Leo en El País este titular: El divorciado con hijos pierde el derecho a la vivienda conyugal si convive con otra pareja. Sorprende que la justicia española haya tardado tanto tiempo en tomar esta decisión, que será, sin duda alguna, una mala noticia para ese colectivo que podríamos definir como gorrones sentimentales.

Ya saben, el tipo que se incrusta en casa de una divorciada --no quiero ser machista, pero el hogar se lo suelen quedar las mujeres, tal vez porque hay muchos hombres capaces de firmar cualquier cosa con tal de perder de vista a su esposa, a sus hijos o al paquete completo-- y, no contento con ahorrarse el alquiler porque el exmarido de turno sigue pagando su parte de la hipoteca, puede invertir su dinero en sobornos para los niños --que suelen recibirle muy mal, pues son de natural rutinario: de la misma manera que siempre comen lo mismo, en general pizza y macarrones, exigen que papá y mamá estén juntos hasta el fin de sus días o, por lo menos, hasta que ellos abandonen el hogar familiar-- y en cenas y fines de semana en sitios bonitos (cuando le toca al padre hacerse cargo de los pequeñuelos).

La situación, evidentemente, es un pelín humillante para el desalojado, pero tampoco es una bicoca para el gorrón dotado de cierta dignidad. Personalmente, desaconsejo instalarse en un domicilio que no es el tuyo por los siguientes motivos:

  1. Los niños te detestan. Si tu novia te pide que pongas orden, los enanos pasan de ti y te recuerdan que no eres su padre. Si te excedes poniendo orden, tu novia te dirá que dejes en paz a los pobres críos, que no son tuyos.
  2. Si te echan porque ya no haces gracia, no hay ningún sitio al que volver, por lo que más te habría valido conservar tu apartamento y practicar el beneficioso living together apart.

Sé lo que me digo: hace tiempo, mantuve una relación de cinco años con una mujer que tenía dos hijos --menos mal que no había perro, pues estoy seguro de que me habría mordido cada vez que me viera aparecer--, pero nunca me instalé en su casa (aunque la había comprado su padre y el ex no tenía derecho a quejarse). Sé que a la larga canso (y a veces a la corta), así que me limitaba a dejarme ver con cierta frecuencia, aunque mi tendencia a sentirme culpable me creaba incomodidad en ocasiones (por ejemplo, viendo la tele en grupo y sintiendo que le había soplado su familia y su alojamiento a alguien).

Solo el gorrón sentimental más encallecido puede encontrarse a gusto en semejante situación. Por no hablar del desdichado que sigue apoquinando su parte de la hipoteca para que no sufra el tipo que está actualmente con su mujer en su propia cama.

Con esta decisión judicial, el gorronear se va a acabar. Lo cual no quiere decir que vaya a mejorar la situación del que, por amor o algo parecido, hereda una familia ajena: eso va a seguir siendo un campo de minas por los siglos de los siglos, pues toca demasiadas fibras sensibles de demasiadas personas a la vez. Me alegro por la figura del cornudo y apaleado, abordada hasta ahora desde el recochineo, pero dudo mucho que la vida de las nuevas parejas con maletas humanas vaya a mejorar sustancialmente: los problemas del corazón no hay juez que los resuelva.