una verdad completamente contrastada por las estadísticas.
Un claro ejemplo lo constituye su evolución en España durante las dos últimas décadas. En dicho período, destaca el 2009. Es el año donde las familias realizan el mayor ahorro relativo de la etapa analizada y coincide con el primer ejercicio en que los hogares asumen que el país ha caído en una profunda crisis. En dicho año, la tasa de ahorro sobre la renta disponible se situó en el 13,4%, una cifra muy superior al 5,9% de 2007, último ejercicio de la pasada gran bonanza económica.
Cuando la economía va mal, las familias tienen miedo al futuro y, aunque disminuya su renta, proceden a reducir aún más su gasto. Necesitan tener un “mayor rinconcito” por lo que pudiera suceder. En cambio, si va bien, y especialmente si así sucede desde hace muchos años, los hogares aumentan sustancialmente su endeudamiento y menguan su nivel de ahorro.
El aumento del endeudamiento puede ser consciente o inconsciente. El riesgo de ambos son las consecuencias de la no devolución del dinero recibido. El primero se basa en supuestos económicos relativamente razonables; en cambio, el segundo no tiene ninguna lógica. Muchas veces éste es fruto del “efecto envidia” y casi siempre acaba mal.
El consciente responde a dos principales finalidades: disfrutar de un nivel de vida familiar al que sus miembros no podrían acceder con sus ingresos actuales y aprovechar las oportunidades de inversión proporcionadas por la coyuntura económica expansiva.
En el primer caso, los hogares descuentan que su renta incrementará sustancialmente durante los próximos períodos, ya sea porque sus integrantes ganarán más dinero con su trabajo o porque recibirán una o más herencias. Por ejemplo, pretenden gozar a los 35 años de un nivel de vida que sin endeudamiento solo podrían disfrutar a partir de los 50. El riesgo incurrido les parece escaso, pues la magnífica evolución de la economía les lleva ser optimistas y confiados. En el segundo, pretenden aprovechar las buenas oportunidades que preferentemente les proporciona el mercado inmobiliario o la bolsa. En España, la inversión se dirige principalmente al primer mercado, pues la banca es muchísimo más generosa financiando la adquisición de inmuebles que la compra de acciones.
Así, es muy habitual que aquella financie el 80% del precio de un piso y sumamente excepcional que lo haga en un porcentaje similar en el caso de valores de renta variable. El motivo es muy simple: las viviendas son una mejor garantía que las acciones, pues el valor de mercado de las primeras es más difícil que baje. Además, si así sucede, normalmente lo hará en una inferior proporción (la pasada crisis constituye una excepción a la regla).
El nivel de los tipos de interés determina la rentabilidad nominal de los activos con nulo o escaso riesgo (depósitos bancarios, letras, bonos y obligaciones del Tesoro). A pesar de que la realmente relevante es la real (la que tiene en cuenta la inflación), en la mayoría de las ocasiones cuanto mayor es aquélla más incentivos tienen las familias para ahorrar.
En la actualidad, la rentabilidad nominal y real ofrecida por dichos activos es escasamente interesante. En octubre, el tipo de interés medio ponderado de los depósitos a la vista y a plazo fijo se situó en el 0,03% y 0,05%, respectivamente. Una rentabilidad superior a la proporcionada por las letras del Tesoro a un año, pues, a finales de noviembre, ésta era negativa (-0,35%). Para conseguir un tipo de interés superior a la inflación (1,7%), era imprescindible adquirir una obligación con un plazo igual o superior a los 15 años.
Las buenas perspectivas macroeconómicas, la entrada del mercado residencial en un ciclo expansivo en la mayor parte de España, la mayor predisposición de los bancos a la concesión de préstamos hipotecarios y la pérdida de poder adquisitivo generada por la mayoría de las inversiones financieras con escaso nulo o riesgo han llevado a la tasa de ahorro de las familias en el pasado ejercicio a su mínimo de los últimos 20 años (5,7% de la renta disponible).
Dicha baja tasa hizo que 2017 fuera hasta ahora el único año de la actual década en que la deuda neta de las familias aumentó. En dicho ejercicio, según el Banco de España, el aumento de sus deudas superó al de sus ahorros en 4.759 millones de euros, un importe que ya ha sido sobrepasado durante el primer semestre del actual año (7.009 millones de euros).
En definitiva, es completamente lógico que en la actual coyuntura las familias reduzcan su ahorro y aumenten su nivel de endeudamiento. Al igual que lo fue que hicieran lo contrario durante la pasada crisis. Por ahora, no hay ningún peligro, siempre y cuando el ciclo económico no cambie de signo (pase de la expansión a la recesión). Una señal que no se ve por ninguno lado.