Carles Puigdemont, Quim Torra y sus secuaces saben de sobra que elprocés” no va a desembocar en ningún caso en la independencia de Cataluña. Lo mismo cabe decir de su gigantesco aparato de agitación y propaganda. Este se compone de una multitud inacabable de paniaguados y estómagos agradecidos.

Semejantes parásitos del “procés” se han enquistado, sobre todo, en el prolífico aparato de la administración catalana y su constelación de órganos, entes y corporaciones. La lista incluye a muchos profesionales de los medios de comunicación públicos. También abarca a los prebostes de una larga retahíla de medios privados hipersubvencionados.

Una característica común a unos y otros es su escaso interés por reconocer la cruda realidad de que el secesionismo se encuentra en un callejón sin salida. La explicación de su apatía es obvia. Reside en que mientras dure la fiesta, todos seguirán percibiendo tan campantes sus obscenos momios y continuarán viviendo a cuerpo de rey, a costa de los sacrificados contribuyentes.

Entre los innumerables abusones, uno se lleva la palma por el volumen de sus canonjías. Curiosamente, no es catalán, sino valenciano. Me refiero a Eliseo Climent Corberá. El caballero, para hacerse valer, catalanizó su nombre y se presenta como Eliseu. Este sujeto, próximo a soplar 80 velas, viene exprimiendo a dos manos la ubre del presupuesto catalán desde hace casi 40 años. No parece sino que por estas latitudes los perros se aten con longaniza.

Esta misma semana Crónica Global reveló que el Govern ha aprobado un socorro de 670.000 euros para Acció Cultural del País Valencià (ACPV) y para la Institució Cívica i de Pensament Joan Fuster. Ambos engendros están liderados por el tal Eliseu.

El auxilio se destina a sufragar la cuota hipotecaria del edificio que la primera de dichas entidades adquirió en 2004, en pleno centro de Valencia. La Generalitat catalana satisfizo la operación íntegra. Aportó tres millones en efectivo y desde entonces subvenciona con unos 650.000 euros anuales a la ACPV para que abone la hipoteca.

La historia de Climent es llamativa. En los años setenta se ganaba la vida como delegado comercial de Enciclopèdia Catalana, a la sazón participada por la Banca Catalana de Jordi Pujol.

Más tarde, cuando TV3 comenzó a funcionar, captó entre los acólitos independentistas un millón de euros para instalar repetidores que hicieran factible la recepción de las emisiones de “la nostra” en la Comunidad Valenciana.

Acto seguido, Climent consiguió que se adjudicara a sus tinglados societarios particulares el mantenimiento de los postes. Sólo en los últimos años, ha ingresado por tal concepto la módica suma de seis millones de euros.

Pronto descubrió que podía hacerse de oro con el pretexto de fomentar la lengua y la cultura catalanas. Le bastó con presentar sus compañías y fundaciones a las autoridades del principado, para que le llovieran las prebendas crematísticas. En Cataluña somos así de generosos. A todo mindundi que se cala la barretina hasta las orejas y enarbola la cuatribarrada, el Erario lo cubre de millones.

Climent y su esposa Rosa Raga Gil controlan 17 sociedades, fundaciones, asociaciones y entidades culturales. Entre ellas son de citar, además de las dos ya transcritas, la Fundació Ausiàs March, el Institut Internacional d'Estudis Borgians, la Fundación Francesc Eiximenis, la Institució Cívica de Pensament Joan Fuster, la Institució Empresarial Ignasi Villalonga, la Associació Archiu Joan Baptista Basset, etc. También es dueño de Edicions del País Valencià, editora del semanario político El Temps.

Mediante este arsenal, ha recibido mamandurrias de los gobiernos del infausto Jordi Pujol y de todos sus sucesores. Sólo en las últimas dos décadas, se calcula que ha arramblado con no menos de 30 millones de la Generalitat.

Añádanse las mordidas, también millonarias, que ha propinado a las Diputaciones y Ayuntamientos catalanes, así como a los altos dignatarios valencianos y baleares.

El modus operandi de Climent para su lucro personal es muy simple. Una vez que sus fundaciones ingresan los momios públicos, otra batería de compañías dependientes de él se dedica a facturarles sumas dispares y siempre abultadas, por los conceptos más peregrinos. Así, una buena tajada de los fondos públicos acaba directamente en sus bolsillos. Los trasiegos de marras están revestidos, por supuesto, de una legalidad aparentemente inmaculada.

El librero y su esposa han amasado con sus tejemanejes un copioso patrimonio inmobiliario. Está disperso por Barcelona y Valencia y se le valora en varios millones de euros.

Digo al comienzo que los vividores del catalanismo forman legiones. Mas no creo que ninguno alcance la fortuna de Eliseu Climent, encumbrada hasta cotas siderales gracias al peculio de los “paganos” catalanes.